En 2019, la demócrata Elizabeth Warren prometió trocear las grandes empresas tecnológicas si ganaba las elecciones.
A principios de 2020 se estrenaba en Netflix el documental ‘The social dilemma’, hilado con testimonios de varios exejecutivos de Silicon Valley. La cinta plantea que las grandes empresas digitales manipular emociones y comportamientos, con tal de mantener conectados a los usuarios.
El pasado octubre, tras 16 meses de deliberaciones, el comité de la Cámara de Representantes de Estados Unidos presentó un informe de 449 páginas proponiendo reformas antimonopolio de gran alcance para frenar el poder de los gigantes tecnológicos estadounidenses, como Google y Facebook. Entre esas medidas, si el Congreso las aprobara, estaría la segregación de estas compañías.
Según este informe, tal y como recoge Bloomberg, las grandes empresas tecnológicas han abusado de su poder de dominio, lo que ha restringido la innovación y, como consecuencia, se merman las opciones para los consumidores y se obstaculiza la democracia.
Días después, el Departamento de Justicia de Estados Unidos presentaba una demanda contra la matriz de Google, Alphabet, acusando al gigante tecnológico de infringir la ley antimonopolio. Durante 2020, al menos 11 estados de Estados Unidos formularon demandas contra Google por prácticas monopolísticas, y en diciembre la Comisión Federal de Comercio (FTC), junto con 48 estados y distritos, hizo lo propio contra Facebook, para procurar obligar a la red social a vender WhatsApp e Instagram.
Y este mismo martes, el grupo American Economic Liberties Project, que ya está trabajando con la Administración Biden, instaba también a adoptar medidas para garantizar la libre competencia. Entre ellas, obligar a estos colosos empresariales a vender partes de su negocio.
En definitiva, se trata de un debate plenamente vigente en Estados Unidos. Y sin embargo, ninguna de esas voces se escuchó el miércoles en el congreso CES, durante la sesión titulada ‘Is Big Really Bad? What to do about Big Tech’ (¿Lo grande es realmente malo? Qué hacer con las big tech). En este debate participaron Rachel Bovard, directora sénior de Política del Conservative Partnership Institute, un grupo lobista de derechas; y Robert Atkinson, fundador y presidente de la Information Technology and Innovation Foundation (ITIF), probablemente uno de los think-tanks más influyentes del mundo tecnológico. Atkinson ha ocupado cargos públicos en los mandatos de Clinton, Bush, Obama y Trump, si bien declara abiertamente posiciones ultra-liberales.
"Lo grande no es inherentemente malo"
Bovard y Atkinson discreparon sobre qué criterio debería prevalecer, pero coincidieron en una idea: “Lo grande no es inherentemente malo”, dijo Bovard. “En todo caso, habrá que investigar si las actuaciones de las empresas, independientemente de si son grandes y pequeñas, son lícitas”, puntualizó Atkinson.
Bovard entiende que hace falta fortalecer la libertad de elección del usuario final, para lo cual es necesario promover la transparencia y reformar la Sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones, una norma que exime de obligaciones a las plataformas online por el contenido publicado por sus usuarios, y sus posibles límites. En su opinión, este tipo de cambios incentivaría una mayor competencia. Se desmarca, eso sí, de la vía de sanciones, que en cambio en Europa toma mayor protagonismo.
Atkinson, por su parte, cree que “no hay nada malo” en que una empresa crezca porque es popular, “siempre que su actuación no fuera reprochable”, a pesar de que ello implicara mayores barreras de entrada para nuevos jugadores. “Para algunas startups, de hecho, esto podría ser beneficioso porque podrían estar motivadas por que las comprara una gran empresa. Y para las startups que quisieran disputarle el liderazgo a Google o a Amazon, quizá debieran buscar otro enfoque, igual que a ninguna startup se le ocurre competir contra Ford o General Motors”, dijo.
En su opinión, “cualquier compañía o sector que albergue compañías realmente grandes será el que reciba los ataques. Solían ser el petróleo y el acero. Luego fueron AT&T y General Motors, después IBM y ahora son las big tech”.
Expuso, asimismo, que obligar a trocear los gigantes digitales sería un error estratégico para Estados Unidos, en un entorno de creciente competencia global, y destacó: “Las grandes compañías proveen enormes beneficios. En particular, las big tech invierten en I+D más que casi toda la economía de la Gran Bretaña”. “No deberíamos volver a cometer ese error”, añadió, en referencia a los antiguos casos de Western Electric, Xerox o RCA.
Para Atkinson, por último, “los problemas que a menudo se achacan a estas compañías no son de naturaleza monopolística, sino de otras clases (privacidad, libertad de expresión, etcétera)”.
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