6.100 kilómetros de ruta por la España digital: la política sube el nivel y los programas de aceleración se multiplican
D+I recorre durante cuatro semanas 12 regiones para conocer el salto cuantitativo y cualitativo de sus ecosistemas públicos de innovación y transformación digital.
17 marzo, 2024 02:30El trayecto en coche desde Mérida a Valencia es duro. Muy duro. Atravesar casi del tirón toda la Península da para reflexionar mucho sobre todo lo vivido en las últimas cuatro semanas. En el coche hay silencio durante casi todo el camino. Es la última de las 13 etapas que han conformado esta particular ruta, que ha permitido a D+I conocer de primera mano 12 ecosistemas regionales (Comunidad Valenciana, Cantabria, Asturias, Castilla y León, Navarra, La Rioja, Aragón, País Vasco, Castilla-La Mancha, Murcia, Andalucía y Extremadura), con sus virtudes y sus defectos, con sus planes y sus utopías.
Precisamente en este trayecto de Mérida a Valencia, como en el que nos trajo de regreso a casa desde Valladolid o desde Zaragoza, encontramos evidencias claras, contantes y sonantes, de la transformación digital o la apuesta por la innovación que hemos vivido en los últimos tiempos.
Impresionantes campos solares, algunos incluso combinando políticas innovadoras de gestión energética con prácticas ganaderas para aprovechar espacios; molinos de viento clásicos junto a otros tan modernos y numerosos como para confirmar que España, tal y como aseguran las multinacionales, es un paraíso con mucho potencial en este sentido; sistemas de control de tráfico y de incidencias en carretera… Este tipo de escenas se suceden sin solución de continuidad.
[La 'vuelta a España' de la innovación: 17 etapas y 17 líderes diferentes]
Pero más allá de tecnologías concretas que emergen a simple vista, tras estas semanas de idas y venidas, de reuniones y de todos los estados climatológicos y de ánimo habidos y por haber, la principal clave para entender todo lo que está sucediendo es algo que no puede tocarse, pero sí que se percibe.
En este punto conviene decir que una ruta como esta, menos intensa y con menos etapas que la que acaba de concluir, ya la recorrimos hace un año y medio. Dicen que las comparaciones son odiosas, pero, a veces, son necesarias.
Y es que el cambio percibido es total en cada despacho, en cada conversación. Por si hay algún malpensado, la sensación es la de que este cambio no tiene nada que ver con el color político -hubo elecciones autonómicas y municipales hace 10 meses y en muchos casos se produjeron traspasos de poderes-. No tiene nada que ver, más que nada porque en algunas corporaciones este salto cualitativo se ha producido aun sin relevos ideológicos en el gobierno en cuestión.
El cambio se evidencia con la misma fuerza con la que aparecen dos palabras: estrategia y cultura. En casi todos los despachos visitados, estos dos vocablos no sólo se pronuncian, sino que se demuestran.
En 2022, consejeros y directores generales con responsabilidades en la dinamización del sector digital se lamentaban; hoy, se lamentan, pero están despertando y actúan. Ahí está la diferencia.
El objetivo sigue siendo retener y atraer talento e inversiones foráneas, sigue siendo apostar por la digitalización de las pymes, sigue siendo facilitar la relación de los ciudadanos con la administración gracias a la tecnología. Sin embargo, ahora se percibe una mayor clarividencia a la hora de ejecutar o, como mínimo, de programar acciones.
Para ello es importante reparar en un detalle: tanto los territorios que ejercen desde el continuismo, como aquellos que se encuentran por primera vez ante esta responsabilidad, han sabido colocar en primera línea de decisión a cargos que años atrás estaban en un escalón inferior en el organigrama -en el caso de gobiernos que han retenido el poder-, o personas con experiencia en el sector privado, universitario o científico. Todo ello demuestra que la política, para dar un impulso a la transformación digital de un territorio concreto, ya prefiere mentes expertas que mentes ideológicas.
Este detalle -no menor- es el que podría resultar decisivo para que todo el engranaje funcione, que las dos palabras mágicas, cultura y estrategia, se den la mano en un círculo virtuoso que, en muchas comunidades autónomas, podría derivar en resultados exitosos a medio plazo.
Hablar de estrategia es hacerlo de una visión 360 de la situación y de otear un horizonte no tan lejano que beneficie a las empresas tecnológicas existentes, a las pymes que quieren digitalizarse y a los jóvenes que puedan aspirar a tener un buen trabajo y muy bien remunerado en su ciudad.
Es ahí donde nos hemos encontrado con una tendencia que nadie había pensado antes y que parece que ahora todos quieren aplicar a la vez. Esta ruta ha servido para confirmar el poder de los programas de aceleración público-privados.
Las regiones más grandes de nuestro país y algunas de las que no lo son tanto ya han empezado a trabajar en el desarrollo de aceleradoras provinciales, en colaboración con agentes privados. La idea es que cada provincia esté especializada en un sector y que su aceleradora trabaje por multiplicar el potencial de las empresas regionales en cada vertical.
Con ello se conseguirá fortalecer ecosistemas, potenciarlos y crear una red de asistencia digital con la que las pymes de ese determinado sector se animen a dar el salto hacia la transformación tecnológica, algo capital en la economía actual.
En cada rincón, una aceleradora
Un alto cargo de todos los que D+I ha visitado remarca que "hay que generar envidia sana". O lo que es lo mismo, hacer ver a una empresa que una empresa de su mismo ámbito al otro lado del mundo está ahorrando costes gracias a la digitalización.
Eso es algo que se puede conseguir muy fácilmente gracias a este tipo de programas de aceleración que van a empezar a aflorar en cada rincón de nuestro país.
No puede esconderse tampoco que este tipo de megaproyectos que han empezado a desempolvar algunos gobiernos autonómicos serán posibles gracias a ingentes cantidades de fondos europeos por gastar. Sea como sea, bendita coincidencia: dinero y buenas ideas.
Pero conviene insistir: este tipo de proyectos demuestran que hay estrategia. Muchas estrategias: ayuntamientos con ganas de convertir sus ciudades en sandbox; ciudades ávidas de dotar de contenido pequeños hubs de innovación; el apoyo a entornos empresariales dispuestos a remar en la misma dirección para atraer inversiones multinacionales; autonomías decididas a organizar eventos internacionales para compartir mentalidad digital y aprender de otros. Y así un largo etcétera.
Cómo no, la estrategia nos lleva a la cultura, esa entidad invisible que hace que se vaya instalando poco a poco en la mente de políticos, de empresarios o incluso de profesores que la idea de que ha llegado el momento de dar el salto.
Ahora bien, no caigamos en el error de pensar que, pese a verse con mayor claridad que nunca tanta estrategia y tanta cultura, todo el trabajo está hecho. Nada que ver. Todo lo anterior aún se tiene que materializar. De hecho, algún que otro territorio va por detrás en el marcador -por utilizar una expresión deportiva- y no sabe muy bien cómo encarar según qué situaciones. Y, no nos engañemos, los que van por delante, aún tienen muchas cosas que demostrar.
No es menos cierto, con todo, que, después de tantos kilómetros recorridos, después de tantas reuniones y confidencias y después de tanto optimismo percibido, hay una conclusión irrefutable: las regiones saben que están ante una oportunidad histórica y han sabido apoyarse en mimbres sólidos con los que trabajar; o lo que es lo mismo, han subido el nivel.
Acabamos este particular periplo con la sensación de que la innovación y la transformación digital de nuestro país es como su propio idioma: su principal valor añadido es su gran diversidad de acentos. De ahí la riqueza del idioma y de ahí el potencial del ecosistema digital.