Comer insectos ha dejado de ser una extravagancia. Aunque no sea habitual, ya se considera que es una buena fuente alternativa de proteína para la alimentación humana. Pero por muy sostenible que quiera ser nuestra dieta, la idea de comer un saltamontes o una larva todavía provoca rechazo.
La industria agroalimentaria está haciendo un auténtico esfuerzo por incorporar esas proteínas en sus nuevos productos. Desde barritas energéticas hasta dulces, emplean polvo de insectos triturados para su elaboración. Y como no lo vemos… ¿Cómo estar seguros de que no nos dan grillo por langosta?
Un equipo investigador de la Universitat Rovira i Virgili ha creado un método para poder identificar de forma eficaz y económica el tipo de insecto y la cantidad que se puede encontrar en muestras comerciales con el objetivo de detectar rápidamente posibles fraudes y adulteraciones. Han desarrollado un método que permite verificar que el producto que se pone a la venta contiene el tipo de insecto que figura en la etiqueta y en las proporciones que se indican.
Para ello, utilizaron siete muestras diferentes de polvo de insectos disponibles en el mercado y combinaron dos técnicas. Por un lado, la espectroscopia de infrarrojos, con la que obtuvieron un espectro, como si fuera una huella dactilar que es específica y única para cada muestra. “Este espectro informa de qué componentes químicos o biológicos tiene la muestra en concreto”, explica Jordi Mellado del grupo de investigación Foodie.
Una vez obtenido el espectro aplicaron una técnica de análisis multivariante. Se trata de un método estadístico supervisado que permite discriminar las muestras en diferentes clases y ver por qué son diferentes entre sí. “La combinación de estas dos técnicas añadida a nuestra experiencia en producción de alimentos nos permite crear modelos espectrales específicos a nuestras necesidades y encontrar información escondida”, destaca la investigadora Silvia de Lamo.
La combinación de estas técnicas no sólo se ha estudiado en la materia prima en crudo -el polvo de insecto-, sino también en productos ya elaborados -en este caso galletas- que incluyen polvo de insecto entre los ingredientes. “El hecho de que el polvo de insecto esté mezclado con otros ingredientes como harina de garbanzo, aceite y azúcar, y sometida a un proceso de cocción genera una matriz mucho más complicada de analizar. Sin embargo, con la aplicación de este método fuimos capaces de discriminar tanto el tipo de insecto como la cantidad”, señalan desde la Universidad.