Elena Ceballos nació y creció en dos ciudades sin mar, Sevilla y Navarra. Es Licenciada en Física y cuando tomó la decisión de estudiar esta rama del conocimiento, nada le hacía pensar que terminaría por surcar los mares a bordo de un barco para analizar lo que en ellos ocurre.
Concretamente en su zona crepuscular, la franja entre los 200 y los 1.000 metros de profundidad a la que no llega la luz del sol y de la que apenas se tienen datos. “La última frontera por explorar de nuestro planeta”, define ella misma a D+I en una entrevista con este medio.
Su estudio es fundamental para saber cuánto dióxido de carbono es capaz de retirar el mar, información imprescindible para adoptar estrategias y políticas eficientes para que la temperatura de la Tierra deje de aumentar y frenar el cambio climático.
“Cuando comencé mi carrera, no sabía que la oceanografía era una rama de la ciencia. Elegí las asignaturas que más me gustaban y tenía preferencia por la física nuclear, por todo lo relacionado con la radiactividad en el medioambiente y por trabajar en un laboratorio con instrumentos”, cuenta.
La conversación tiene lugar durante uno de los periodos que pasa en España porque ahora, desde 2021, trabaja en Estados Unidos para el Woods Hole Oceanographic Institution, en Massachusetts, uno de los organismos dedicado al estudio de los océanos más destacados del mundo.
Física para cuidar los océanos
El camino para llegar hasta aquí lo inició en el Centro de Investigación, Tecnología e Innovación de la Universidad de Sevilla (CITIUS), donde realizó sus prácticas en tercero de carrera. Las hizo en un servicio dedicado a medir radiactividad de muy baja concentración en el medioambiente, que era a lo que entonces quería dedicarse.
Fue allí donde coincidió con una profesora que aplicaba esta área de estudio de la física a los océanos. “Ella me propuso realizar mi tesis de doctorado analizando muestras de la Antártida, que tendría que ir a recoger en un barco sobre el terreno”, recuerda.
Guiada por su espíritu viajero y sus ganas de aprender, aceptó. “Realicé mis estancias de investigación en varios centros de referencia en esta materia, entre ellos los más potentes de Estados Unidos. Descubrí que hay todo tipo de profesionales que estudian los océanos desde diferentes perspectivas y fue cuando me enamoré de la oceanografía. Ahora sé que esto es lo mío”, afirma sin atisbo de duda.
Lo comprobó de nuevo en 2021, cuando todavía estaba terminando su tesis, como parte de la segunda campaña de la misión Exports de la NASA. El objetivo de esta expedición es usar los satélites que ya tiene operativos para conocer qué sucede en la twilight zone, o zona crepuscular del océano, y construir modelos para cuantificar el flujo de carbono oceánico.
Una de sus particularidades es que es la primera misión en la que han participado tres buques de forma simultánea y a la que han contribuyen alrededor de 150 investigadores internacionales.
“Se trata de medir cuánto carbono se hunde en el océano y a qué velocidad. Es algo que ya se hace, pero sigue habiendo mucha incertidumbre al respecto. Mi trabajo es despejar estas dudas, recogiendo datos para después analizarlos en el laboratorio”, explica Ceballos. “Estamos haciendo predicciones para salvarnos del cambio climático con unos tiempos que no son reales, solo estimados, porque los océanos, que regulan la temperatura del planeta, aún son unos grandes desconocidos”.
Un robot a su medida
Es en esa fase del proyecto en la que se encuentra ahora y para la que desde su grupo de trabajo han necesitado idear un instrumento a medida. “Sabemos más del océano profundo [aquel que está por debajo de los 1.000 metros de profundidad] que de la zona crepuscular, porque uno de los mayores desafíos para explorarlo es disponer de instrumentos capaces de soportar la presión tan elevada que se registra en esta franja”, explica.
“La tecnología para ello no ha estado disponible hasta hace poco. Sí había robots que examinaran el fondo, pero no que fueran capaces de quedarse suspendidos”, aclara. El que usa Ceballos está modificado con una válvula de aceite con la que se regula la profundidad a la que se hunde.
“Para la recogida de datos, TZEX [que es como se llama el robot] cuenta con varias cámaras de alta resolución con las que realizo fotos de la nieve marina, las partículas que transportan el dióxido de carbono desde la atmósfera al océano profundo”.
El robot también incorpora una trampa de sedimentos, uno de los instrumentos más antiguos que se utilizan en oceanografía, que funciona como una especie de cubo que recoge todo lo que encuentra. “Tiene un carrusel con 12 pequeños cubos. Podemos mandarlo a 2.000 metros de profundidad y programarlo para que obtenga muestras en una zona concreta y a la vez haga fotos”, explica. Ya cuentan con cinco millones de imágenes.
Ceballos ha retornado a España de forma temporal para teletrabajar analizando esas imágenes hasta que vuelva a embarcarse para continuar recabando datos con TZEX. La campaña se detiene en los meses más fríos y será en primavera cuando retomen el trabajo de campo en el Atlántico. Será entonces cuando programará su robot y lo lanzará otra vez al mar en busca de certezas.
Allí, en EE.UU. estará hasta septiembre de 2024. Después, tiene planes de volver a la Universidad de Sevilla, donde nació su vocación por los océanos, para seguir estudiándolos más cerca de la familia.
Remando contra los prejuicios
Elena Ceballos fue finalista en la última edición de los Premios MAS-Mujeres a Seguir en la categoría de Ciencia. Durante la entrevista reconoce que su condición de mujer no siempre le ha puesto fácil desarrollar su carrera.
Primero en la universidad, "donde algunos profesores me trataban con condescendencia", y más tarde a bordo de las embarcaciones donde realiza sus investigaciones, "en los que me he tenido que enfrentar a alguna situación tensa cuando alguno de los tripulantes me ha tratado como si fuera una niña (tiene 34 años)".
Aun así, confiesa que se siente "afortunada" si se compara con lo que han experimentado otras compañeras de su generación (prefiere no concretar) y que en el laboratorio donde trabaja ahora, en EE.UU., donde no solo son mayoría mujeres, sino que han decidido nombrar a algunos de los instrumentos con los que trabajan haciendo referencia a grandes científicas, como Margarita Salas.