La pregunta del millón sobre la Ley de Moore, una ley empírica formulada en 1965 por el cofundador de Intel Gordon E. Moore que describe cómo cada dos años se duplica el número de transistores en un microprocesador y, por consecuencia, marca la miniaturización de la industria electrónica a informática, era cuándo se iba acabar, al llegar a cero nanómetros la tecnología de fabricación de los chips, que son el corazón de la capacidad de computación de la informática.
En 2015 el propio Gordon Moore volvió a predecir que la tasa alcanzaría la saturación en la próxima década (pronto volveré a ello en detalle). El estancamiento reciente de la Ley de Moore es una consecuencia del límite físico de la tecnología actual. La causa es que al aumentar la densidad de transistores aumenta el calor generado para un mismo volumen y calor significa energía disipada no aprovechada. Y hay más, resulta que a nivel de funcionamiento no es posible extraer el calor suficientemente rápido sin riesgo a sobrecalentar y dañar el microprocesador.
Por otra parte, una consecuencia directa de la Ley de Moore es que los precios bajan al mismo tiempo que las prestaciones suben. El ordenador fabricado hoy costará la mitad al año siguiente y estará obsoleto en dos años y, por supuesto, en poco tiempo también lo estará el software y sistema operativo que lo hace funcionar. Pero hay otra consecuencia no deseada, más dramática para el medio ambiente, a costa de optimizar los beneficios a corto, algo que se ha convertido en un nuevo vicio de la industria electrónica y tecnológica llamado obsolescencia programada. Indirectamente la tecnología digital planteada con este tipo de paradigma de la Ley de Moore, el termómetro más conocido para expresar el progreso tecnológico, también se ha convertido por su progresión exponencial en una pregunta incómoda para la poderosa industria tecnológica: si se ha convertido en una enemiga principal del medio ambiente planetario. La respuesta es sí y se puede ver hasta qué punto es cierta con solo un ejemplo: el del vertedero para chatarra electrónica Agbobloshie, en Ghana, el mayor del planeta.
La demanda exponencial de computación del mundo
Una tercera consecuencia indirecta es que, a su vez, el citado paradigma exponencial de la tecnología de la computación también es empujado hacia adelante por las cosas que hace posibles y que antes no lo eran. A mayor cantidad de computación podemos conseguir cosas maravillosas, antes irrealizables, y convertir en realidad esas cosas, antes solo imaginadas, se ha llegado a convertir en el principal vector de arrastre y el foco de la industria digital como consecuencia del progreso tecnológico.
Con ese objetivo principal en mente, la poderosa industria tecnológica ha aplicado una amnesia generalizada sobre el resto de los efectos secundarios que va dejando atrás en su vertiginosa carrera. Y así, el progreso de la capacidad de cálculo y de computación ha pasado a convertirse de un medio a ser un fin en sí mismo, ya que nadie objeta sus conquistas ni cómo ni por qué camino llega a ellas, tras el muro de obviedad de que su transformación del mundo es, ante todo, positiva para muchísima gente, aunque no tanto para el planeta que habitamos cada vez más comprimidos.
Y así han sido las más de cinco décadas de la Ley de Moore en las que se ha dejado al albur de la autorregulación de la propia industria el rumbo y las derivas de la evolución de la digitalización. La demanda también exponencial al ritmo de Moore de computación en el mundo entero nunca ha sido cuestionada. La industria tecnológica no ha sabido, o no ha querido, construir otro paradigma que este que disfrutamos y sufrimos, al tiempo, que de marcado carácter determinista. Y, finalmente, esta demanda, más allá de que lo deseemos o lo ignoremos, forma parte de la demanda energética planetaria.
La ingente capacidad de computación que exige el nuevo modelo de inteligencia artificial basada en la estadística computacional y en matching a gran escala que alimenta ahora mismo, por ejemplo, desde el gran negocio de la publicidad personalizada hasta los estudios basados en big data de diagnósticos con inteligencia artificial, por poner dos ejemplos ilustrativos, están basados en gigantescas ‘granjas de servidores’ dentro de una infraestructura mundial de data centers (centros de procesado de datos) como soporte del cloud computing (o datos en la nube). Centros como los que hacen posible el negocio global de gigantes como Amazon, Google o Apple o las rede sociales globales de Facebook.
Un ejemplo muy cualificado es la red de Data Centers que filtró Wikileaks en un documento interno “altamente confidencial” del proveedor global de cloud computing Amazon, el 11 de octubre de 2018. Hay mucho dinero en juego en esta ‘guerra’ de la recolección, posesión, almacenamiento, uso y comercio de datos. En 2013, Amazon firmó un contrato de 600 millones de dólares con la CIA para construir un cloud para uso de las agencias de inteligencia que trabajan con información clasificada top secret. En aquel momento, Amazon era uno de los principales candidatos a un contrato de 10.000 millones de dólares para construir una ‘nube privada’ para el Departamento de Defensa de EEUU. Y en esa ‘guerra’ también participaban empresas como Oracle e IBM. Curiosamente, en los debates sobre este nuevo paradigma de computación basado en el cloud, se hablaba del poder que esto supons o menos secretpo de ellos, pero no del facato de la energia necesaria para mentener en funcionemiento estas nuevas estoa supoía y del valor de los datos o del carácter más o menos secreto de ellos, y de los temas de la privacidad de los datos personales, pero no del factor de la energía necesaria para mantener en funcionamiento estas nuevas y gigantescas infraestructuras y de su sostenibilidad.
La enorme huella de carbono de los datos y lo digital
Con esto pasa como con la población del planeta. Si la humanidad en total tuviese 1.000 millones de personas, como tenía en el año 1800, su acción sobre el planeta sería mucho más limitada, pero su crecimiento acelerado reciente se ha vuelto exponencial, sobre todo en el último siglo, aunque no en todo el mundo por igual. En el año 2000 la población mundial alcanzó los 6.000 millones y en noviembre del 2017 se alcanzaron los 7.350 millones de habitantes. En estas condiciones los efectos acción de la humanidad sobre los ecosistemas del planeta se ha hecho mucho más relevante y, por tanto, más decisivo, e incluso ha dado lugar a lo que se llama ahora la Era del Antropoceno por el impacto humano sobre el planeta. Y la demanda de energía para mantener en funcionamiento el ‘mundo virtual’ de internet y de lo digital global en funcionamiento, también ha crecido exponencialmente, lo cual se ha vuelto ya decisivo para la demanda energética del planeta y por su participación en las emisiones de efecto invernadero. Un factor de cuya importancia apenas se ha hablado y del que ahora, dada la extrema urgencia que impone la actual crisis climática, va a ser algo que la industria digital no va a poder ignorar más.
Hay datos de ejemplos, incluso sorprendentes, del mundo digital e internet en relación a la energ oublico hace solo dos meses en Fortune que son muy ilustrativos. mncia que impone asepcaonemiento ento estas nuevas estoa supoía que la mayoría de la gente ignora, pero que son muy ilustrativos. La periodista Naomi Xu Elegant publicó hace solo dos meses en Fortune un texto, con expresivo el título La nube de Internet esconde un sucio secreto. Cuenta que el videoclip de Despacito estableció un récord en internet en abril de 2018, cuando se convirtió en el primer vídeo que alcanzó los 5.000 millones de visitas en YouTube. En el proceso, Despacito alcanzó un hito menos optimista: consumió tanta energía como 40.000 hogares estadounidenses en un año.
Y Xu da otros datos impresionantes. Los centros de datos de EEUU consumieron 70.000 millones de kilovatios-hora de electricidad en 2014, la misma cantidad de energía eléctrica que un total de 6,4 millones de hogares de EEUU usaron ese año. Los centros de datos necesitan electricidad para alimentar sus servidores, equipos de almacenamiento, copias de seguridad e infraestructura de refrigeración; la mayoría de los servidores requieren temperaturas inferiores a 26º celsius para funcionar, y la eliminación del calor producido por las máquinas o servidores, puede representar hasta el 40% del uso de electricidad en los centros de datos convencionales.
Debra Tan, directora de la organización sin fines de lucro China Water Risk, con sede en Hong Kong ha declarado que el sector de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) “va a ser, probablemente, uno de los sectores más voraces con la energía eléctrica en el futuro”. La gente que está viendo mediante streaming las series en Netflix, dice Tan, no piensa que pasa con la demanda de energía que generan. Y con las emisiones de CO2 y esta tendencia no va a hacer sino aumentar. Lo que Tan llama las “sociedades basadas en la nube” están relacionadas con unas omnipresentes tecnologías digitales, en forma de redes 5G, robótica, inteligencia artificial o criptomonedas. Eso significa que el consumo de electricidad de las nuevas infraestructuras del tipo centros de datos y la nube, en que se basan estos nuevos sectores de vanguardia tecnológica seguirá aumentando, y con ello su huella de carbono, quizá en una proporción parecida.
Según Nature, el sector de las TIC en su conjunto contribuye en más de un 2%, porcentaje que va en aumento. Los gigantes tecnológicos como Amazon, Microsoft y Google operan desde numerosos centros de datos agrupados en el condado de Loudoun en el norte de Virginia (EEUU), donde han obtenido facilidades fiscales y para el suelo. Según los funcionarios de ese condado el 70% del tráfico mundial de internet fluye a través de los centros de datos de su área.
Y según Greenpeace, sólo el 12% de los centros de datos de Amazon y el 4% de los de Google de ese complejo funcionan con energía renovable, a pesar de las promesas de estas empresas de cambiar a una energía 100% limpia. Y a nivel global el tema aun es peor. Los gigantes chinos de internet Baidu, Alibaba y Tencent obtuvieron el 67% de su energía del carbón en 2017. Y la industria de centros de datos y cloud computing de China es la segunda más grande del mundo, con un 8% del mercado mundial. Los centros de datos de China emitieron 99 millones de toneladas de dióxido de carbono en 2018 y emitirán dos tercios más para 2023 a menos que la industria se ocupe de su consumo de energía, según un estudio de 2019 realizado por Greenpeace y North China Electric Power University.
En cualquier caso, todo pasa por una participación individual de todos en el necesario cambio de cultura sobre la demanda de energía a la contribuimos todos los que usamos lo digital. Pero como dice Tan, el efecto de la contribución individual puede resultar importante, aunque desde la visión personal no lo parezca, pero las empresas tecnológicas deben dar ejemplo. Y cita a una empresa global ya muy conocida: un streaming de Netflix de calidad media, en lugar de alta definición o 4 o 5K, podría ahorrar más del 75% del carbono y el agua utilizada. Y obviamente, además, las empresas y los gobiernos deben tomar el liderazgo en la ‘ecologización’ de la cadena de suministro y el desarrollo de la infraestructura de energía renovable para todo el mundo digital. Pero ¿quién es capaz de renunciar a tener pantallas en casa 5K en lugar de 4K, una diferencia que ya no percibimos, si ese es el motivo con el que el fabricante de nuestro nuevo televisor inteligente nos sedujo en su manipuladora publicidad? Bien. De la inmensa huella de carbono de la manipulación publicitaria global prometo hablar otro día.