El escándalo de los másteres y las tesis fantasma pone de relieve varios asuntos importantes para el ecosistema de innovación. Hagamos recuento. El flujo de cabezas cortadas, políticamente hablando, no parece dispuesto a detenerse. Cifuentes fue la primera, el la hoz cambió de método para alcanzar al presidente y la vicepresidenta del Gobierno, y volvió a la senda estudiantil con una ministra. ¿Seguirá la purga? Cae una clase política que no ha tomado las más mínimas precauciones para afianzar su carrera. Demasiado fácil para tantos actores interesados en marcar los tiempos del espacio público.
Esa clase política, entre otras imprudencias, se ha entregado a una titulitis innecesaria en este punto del desarrollo tecnológico, en el que cuentan cada vez menos los títulos y más las habilidades en el desarrollo de proyectos. Causa rubor que pongan su carrera en peligro por una tonta línea de currículum, por no ir a las aulas e... investigar. Vaya meritocracia.
Queda dañada la imagen de buena parte del sistema universitario español, entregado a centros y grupos de catedráticos-colegas que conceden reconocimientos sin controles elementales. Hay quien se conjura para que el bochornoso espectáculo de másteres judicializados sirva de acicate -"como el escándalo de los abusos sexuales en la Iglesia", así están los ánimos-, para la inaplazable revisión del modelo de Universidad. Porque, y este es el último apunte, habrá que encontrar una salida digna a tanto despropósito, cuyas consecuencias empiezan a extenderse a otros ámbitos, y si no que se lo pregunten a las escuelas de negocio. La palabra "máster" está contaminada.
Había tecnología suficiente para evitar el escarnio. Muchas de las presuntas irregularidades detectadas habrían resultado simplemente imposibles con un sistema de gestión de base de datos como el que tiene implantado Oracle en multitud de universidades y administraciones. Cualquier cambio o alteración del expediente habría generado huella, hubiera requerido permisos especiales, en algunos casos del propio rector, y ni siquiera así se modificaría el historial. Impensable cuestionar con esa herramienta la presentación de trabajos de fin de máster y otros requisitos.
Y hay, de hecho, tecnología para garantizar la integridad de la información referente a un alumno no ya durante su etapa universitaria, sino desde que se incorpora a la educación infantil. Se llama blockchain. Si se introdujera en el sistema educativo, no sólo se evitarían fraudes, sino que se fomentaría la ejemplaridad. El rector de una de las principales universidades españolas me dice que ellos han comenzado a trabajar en ello.