Sin empresas no hay innovación. Parece una realidad evidente, pero como otras muchas se olvida con facilidad. En especial cuando los políticos diseñan sus abracadabrantes estrategias. Sin empresas puede haber investigación y desarrollo, pero no innovación. Sin un espíritu emprendedor dispuesto a asumir el riesgo de llevar una idea al mercado y a la sociedad, no hay innovación.

Hace un tiempo me invitaron a participar en un grupo de trabajo para diseñar el plan de acción de una comunidad autónoma en materia de emprendimiento. Las deliberaciones condujeron a un mapa del ecosistema repleto de universidades, centros de investigación, entes públicos, cámaras y asociaciones. Lo único que no aparecía en él eran... empresas.

Hoy encaramos una reforma educativa en la que los estudios de economía, y el resto de materias relacionadas con lo que la UE define como competencias para el fomento del emprendimiento, tienen que reclamar que no se las deje de lado, no quieren perder el protagonismo que han ido logrando con esfuerzo desde principios de los 90. No faltan quienes en el propio ámbito de la enseñanza las asocian con una ideología neoliberal, lo que no es más que una muestra clara de incultura. Son los mismos que después diseñan un mapa del ecosistema del emprendimiento sin empresas... y  luego se preguntan por qué no hay innovación.

Hay que reivindicar la colaboración entre investigadores y empresas, un debate que parecía superado, pero que recupera vigencia cada vez que una parte de la ecuación, por lo general la que no sería capaz de sobrevivir sin fondos públicos, encuentra algún obstáculo en el camino. Lo que vemos hoy, en efecto, es una reactivación de las políticas para recuperar talento en el lado de la investigación, lo cual no sólo es hábil, sino absolutamente necesario. Así lo ponen de manifiesto los últimos anuncios provinientes del Ministerio. Pero faltan motivos para el optimismo del lado de las empresas.

En un encuentro organizado por la Universidad Carlos III se hablaba esta semana de la situación preocupante de la mayoría pymes por su lejanía e incapacidad para acceder a los postulados de la industria 4.0 (sólo los proveedores de grandes compañías tienen hoy asegurado billete para ese tren, lo cual creará una economía de primer y tercer mundo tecnológico en España) y en Zaragoza las explotaciones agrarias proclamaban un "sin wifi, nos vamos" ante las dificultades para digitalizar el campo por falta de cobertura de 4G. Asistimos también, en fin, a varios cierres de plantas industriales emblemáticas que no hay que desvincular de la revolución tecnológica.