La última edición de la feria OEB Global (antes conocida como Online Educa Berlín) ponía sobre la mesa "un gran tema a debate": toda la educación debe ser divertida (si tomamos esa acepcción de la palabra inglesa "fun"). "¿Recuerdas ese profesor aburrido que te alejó de la que podría haber sido tu asignatura favorita? ¿Y aquel otro profesor con cuyas lecciones disfrutabas tanto que no podías esperar a las siguientes clases?" Son dos preguntas que encabezan una de las notas de prensa del evento. Como suele suceder con todo lo que rodea a los nuevos dispositivos y soluciones de la era digital, protagonistas evidentemente de OEB Global y dentro de unos días del CES de Las Vegas, la clave de nuestro tiempo es que el mundo sea divertido. Es uno de los imperativos, junto a la comodidad, de nuestra época, heredera de ese concepto lineal de progreso según el cual cualquier tiempo pasado debe ser siempre peor.
La tecnología que se está imponiendo muchas veces pone el acento sólo en lo que tiene de capacidad de representación. Y lo que se ve es un mundo sin dolor ni imperfección, que no es real. En redes sociales no mostramos sino la parte amable de lo que somos. Probablemente por eso en los últimos 40 años se haya representado más que nunca teatro grecorromano, como pone de relieve la historiadora británica Mary Beard. Porque la cultura occidental no ha conseguido elaborar un mito original desde el Don Juan, dice George Steiner, ni siquiera hemos sido capaces de crear una historia nueva para explicar la llegada a la Luna. Parece que sólo valemos para formular variantes de la apariencia, que es puro reflejo. Y como en los cuadros de Sorolla, una apariencia no requiere el mismo esfuerzo que la realidad.
Distingue CS Lewis entre cuatro causas de la risa humana: la alegría y la diversión no son excluyentes del dolor, porque su raíz es el encuentro con los demás. En el caso del chiste, una persona "puede hacer casi cualquier cosa que le apetezca no sólo sin la desaprobación de sus semejantes, sino incluso con su admiración, simplemente con lograr que se tome como una broma". Y la ligereza consiste en "hablar como si la virtud fuese algo cómico", el abuso de esta fórmula "está a mil kilómetros de la alegría; embota, en lugar de agudizarlo, el intelecto; y no fomenta el afecto entre aquellos que la practican".
Promovamos una tecnología que no sea una herramienta para crear apariencias y desnaturalizar la realidad. Que cree un mundo capaz de reconocer como suyo también el dolor y la imperfección. Que ayude a educar con la diversión verdadera. Una innovación para la alegría.
EUGENIO MALLOL es director de INNOVADORES
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