Quizás a ti te dé lo mismo saber qué valor económico tienen esos miles de datos que muchas compañías recopilan diariamente acerca de ti y que les entregas gratuitamente, de la misma forma que entrenas sin retribución alguna a sus máquinas de IA (sí, esos cuadros en los que tienes que señalar dónde están las bicicletas sirven para afinar los sistemas de visión artificial de una compañía tecnológica). Pero a Hacienda, no le da igual. Al menos, a la Hacienda de Francia. Su Gobierno acaba de anunciar una tasa a las técnológicas del 3% sobre los ingresos que generan en tres actividades: la publicidad en línea, la venta de datos personales y la intermediación. 

Sirva como paréntesis que no acabo de ver la 'tasa Google', porque si el problema es que Google declara en Irlanda el negocio que genera en Francia, ese debería ser el tema a debate. Pero no, porque en Europa convivimos sin menoscabar la soberanía de los estados en materia fiscal. Imponer tasas con afán recaudatorio a sectores que tiran de la economía, precisamente porque tiran de la economía, expele un aroma, pues, a pretencioso oportunismo.

Del anuncio del Ejecutivo de Macron pongamos el foco en esa parte del impuesto relacionada con los ingresos por la venta de los datos. Hace ya tiempo que el mercado actúa a su aire en este ámbito, lo cual no deja de ser un síntoma del cambio de modelo económico que trae la era digital y que estallará exponencialmente en la era caótica que viene, dicho sea de paso. La figura del Data Broker se reivindica como árbitro en una dinámica trueque de información tan creciente en el mundo que nadie duda ya de su valor pecuniario. ¿Necesitamos una Bolsa, una Comisión Nacional del Mercado de la Información, un Banco Europeo del Dato?

Como hemos comentado en alguna ocasión,  empresas que proveen a otras de datos aceptan como contraprestación una parte en dinero y otra parte en esos mismos datos enriquecidos por el propio cliente, utilizando tecnologías de analítica e inteligencia artificial. Una cadena de retail vende a una teleco información sobre la actividad de los compradores en sus tiendas, a cambio recibe esa misma información enriquecida con los datos de la operadora, y se los pasa a su vez a un proveedor que puede planificar así su logística. ¿Quién es el comprador y quién el vendedor, y cuál es el precio de intercambio? No es tan sencillo. Ni siquiera estoy seguro de que sea eso lo que Francia desea averiguar. Pese a que, tratándose de Hacienda, seguro que está dispuesta a llegar hasta los confines de la tecnología si hace falta. Si Macron fija el valor de los datos que vende Facebook (y algo así debe hacer si quiere gravarlos) introducirá un nivel más de transparencia en el sector tecnológico. Me temo que para muchos será el fin de la edad de la inocencia.

EUGENIO MALLOL es director de INNOVADORES



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