Meredith Whittaker es fundadora del Open Research Group de Google y Kate Crawford, una de las investigadoras jefe de Microsoft. Ambas promovieron hace un par de años en la Universidad de Nueva York el AI Now Institute. Una plataforma desde la que han intensificado, con informes y trabajos de campo, la vigilancia sobre las implicaciones sociales de la actividad de las grandes compañías tecnológicas en materia de inteligencia artificial.

En especial en los ámbitos de "derechos y libertades, trabajo y automatización, parcialidad e inclusión, y seguridad e infraestructuras críticas". Han puesto la mirilla sobre las grandes corporaciones, incluidas las suyas propias, Google y Microsoft. Algo inconcebible en nuestro país, en la locomotora económica que debería ser el Ibex 35, edificada sobre una estricta clausura intelectual, con voto de no discrepancia pública y humus en el bonus anual.

Pura ingenuidad imaginar a directivos en España no ya criticando el impacto social negativo de algunas decisiones de sus empresas, sino poniendo en marcha nada menos que una institución orientada explícitamente a ello. En todo caso, una quimera pensar que se mantendrían en sus puestos.

El asunto es que en Estados Unidos han comenzado a levantarse voces de alarma ante la sola posibilidad de que Whittaker y Crawford puedan ver cercenado su activismo. Al parecer a los tolerantes y modernos gigantes tecnológicos ya no les haría tanta gracia la crítica, aunque ellos insisten en desmentir que se hayan producido represalias.

El detonante habría sido la movilización de decenas de miles de trabajadores de Google, concentrados a las puertas de sus centros de trabajo en todo el mundo en noviembre pasado, a raíz de la gestión por parte de la compañiía de varios casos de acoso sexual.

Hasta la revista Wired se ha hecho eco estos días de las presuntas consecuencias que estaría teniendo la marejada, iniciada ya a principios de año, sobre Whittaker y su colega de agitación en la empresa, Claire Stapleton. Aunque en el caso de la primera, y esto es lo preocupante, sería no tanto por la protesta callejera como por su actividad en el AI Now Institute. 

En cierto modo, todos hemos aceptado que determinadas empresas tecnológicas han traído al mercado nuevos productos y servicios, pero también una nueva cultura de trabajo y de gestión del conocimiento dentro de las organizaciones.

Lo que incluye el tratamiento de la discrepancia. Whittaker ha logrado influir, de hecho, en la relación de Google con el Ejército de EEUU y con China, o en la apertura a aspectos relacionados con la objeción de conciencia y la ética en el desempeño del trabajo. Por eso, estamos ante una cuestión que va más allá de la anécdota individual. El desenlace nos alcanza, en efecto, a todos.

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES