Hoy el mundo se ha levantado con una noticia que ha conseguido (a ratos) eclipsar al otro gran hito de la jornada, el capítulo final de Juego de Tronos. Hablamos de la decisión de Google de romper lazos con la china Huawei, restringiendo el soporte que le presta para las actualizaciones del sistema operativo Android y el uso de algunas de sus principales aplicaciones, como la Play Store o Gmail.
Pero este hecho -junto a la reacción simultánea de Intel y muchos otros fabricantes norteamericanos- no es sino el último episodio de una larga historia de disputas entre el gobierno de Donald Trump y la marca asiática. Un conflicto que ha culminado en una orden ejecutiva por la que Huawei forma ya parte de la lista negra de compañías con las que los estadounidenses pueden sellar acuerdos comerciales pero que se remonta a hace varios años y con dos frentes muy claros como excusa del enfrentamiento.
El primero de ellos, y quizás el más irrelevante en estos momentos, es la relación de Huawei con Irán. EEUU ha establecido durante muchos años -y salvo un breve período de tiempo durante la Administración Obama- intensas sanciones a ese país y, por ende, a cualquier empresa que comerciara con él. Tanto en 2016, (la oficina de Industria y Seguridad del Departamento de Comercio de Estados Unidos) como en 2017 (la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro), Huawei fue objeto de investigaciones sobre estos lazos comerciales con Irán.
Precisamente éste es el argumento que Trump ha utilizado en esta ocasión para acusar a la directora financiera de Huawei, Meng Wanzhou, de más de una docena de delitos incluyendo el robo de secretos comerciales de rivales estadounidenses, blanqueo de dinero y obstrucción de la Justicia. Ella permanece en estos momentos en arresto domiciliario en Canadá a la espera de la extradicción a su vecino del sur, mientras que China ha entendido esta decisión como un alineamiento claro de los norteños en favor de Trump. Y aunque la venganza es un plato que se sirve frío, en este caso la reacción fue más bien en caliente: China detuvo a dos diplomáticos canadienses a los que mantiene en un estado de semi-incomunicación. Rehén contra rehén en esta guerra cuyas causas reales veremos en un momento.
El primer contexto: la guerra comercial
No puede entenderse esta persecución a Huawei sin tener en cuenta el telón de fondo de la guerra comercial que Donald Trump declaró, prácticamente desde su primer día de mandato, a China. El gigante asiático se ha convertido en una auténtica obsesión para el presidente norteamericano, que acusa a este país de quitar puestos de trabajo a los ciudadanos locales y de aprovecharse de una balanza comercial claramente favorable a los chinos. No ha tenido en cuenta, eso sí, la aportación de las compañías chinas a la riqueza norteamericana, como suministrador o fabricante de muchas de las grandes marcas de EEUU. Que se lo digan a Apple (cliente clave de la china Foxconn y, paradigmáticamente, cliente de varias patentes de la propia Huawei).
Pero una guerra no puede sustentarse en una batalla abstracta, y menos cuando estamos hablando de una guerra comercial. Por ello, reza la literatura bélica, se necesitan símbolos a los que odiar, iconos a los que vencer. Y ese desdichado papel le tocó a ZTE primero, y a Huawei después. No es casual la elección de Huawei como diana de la furia proteccionista de Trump, ni mucho menos: la compañía asiática es ya el segundo fabricante mundial de smartphones (con más de 200 millones de unidades vendidas en 2018) y goza de una posición destacada en el segmento profesional, como proveedor clave de infraestructuras de telecomunicaciones... como el 5G.
El segundo contexto: la batalla por el 5G
Precisamente ese punto, el de la nueva generación de redes móviles, es uno de los mayores acicates de esta batalla sin descanso. Tras la aprobación del estándar definitivo de 5G el pasado curso y con las sucesivas subastas de espectro en todo el mundo, los operadores de telecomunicaciones están comenzando ya con los despliegues masivos de estaciones base que soporten el 5G. Una labor que requiere de ingentes inversiones que han de canalizarse de manera rápida para posicionarse en buena posición ante los nuevos nichos de mercado que abrirá esta tecnología (como el Internet de las Cosas, la industria 4.0 e incluso el coche autónomo).
¿Y quiénes son los principales proveedores de esta clase de estaciones base y otras infraestructuras asociadas? La lista no es demasiado larga e involucra a algunos nombres europeos (Ericsson, Nokia) y, especialmente, a Huawei. La marca china ha conseguido no solo ser una de las más rápidas en lanzar sus modelos al mercado sino que también gana en precio a sus rivales. Por si fuera poco, y como así han reconocido públicamente expertos de varias 'telco', sus sistemas son los que mejor rendimiento ofrecen, máxime en despliegues eminentemente rurales como los que se van a tener que hacer en EEUU (donde el 5G también compensará la falta de fibra óptica como método de acceso a Internet de alta velocidad en los hogares). Obviamente, pensaría el bueno de Trump, si eliminamos al mayor rival de la carerra -orden ejecutiva mediante-, habrá alguna oportunidad de que esos contratos milmillonarios acaben en manos de alguna empresa norteamericana, aunque su tecnología sea peor y tarde más en estar disponible.
El tercer contexto: la ciberseguridad
Entramos en el meollo de la cuestión, en la excusa esgrimida por Donald Trump para dar la puñalada ¿final? a Huawei: la ciberseguridad. Según las autoridades norteamericanas, escudadas en informes de dudosa credibilidad de sus entes de inteligencia (los mismos que dijeron que en Iraq había armas de destrucción masiva), Huawei podría estar colando puertas traseras en sus sistemas de telecomunicaciones. De ser cierto, el gobierno de la dictadura china podría acceder a estos equipos y espiar de forma indiscriminada a ciudadanos, empresas y organismos públicos de Estados Unidos.
Sin duda, es un riesgo contante y sonante a la seguridad nacional de cualquier nación. Solo hay un pequeño 'pero' a este temor y pánico generalizado: no existe ni una sola prueba de ello. La propia Huawei se ha ofrecido a facilitar información y acceso a su tecnología para que Estados Unidos compruebe por sí mismo que no hay nada que ocultar, pero de poco ha valido esa buena voluntad. Tampoco han servido los apoyos de otros gobiernos del mundo, como la Unión Europea, que han defendido hasta la saciedad que no impondrán ninguna sanción a ninguna empresa si no hay prueba alguna de que haya cometido un delito. En la cabeza de Trump solo entra la visión conspiranoica de una empresa china a cargo de todas las infraestructuras de telecomunicaciones de EEUU. Y el dineral que se van a llevar esos chinos y no una multinacional estadounidense...
La primera víctima: el consumidor
Por supuesto, la primera víctima de todo este sarao va a ser el consumidor de a pie. En una doble vertiente, además. Por un lado, va a estar sometido a una enorme incertidumbre a la hora de comprar cualquier teléfono móvil, a sabiendas de que Huawei es una opción muy demandada pero ahora sujeta a un futuro incierto y plagado de dudas ante posibles interrupciones de los servicios de Google y su exposición a ciberamenazas a causa del 'apagón' de soporte técnico a Android. Por el otro, debido a que la necesidad de contar con otros suministradores para el despliegue de redes 5G hará que éste sea mucho más lento, privando a los norteamericanos de una tecnología básica para el desarrollo de multitud de industrias y segmentos de actividad.
La segunda víctima: los operadores de telecomunicaciones
Siguiendo esa misma línea, los segundos afectados son los operadores de telecomunicaciones. Ellos verán como la lista de posibles proveedores de estaciones base y otras infraestructuras clave para el 5G se reduce significativamente, con lo que el coste de las que quedan será presumiblemente mayor. Una menor variedad de alternativas que también implicará ineficiencias a la hora de instalar equipamiento que quizás no es el más adecuado en cada red y, por supuesto, una mayor lentitud a la hora de desplegar la red 5G. Y eso, en última instancia, implica más tiempo necesario para amortizar las inversiones realizadas tanto en la compra del espectro como en su implantación real.
La tercera víctima: Huawei
Obviamente Huawei no va a salir indemne de toda esta situación. Por lo pronto, su imagen de marca ha quedado seriamente dañada por las dudas que a partir de ahora va a suscitar entre los consumidores. Como dice el dicho, "calumnia, que algo queda". De confirmarse las sanciones (quién sabe si habrá un alto al fuego en esta espiral de violencia económica sin parangón), Huawei también se quedará fuera del gigantesco mercado estadounidense, perdiendo miles de millones de euros en oportunidades de negocio, tanto en el segmento de consumo como en el profesional. Y, finalmente, aún cabe esperar que terceros países -como ya hizo Australia- sigan los pasos de Trump y le cierren las puertas de más mercados a la multinacional de Shenzhen.
Y una ganadora: Europa
En medio de todo este desastre, crónica de dos muertes anunciadas (EEUU y Huawei) si nadie lo impide, hay una ganadora inusitada: Europa. El veto norteamericano a la marca china implica que sus operadores de telecomunicaciones tendrán que comprar la tecnología 5G a los restantes actores del mercado, sí o sí, cual imperativo. Y estos son, casualmente, dos firmas nórdicas: Ericsson (Suecia) y Nokia (Finlandia). Además, como la propia UE no se ha postulado (al menos por el momento) en contra de Huawei, las 'telco' comunitarias podrán optar por los sistemas de Huawei cuando estimen que son más económicos, fiables o de mayor rendimiento. O dicho de otro modo: Europa ganará por la prohibición en un lado, y por la libertad de comercio por el otro...