El evento tecnológico que no dejará a nadie indiferente". Así se vendía la segunda edición del DigitalES Summit, la cita anual de la patronal díscola en Madrid. Y el calentamiento previo no estuvo nada mal: la promesa de un ambiente menos rancio de lo habitual (el rock and roll era el otro reclamo estrella de esta ocasión) y un plantel de celebridades poco relacionadas con el mundo digital, pero llamativas cuanto menos, incluyendo la presencia de Carlos Jean o un cara a cara entre los expresidentes Felipe González y José María Aznar.
Pero existe una enorme distancia entre lo que uno espera y lo que uno recibe del destino. El "novedoso" formato, más allá del espectáculo musical (similar al ya visto en otros congresos patrios como el Digital Enterprise Show), no supuso ninguna novedad ni de contenido ni de continente respecto a la anterior ocasión. Tampoco ninguna diferencia de fondo respecto a las temáticas que se llevan tratando desde hace un lustro en el Congreso de Ametic en Santander, evento que se suponía venían a superar y mejorar desde DigitalES.
Más y más peticiones públicas para fomentar el talento digital en España, la habitual autocomplacencia sobre la alta conectividad que disfrutamos en nuestro país, el importante reto (y oportunidad) de la economía digital y su impacto en la movilidad... Nada nuevo en el horizonte, ni por parte de los ponentes institucionales (salvo por la admisión del nuevo alcalde madrileño, José Luis Martínez-Almeida, de que "tiene miedo" de los algoritmos que detecten a los políticos mentirosos) ni por parte de los representantes de la empresa privada.
Pero, y volviendo al comienzo de esta reflexión, parece que esta segunda cita de DigitalES ha incumplido su primer y máximo objetivo: vencer la indiferencia. En la primera jornada, con la sesión principal a cargo del presidente de esta patronal y la ministra de Economía, Nadia Calviño, alrededor de un tercio de la sala estaba vacía. O bien la asociación díscola sobredimensionó el interés que despierta en el ecosistema digital o bien el calor que estos días derrite a los madrileños impidió que cientos de personas se acercaran al evento. Que cada cual confíe en la versión que más les guste. Pero las sillas vacías son la mejor prueba de la indiferencia.