How’s Life in the Digital Age?, informe de la OCDE, en su edición 2019, plantea cómo la transformación digital crea tanto oportunidades como riesgos para el bienestar del ser humano y que dichas cuestiones no siempre van de la mano. Se mencionan asuntos tales como que las tecnologías logran una mayor eficiencia en las actividades humanas, pero que algunos estratos sociodemográficos están consiguiendo un mayor y mejor aprovechamiento de la oferta digital, mientras que otros se quedan en el lado oscuro de la brecha digital.
El análisis de los efectos de la transformación digital se está realizando de un modo muy concreto, lo que es interesante, pero provoca, en mi opinión, cierta miopía. Toda innovación también tiene impronta en las habilidades intelectuales. Llevado al límite, podría decirse que el uso extremo de herramientas digitales puede entrañar riesgos para nuestra capacidad cognitiva, algo que ni la sociedad, ni las organizaciones pueden permitirse.
Si bien es cierto que el entorno digital nos ha dotado de una capacidad operativa hasta ahora desconocida, rompiendo las barreras del tiempo y el espacio y haciendo que, por ejemplo, en algunas situaciones, el trabajo haya dejado de ser un lugar para erigirse en un momento. También se ha de reconocer que las tecnologías digitales han roto el axioma de la lógica, despedazando los filtros de la autoridad y de la calidad.
En el primer caso, es adecuado volver la vista a Umberto Eco, escritor y pensador italiano, que publicó en la década de los años 70 un manual sobre cómo escribir una tesis doctoral. Es un librito sencillo que ayuda y acompaña a todos aquellos que en algún momento han aspirado a realizar una investigación científica. En sus páginas, el autor señala que “en teoría, un trabajo científico serio no tendría que citar nunca a partir de otra cita”. Y más adelante, puntualiza, y si así fuera, “lo que no se ha de hacer jamás es citar de una fuente de segunda mano fingiendo haber visto el original”.
Pero el mundo digital, y en concreto, el sector del social media, está muy alejado de esta máxima. En ellos la emisión de opiniones se realiza saltándose todas las reglas y todos los filtros de autoridad. Y es que, sin ir más lejos, Twitter no tiene habilitada ninguna función para citar fuentes. Y aunque parece que la tendencia se invertirá, pues se empieza a escuchar que Google va a premiar con buen posicionamiento aquellos contenidos que hayan sido elaborados por autores de prestigio en un campo del conocimiento, aún no hay nada que avale la buena autoría.
Además, del quién, el cómo es otro elemento que se ha visto trastocado por una hipervelocidad apabullante que ha provocado la aceleración extrema de procesos y rutinas, y muy relacionado con él está la calidad del pensamiento. Es sabido que la instantaneidad es uno de los principales criterios del mundo digital, donde con un clic se accede de manera constante a un efecto inmediato. La hipervelocidad, sin duda, tiene sus beneficios, pero cuando se trata del pensamiento quizá haya que ponerla, por lo menos, en tela de juicio.
Los procesos cognitivos requieren de una serie de dinámicas determinadas, de unos plazos establecidos y también de un esfuerzo mental exigido. Y el mundo digital está estableciendo una intelectualidad instantánea, basada en imágenes y en ideas de fácil consumo, como señalan los informes de tendencias sobre las redes sociales. Se ha pasado de los caracteres limitados de Twitter al reinado de la foto en Instagram, y desde hace un tiempo, se viene avisando que el video dominará el panorama, no obstante, YouTube lleva años siendo la red social que más crece en horas de uso. Así, se ha impuesto un tipo de mensaje breve, en constante movimiento, con poco texto y donde provocar emociones es mucho más importante que estimular ideas.
Pero, ¿esto puede modificar? Sí, si fijamos la atención en las bases del Humanismo, el movimiento que ponía en el centro de todas las cosas al ser humano y que supuso un cambio de paradigma. Hoy, más de seis siglos después, volver la mirada hacia esta corriente de pensamiento también implica un cambio disruptivo, pues en la tendencia de la digitalización, parece que el impacto que tienen las innovaciones en la vida de las personas, en ocasiones, es solamente un daño colateral. El Humanismo aportó que gran parte de los avances sociales y económicos se asentaban en el incremento de la capacidad de racionalizar, siempre desde la premisa de emitir juicios arropados por unos criterios universales, que, en muchas ocasiones, respondían al quién y al cómo.
Y hacia ese Norte hemos de tratar de orientarnos, buscando anclajes de autoridad en las fuentes y de calidad en nuestro pensamiento. De este modo, las organizaciones y la sociedad, en general, podrán avanzar con menos riesgos y mejores resultados.
Jesús V. Izquierdo, Chief Executive Officer en The Worldgate Group