El gran acontecimiento tecnológico de principios de año es el CES de Las Vegas y ni siquiera la agenda de conferencias está a salvo de su propensión al espectáctulo. Sobre el escenario principal, la consejera e hija del presidente, Ivanka Trump, hablando de un tema que seguramente conoce bien, El camino hacia el futuro del empleo; los CEO de Unilever, Salesforce y MediaLink debatiendo sobre lo que es bueno para el Planeta, asunto que probablemente controlen también mucho; y la secretaria de Transporte y el CTO de EEUU, Elaine Chao y Michael Kratsios, como antesala de una mesa con actores y popstars dirigida a imaginar cómo sería la televisión si se inventara ahora.
Bueno, es el CES, el lugar en el que se habla tanto del Digital Hollywood como del internet de las cosas, la 5G, la movilidad, la salud, las finanzas del futuro o la industria 4.0. De todo, siempre que esté situado en la vanguardia del cambio.
Ese es precisamente su principal atractivo, el valor añadido que la ha llevado a convertirse en la cita de referencia para la innovación tecnológica: nadie discute ya la desaparición de barreras entre sectores, por un lado, y entre el ámbito del consumo y el empresarial, entre las soluciones orientadas al b2c y las diseñadas para el b2b, por otro. Hoy, las tecnologías se mueven de la industria al hospital, del supermercado al hangar de Airbus, con una fluidez absoluta. La clave es operar con visión transversal, porque es asfixiante e ineficiente vivir en silos.
Pero no siempre resulta sencillo evitarlos. Es el gran desafío organizativo de las grandes compañías, especialmente en un país como el nuestro, donde los cuadros directivos mantienen una férrea resistencia al cambio. "El negocio financiero es la antiinnovación", decía recientemente en privado el responsable de un gran banco español. Y la transversalidad debería inspirar claramente el diseño de nuestra Administración y del Gobierno, si queremos que sean una herramienta a favor de la innovación.
El problema es que las noticias acerca del reparto de los nuevos ministerios indican que vamos en sentido contrario, hacia un Estado fundamentado en silos. Se habla de separar Universidades de Ciencia e Innovación, de mantenerlas sin conexión con Economía. Diferentes partidos y diferentes administraciones territoriales con competencias exclusivas dificultarán aún más el diálogo transversal que necesita la innovación, cuyo peso político en el Ejecutivo todo indica que seguirá siendo casi inexistente. ¿Qué podrá hacer Pedro Duque? Y pasará un tiempo muy valioso, y nos alejaremos de la vanguardia. Y cada cual solo en su silo.
Eugenio Mallol es director de INNOVADORES