Los datos de actividad del capital riesgo (venture capital) y el private equity en España, que proporciona con regularidad la patronal Ascri, repiten una y otra vez la misma constante. Y las estimaciones de cierre de 2019 no son una excepción.
La inversión media por operación del capital riesgo nacional privado fue de apenas 52.000 euros y la del público de 32.900 (el año anterior no alcanzaron los 18.000, o sea que vamos bien); mientras que la inversión media del capital riesgo internacional en España fue, si somos literales, de 6,6 millones y si descontamos las dos rondas de Glovo que alteran las estadísticas de 3,9 millones de euros. Hasta 523 millones inyectó el venture capital extranjero en nuestro país el año pasado, el doble que en 2018 y 2,5 veces más que el español, y lo hizo en operaciones mucho más voluminosas. Cada uno de esos millones son ideas y tecnología de calidad, que por lo general cuestan lo suyo porque son buenas, cuya propiedad abandona España. No suena muy inteligente.
Es un mal endémico: la falta de visión de una parte de la inversión nacional, cuya responsabilidad hay que atribuir a esos animadores de la escena startup española, con nombres y apellidos, con departamentos de responsabilidad social corporativa, fundaciones y áreas de marketing de grandes compañías como cómplices necesarios, y un sector público en el papel de casero incauto. Acaso podría ser que los inversores de capital riesgo internacionales fueran menos listos y no se han enterado, y por eso actúan de forma tan diferente. Pero no.
Hay elementos para el optimismo, en cualquier caso. Otra constante de las estadísticas de Ascri es la calidad de ese silencioso rango de consultoras de nuestro país, muy profesionalizadas y con décadas de experiencia en el middle market (un 23% más de inversión), que se mueven dentro del private equity. Han protagonizado 47 operaciones en compañías como Iberconsa, Pastas Gallo, el IMO, Diater, Tendencias Cerámicas, Tragaluz... Menos vistosas para las redes sociales, pero más sostenibles y sensatas desde el punto de vista económico.
Lo que debería hacernos reflexionar es el contraste entre la forma de enfocar la innovación de estos dos mundos, el capital riesgo y el private equity que opera en el middle market. Porque es más acentuado en España de lo que debería ser en una economía innovadora.
Hoy cuesta distinguir si a los fundadores y directivos de startup se les pide que busquen clientes a los que fidelizar o directamente otros inversores a los que seducir con una idea que no se va a poder rentabilizar probablemente hasta que la absorba una gran compañía, pero que ofrece buenas expectativas de desinversión. El exit es el rey. Y aunque es natural que esté presente, se ha sobredimensionado tanto que hemos olvidado crear y financiar a empresarios. Hemos confundido a los innovadores con los exploradores.
Eugenio Mallol es director de INNOVADORES