En 1817 el poeta y filósofo Samuel Taylor Coleridge acuñó la expresión Suspensión de la incredulidad para referirse a la “voluntad de un sujeto para dejar de lado su sentido crítico, pasando por alto hechos fácticos y su percepción cognoscible de la realidad, para poder de este modo adentrarse y disfrutar del mundo de ficción que se presenta ante sus ojos”. Esto que puede sonar tan rebuscado, es la base sobre la que se fundamenta gran parte de nuestro entretenimiento, sea éste el cine, la televisión, los videojuegos o incluso la lectura.
Para poder conseguir que alguien suspenda su incredulidad, las historias que se cuentan deben contener una parte de realidad, la justa, para que el cerebro crea que aquello que está ocurriendo ante sus ojos puede ocurrirle a él, y es aquí donde la tecnología, además de la propia historia, desempeña un papel fundamental, ya que ésta es capaz de hacer lo imposible verosímil, ofreciendo de esta manera un marco donde el individuo puede abandonar su sentido crítico y sumergirse de lleno en esa otra realidad que se le presenta.
Tomemos como ejemplo el cine, hoy en día podemos encontrar una gran oferta de experiencias dentro de lo que es una sala de cine, desde pantallas laterales que amplían la proyección de la imagen central de manera artificial a butacas con movimiento que se pueden combinar, o no, con todo tipo de efectos sensoriales ya sean luces, olores o sonidos.
Los nuevos sistemas de proyección son hoy en día capaces de mostrar gamas cromáticas aumentadas cuya luminancia, y contraste se acercan, como nunca antes, a los colores que nuestro cerebro es capaz de percibir en el mundo real y se han desarrollado tecnologías de sonido inmersivas capaces de representar multitud de sonidos discretos de manera simultánea, moviéndose por toda la sala, incluso en altura, proporcionando al espectador experiencias muy cercanas a la realidad, que le permiten dejar de ser un mero observador para convertirse en el protagonista de la historia que se desarrolla ante sus ojos.
Siguiendo con el ejemplo de cine y centrándonos en el sonido, que es un tema que me apasiona por su capacidad, entre otras cosas, de modular nuestras emociones, y del que lamentablemente no se habla lo suficiente. El otro día tuve la enorme suerte de compartir un rato con dos integrantes del equipo de sonido de la película La Trinchera Infinita, ganadora de un Goya al Mejor sonido en su última edición (2020).
Xanti Salvador (montador) y Nacho Royo-Villanova (mezclador) nos estuvieron contando como para esta película, el porcentaje de sonido, que se ha creado en el estudio y se ha añadido sobre el sonido directo es aproximadamente del 70%. Esto se traduce en unas 100 pistas de audio, aproximadamente 60 pistas de foley y casi ocho meses de trabajo para recrear un ambiente sonoro que aporte ese punto de realidad que le permita al espectador desconectar de su vida diaria para vivir otras vidas, conocer otros mundos y sentir emociones a las que, de otra manera, tendría un difícil acceso.
“Hay manos capaces de fabricar herramientas con las que se hacen máquinas para hacer ordenadores que a su vez diseñan máquinas que hacen herramientas para que las use la mano” esta frase de la canción Guitarra y Vos del cantautor uruguayo Jorge Drexler ilustra a la perfección mi reflexión. Tecnología, entretenimiento y realidad es, en este ámbito efectivamente, la pescadilla que se muerde la cola. Estudiamos la percepción humana para desarrollar tecnologías que nos permitan crear experiencias dentro de mundos ficticios que, al mismo tiempo, sean lo suficientemente realistas o verosímiles para hacer posible identificarnos con dicha experiencia y, de esta manera, sumergirnos de lleno en ella, abandonando de manera momentánea el mundo que nos rodea, y es que como ya dijo Ramón de Campoamor: “Y es que en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.
Elena Ceballos Coloma, Marketing Manager Cinema Products Europe Dolby Laboratories