A estas alturas lo que se diga o no del coronavirus da lo mismo. La pandemia es una realidad con la que tenemos que convivir como sea posible tratando de evitar el contagio. No voy a valorar la gravedad del COVID-19 porque no soy médico. Tampoco cuestionaré si la cobertura mediática ha sido alarmista porque no soy periodista. Quiero reflexionar sobre algo que nos afecta a todos y en especial a las empresas: la economía.
Cuando hablamos de economía, es tan solo un eufemismo de la palabra confianza. Confiamos que unas cuantas monedas, papeles y números en nuestras pantallas representan un valor que un gobierno le da. Del mismo modo, cuando lo que se cuestiona es la confianza en el entorno la economía se va al traste. No es para menos, después de las muertes, los afectados y el impacto sobre nuestra salud y costumbres, el coronavirus cobra un efecto directo sobre nuestra economía. De momento no lo notamos demasiado, pero al igual que la infección del COVID-19 sobre las personas ha sido rápida, silenciosa y efectiva, su impacto sobre la economía replica todos sus movimientos.
Vimos en directo y con distancia cómo el país más poderoso del mundo aislaba ciudades enteras; cómo Italia no sabía muy bien cómo reaccionar y el resto del mundo esperaba el siguiente movimiento. Nos enteramos por las redes que el Mobile Wolrd Congress 2020, el Salón de Ginebra, el Facebook F8, el carnaval de Venecia, el ASEAN Summit, el SXSW y otros cientos de eventos mundiales caían cancelados como fichas de dominó. Internet nos permite no tener que asistir algo que ocurre a cierta distancia, pero sin negar que dicha distancia existe. Sin embargo, cuando la noticia está en la puerta de tu casa, la sensación es muy distinta.
A día de hoy muchas comunidades han cerrado las puertas de los colegios durante dos semanas. 15 días en las que las autoridades aconsejan no viajar, teletrabajar y mantener la distancia social. Todo esto, mientras Italia se sume en el aislamiento obligado de la mayoría de su población. Economía, este es el efecto secundario del coronavirus al que ahora nos enfrentamos, porque es ahora cuando se verá realmente cómo han adaptado las empresas eso que llaman “transformación digital”. Lo que antes era una opción, hoy es una necesidad estratégica esencial. Quien no esté adaptado o lo haga mal, lo tendrá muy difícil para sobrevivir al nuevo entorno que el coronavirus nos plantea y que, sin lugar a dudas, redefinirá para siempre los retos del siglo XXI, ya que pone a prueba a las empresas en su totalidad: cultura, productos, servicios y personas.
En realidad, las restricciones planteadas para evitar el contagio de coronavirus, son una prueba de estrés a la cultura de empresa, ya que al limitar al máximo las reuniones, viajes y aconsejar de momento el teletrabajo, es ahora precisamente cuando veremos si las diferentes corporaciones están realmente preparadas para ello. No solo tecnológicamente, también culturalmente, ya que la responsabilidad individual, el trabajo en equipo y los resultados se exponen más que nunca. Quien no se tomase en serio la necesidad de transformar la manera de interactuar dentro de las empresas, tiene un gran problema para desempeñar su labor y obtener resultados.
La verdadera transformación digital empieza dentro de las empresas desde las personas, pero se refleja de manera externa en el valor que ofrecen, en sus productos y en sus servicios. Para todas aquellas compañías que trabajen con la información y el conocimiento, es relativamente sencillo seguir proporcionando valor, sin embargo, quien dependa en exclusiva de un producto, una distribución, una fuerza de ventas, o un servicio aplicado a un lugar concreto, la situación es muy distinta.
Durante años se ha divagado sobre la necesidad de diversificar ingresos gracias a las posibilidades de un mundo conectado. Muchos venden conocimiento y servicios a través de la red, añadidos a su modelo tradicional, una decisión estratégica que lejos de ser una extravagancia, se está viendo como esencial en un entorno incierto como el que plantea el contexto del COVID-19. Pero en la empresa, no solo es cultura, productos y servicios. Lo que hace posible que existan y aporten valor, son sus personas. Y precisamente es ahora, más que nunca cuando se expone el valor de las mismas. No solo mediante el teletrabajo, también en su capacidad de compartir, liderar e integrar equipos a distancia.
Hacer nuevo negocio, gestionar clientes e impulsar los engranajes burocráticos internos sin la necesidad de ser observado es un reto obligado que expone el valor individual de cada persona. Si analizamos bien los retos empresariales que plantea la crisis del coronavirus, no son diferentes a los que llevamos años predicando. La diferencia radica en que ahora, no se trata de hablar, se trata de actuar frente un entorno incierto que nos golpea desde muchos lados diferentes. El daño es ya inevitable. La supervivencia definirá un nuevo entorno mucho más competitivo, porque lo que la crisis del coronavirus nos ha metido de lleno en los negocios del siglo XXI.
José Antonio Alguacil ‘Fefo’, CEO en Ilusion Labs