Llevamos ya una semana de confinamiento oficial, fruto del estado de alarma decretado por el Gobierno para frenar el exponencial crecimiento de los infectados por el COVID-19. Es cierto que se trata de un virus que no reviste mayor gravedad para la mayoría de nosotros, pero igualmente cierto es que los mayores y las personas inmunodeprimidas pueden sufrir complicaciones serias a causa de esta invisible amenaza. Y, por ello, todos los españoles estamos llamados -como en otros países de nuestro entorno- a quedarnos en casa y respetar estas restricciones a nuestras libertades por un bien mayor, el de la salud pública.

No es el objeto de esta columna versar sobre esos asuntos, ya manidos y tratados con más profundidad por muchos expertos (algunos de ellos en estas mismas hojas), mas por el contrario repasar la particular forma que hemos tenido como sociedad de afrontar un encierro que promete durar mucho más de 15 días.

En apenas horas tras el Real Decreto, se organizó un festival de música por Instagram para mantener el ocio en un buen grado. Proliferaron las clases gratuitas por redes sociales de gimnasia y deportes aptos para desarrollarse al calor del hogar. Skype y las videollamadas de WhatsApp empezaron a echar humo como no se recordaba, e incluso surgieron apps específicas para mantener encuentros virtuales con juegos incluidos (como HouseParty) que llegaron a colapsar en algunos momentos del sábado pasado ante la exigente demanda.

Por supuesto, Netflix, HBO o Amazon Prime están registrando picos de tráfico que han llevado a los operadores a recomendar el uso racional (y las descargas previas de contenido) para evitar que las redes se vean sobrepasadas. El teletrabajo (para aquellos que tienen esa posibilidad) ha venido a ocupar la jornada habitual, solo que en bata y zapatillas. 

Todas estas conductas nos parecen normales, salvadoras para muchos que adolecen de este aislamiento social. Pero imaginen lo que hubiera sucedido si esta crisis del coronavirus hubiera sucedido no hace tanto, pongamos veinte o treinta años. Nada de lo anterior existía. El ocio hubiera consistido en la imprescindible lectura, la TV y algún vídeo en VHS. Y nada de comunicación por vídeo. Hoy somos confinados, sí, pero confinados digitales.