Una serie de televisión reciente de aires distópicos se cierra con una familia sentada en el salón frente a un asistente de voz en el que creen haber escuchado a alguien que acaba de dar por concluida su vida física. "¿Estás ahí?", es la pregunta que formula uno de los presentes. Y fundido a negro. Un interrogante de raíz metafísica convertido ya en el grito de toda una civilización de base tecnológica, una cultura que ha aceptado sustituir el concepto de encuentro por el de acceso.
En cierto modo, el confinamiento nos está forzando a recuperar en nuestra esfera privada (curiosamente en la pública sucede justo al revés, se nos exige una sociedad contactless) esencias que habíamos extraviado en la revolución digital, relacionadas fundamentalmente con la confluencia de identidad y presencia física, de bits y átomos: la corporeidad, el encuentro, los tiempos muertos, el peso, el olor, los miedos, la conversación.
Es como un silencio en la batidora de la revolución tecnológica, un paréntesis que nos recuerda que debemos contraponer a la deslumbrante y descomunal tecnología un monumento intelectual a la altura. Porque como escribe George Steiner, "la ingenuidad tecnocrática sirve o permanece neutra ante el requerimiento de lo inhumano. El símbolo de nuestra era es la conservación de un bosquecillo querido por Goethe dentro de un campo de concentración".
Una pantalla de móvil en un accidente de tráfico, Netflix en la televisión de un maltratador, un suicidio en directo en Facebook.
rn"¿Estás ahí?" Cómo explicarías dónde estás ahora mismo. En cuántos sitios a la vez y en ninguno en realidad, gracias a las tecnologías de virtualización.
En última instancia, a quién le importa el dónde en una sociedad a la que sólo le interesan ciertos aspectos del qué, mientras devora con adicción el eterno presente del cómo. Quizás eso explique que se estén disparando las peticiones de divorcio a raíz de este confinamiento que ha llevado a vivir la experiencia del encuentro real con personas a las que, hasta ahora, quizás, simplemente muchos se habían resignado a acceder la mayor parte del tiempo.
La sociedad que surja de la actual crisis va a reformular los espacios privado y público, profesional y familiar, con seguridad. Y con suerte redescubra que en el fondo no se trata de pasar de esferas como de pantallas de un videojuego, sino que la vida consiste en encontrar a los demás, pero sobre todo en toparse con uno mismo, estés donde estés, el mismo en una red social que sentado en el despacho o en la taza del váter. Antes que preguntar al otro "¿estás ahí?", si somos hábiles para entender el mensaje de esta trágica crisis de orden secular, nos preguntaremos: "¿Estoy aquí?"
Eugenio Mallol es director de INNOVADORES