La tribuna
El verano de la inteligencia artificial
Hemos de alejarnos tanto de las exageraciones interesadas y las prisas de los accionista o inversores interesados sobre la inteligencia artificial y confiar en la sabiduría de científicos como Brooks, Hassabis, Torralba o Hernández-Orallo
El pasado 7 de julio, Rodney Brooks, cofundador de iRobot y Rethink Robotics, coinventor de Roomba, el robot de consumo más vendido de todos los tiempos, y exdirector del laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT (CSAIL), publicó un breve mensaje en Twitter que decía literalmente: “Lo que Elon (Musk) dice aquí es falso. No tendremos coches autónomos de nivel 5 en nuestras carreteras en 2020. Eso no sucederá”. En ese mensaje, el prestigioso científico y empresario de la inteligencia artificial (IA) respondía a la afirmación del CEO de Telsa y SpaceX, divulgada por la BBC cuyo titular afirmaba que, según Musk: Tesla “muy cerca” de la auto-conducción total y en cuyo texto se reproducían declaraciones como: “Tesla podrá hacer sus vehículos completamente autónomos a finales de este año, ha dicho el fundador Elon Musk” y que su empresa está ya “muy cerca” de lograr los requisitos básicos de esta autonomía de “nivel 5, que no requiere la intervención del conductor”.
Naturalmente, si tratan de opiniones sobre la inteligencia artificial. Las opiniones de Brooks, una autoridad científica en la materia, tiene mucho peso y si, además, claramente llama mentiroso a Musk en relación a lo que Tesla va a conseguir a corto plazo con la IA, el revuelo está garantizado. Creo que es una opinión bastante generalizada entre los expertos de esta ciencia que “la inteligencia artificial podría ser la tecnología más transformadora de este siglo”, como me explicó José Hernández-Orallo, en estas páginas.
Pero la diferencia entre las opiniones de este científico y las de Elon Musk es que las de este último están urgidas por el ansia y la prisa de los inversores especulativos, que necesitan justificar constantemente resultados económicos inmediatos para los accionistas, sobre todo, si están relacionados con una empresa que cotiza en bolsa. Así, en muchos casos, llevadas por esas prisas, estas opiniones conducen a determinados ámbito de innovación o descubrimiento a un estrés, que puede acabar siendo postraumático, si las expectativas de los inversores no se cumplen y llevan a resultados económicos tangibles a una velocidad lo suficientemente vertiginosa. Y la ciencia que da soporte a la inteligencia, como las de otros ámbitos necesita su tiempo. Les guste o no a los inversores. (La gigantesca ‘carrera’ actual por las vacunas contra la Covid-19 nos pude servir de ejemplo palmario actual).
Si no fuera porque la atención global en innovación, ciencia y noticias está siendo acaparada desde marzo por la pandemia mundial actual, aún seguiríamos viendo en la superficie de los titulares las burbujas del hype (subidón) de los logros inmediatos inteligencia artificial. Eso tiene gracia porque en la noticia citada de la BBC tras las mediáticas declaraciones de Elon Musk, la BBC se dedica a justificar en el resto de la noticia otras (posibles) exageraciones en el ámbito de la IA de famosas empresas como Apple (La empresa respaldada por Apple tiene como objetivo un millón de robotaxis) y otras (El crucero de GM presenta su primer vehículo sin conductor; una furgoneta de reparto sin “controles humanos” probada en EEUU), por si luego (la hemeroteca pude ser muy cruel para un medio como la BBC) resultan exageradas.
El propio Rodney Brooks ya hizo una broma en Twitter el mes pasado sobre el artículo del The Economist titulado: La comprensión de las limitaciones de la IA se están comenzando a entender y que hacía referencia a que es posible que estén terminando las enormes expectativas sobre la IA que han creado los posibles logros exagerados, de los que es tan dado a anunciar Elon Musk. Brooks escribió en twitter el pasado 12 de junio: “(Este) “verano de la IA” de hoy es diferente a los anteriores. Es más brillante y cálido, porque la tecnología se ha desplegado ampliamente. Es improbable que se produzca otro invierno completo. Pero una brisa otoñal se está levantando”. Aviso a navegantes.
Esto, unido a lo que hace muy pocos días ha publicado diciendo que lo que afirma Elon en la BBC es imposible, hace que las expectativas exageradas no son buenas para la IA. Y no son buenas porque pueden dañar la orientación de las inversiones para la innovación en IA, si se convierten en ‘frustración’. Brooks sabe mucho de eso porque antes de este ‘Verano de la IA’ ocurrieron también varios inviernos en la disciplina. De hecho, en la historia de la IA ya han ocurrido, al menos, dos. Y, mientras tanto, ahora mismo las exageraciones con el término “AI Summer”, que se está haciendo famoso, continúan…
Los inviernos de la IA
En la conferencia anual de la AAAI (Asociación para el Avance de la Inteligencia Artificial) de 1984 ya apareció por primera vez la expresión Invierno IA como tema central del debate público: Desde entonces un “Invierno de la Inteligencia Artificial” es un período de reducción de fondos e interés en la investigación de inteligencia artificial. El término fue acuñado por analogía a la idea del ‘invierno nuclear’. Y tuvo serias consecuencias.
En la historia de la ciencia de la inteligencia artificial, que es una ciencia bastante más antigua de lo que comúnmente se cree, hubo dos grandes inviernos: uno entre 1974 y1980 y otro desde 1987 a 1993. Y desencadenaron grandes frustraciones debidas a expectativas exageradas sobre las tecnologías basadas en IA. No está de más recordar algunas (de los fracasos también se aprende).
En 1966, el fiasco de la tecnología de traducción automática; en 1970, el abandono del conexionismo; entre 1971 y 1975, la gran frustración de la agencia DARPA con el programa de investigación en reconocimiento del habla de la Universidad Carnegie Mellon en el que se había invertido mucho dinero; y entre 1973 y el año siguiente hubo grandes recortes de la agencia DARPA a la investigación académica en general sobre la IA, por esas y otras expectativas tecnológicas y económicas frustradas.
Y en cuanto al ‘invierno’ del inicio de la década de 1990, hubo dos grandes fracasos que se tradujeron, primero, en una resistencia al despliegue y mantenimiento de nuevos sistemas expertos; y luego en el retiro del fin de los objetivos originales del gran proyecto de la quinta generación de ordenadores, un enorme proyecto japonés arrancado en 1982 cuyo propósito era el desarrollo de una nueva clase de ordenadores que utilizarían técnicas y tecnologías de inteligencia artificial tanto en el plano del hardware como del software, usando el lenguaje PROLOG.
En la citada conferencia de la AAAI, dos autoridades de la época en IA (Roger Schank y Marvin Minsky) que habían sobrevivido al “invierno de la IA” de la década de 1970, advirtieron a la comunidad de inversores y empresas tecnológicas que el excesivo entusiasmo por la IA había crecido de forma descontrolada en la década de 1980 y que, sin duda, la decepción podría prolongarse bastante tiempo. Tres años más tarde, la inversión y la llamada industria de los “mil millones” de dólares de la IA, comenzó a derrumbarse. Pero la industria tecnológica suele estar muy retroalimentada, (a veces sospechosamente) por cierto (no todo) el capital riesgo, y no aprende fácilmente. Vivir de expectativas es algo muy extendido en el ADN, tanto de Wall Street como de la Bolsa de valores tecnológicos NASDAQ.
Y también quizá este gusto por el hype está también en el ADN de muchas empresas de lugares como Silicon Valley y sus equivalentes globales. El furor de los inversores ‘tenoconversos’ (la IA ha generado muchos) es común en diversas tecnologías emergentes. En la historia de la técnica y la tecnología, esos furores vienen de lejos. Ya ocurrió hace más de un siglo en la llamada ‘Manía del Ferrocarril’ o en el fiasco final de la ‘Burbuja puntocom’. Así que ha quedado como lección el concepto de ‘invierno IA’ como consecuencia peligrosa de ese furor, causado tanto por promesas poco realistas como por parte de los desarrolladores y fabricantes, altas expectativas de los usuarios finales (también somos dado a eso los del otro lado); y una amplia promoción en los medios de comunicación e internet que, en el inicio de nuestra segunda década del siglo XXI, llega al paroxismo retroalimentando por las redes sociales actuales.
De ahí que Rodney Brooks, con su sabiduría y prudencia tanto de sabio y científico de la IA como de empresario de éxito (ahora colidera la empresa Robust.ai), intenta que la industria tecnológica ponga los pies en el suelo y no haga públicas afirmaciones exageradas sin verdadero fundamento, más propias del marketing hueco que de la ciencia y la innovación serias. Una frustración en forma de un ‘tercer invierno de la IA’ podría originar retrasos de años en el sector de las empresas y la innovación de la inteligencia artificial que afecta a múltiples sectores empresariales y puestos de trabajo muy cualificados. Rodney lo sabe bien.
La inteligencia artificial del próximo otoño y el ‘Efecto IA’
Ahora mismo aún estamos en plena incertidumbre de la prolongación de la pandemia global de la Covid-19. El citado Rodney Brooks no es ajeno a ello igual que todos nosotros. Y con su afilado sentido del humor ha cambiado el pie de su perfil en Twitter en el que se puede leer la frase: “He hecho un juramento de soledad hasta que la peste (el Covid-19) sea purgada de nuestras tierras”. Pero incluso desde su soledad y confinamiento personal estoy seguro de que, a pesar de su aislamiento, va a estar muy atento a las informaciones más destacadas o exageraciones (que van a seguir), incluidas las contradictorias sobre la inteligencia artificial a las que, sin importar su origen intentará inyectar cordura y sensatez porque hay mucho en juego. Luchará como es tradicional en él por rebatir las contradicciones de la disciplina como las del ‘Efecto IA’ que emerge cada vez que alguien ajeno o ignorante sobre el tema descarta el comportamiento de un programa de inteligencia artificial con el argumento de que no es inteligente.
Hay una frase conocida del filósofo Douglas Hofstadter que expresa ese ‘Efecto IA’ citando el teorema de Tesler: “La inteligencia artificial es cualquier cosa que no se ha hecho todavía”. O como las que, por ejemplo, cómo se cuenta la anécdota que se extendió cuando el superordenador de ajedrez de IBM, Deep Blue, tuvo éxito al derrotar a Garry Kasparov en 1997. Mucha gente dijo que sólo había utilizado “métodos de fuerza bruta” y no fue por una fuerza de inteligencia. El traductor Fred Reed afirma irónicamente al respecto: “Esto es un problema que regularmente enfrentan los defensores de la IA: cuando sabemos cómo una máquina hace algo ‘inteligente’, deja de considerarse como inteligente. Pero si yo le ganara al campeón de ajedrez del mundo, me mirarían como alguien altamente brillante”.
La inteligencia artificial está ya ayudando en muchos campos, por ejemplo, el de la salud o al de la industria de la fabricación. Como dijo en estas mismas páginas Antonio Torralba, el director en el MIT de las iniciativas MIT-IBM Watson AI y MIT Quest for Intelligence apunta al aprendizaje automático (uno de los ámbitos mayores de la actúa) como un ámbito de ‘nueva alfabetización’. Y declara: “La inteligencia artificial puede ayudarnos a construir máquinas ‘sabias’ y útiles”.
En suma: hemos de alejarnos tanto de las exageraciones interesadas y las prisas de los accionista o inversores interesados sobre la inteligencia artificial y confiar en la sabiduría de científicos como Brooks, o la discreción del no menos sabio de las aplicaciones para salud de la IA Demis Hassabis, para evitar el desastre que sería pasar otro ‘Invierno de la IA’. La inteligencia artificial nos ayudará a salir de esta pandemia de muchas maneras, no importa que esas ayudas se digan luego que han sido conseguidas con otros medios. El ‘Efecto IA’ seguirá ahí, pero no importa. A mí, José Hernández-Orallo, investigador en IA de la UPV y la Universidad de Cambridge, –y otro sabio de la IA–, me ha convencido con su (prudente) frase: “La inteligencia artificial podría ser la tecnología más transformadora de este siglo”. Y, además, y no solo eso, sino que dice otra cosa en la que estoy muy de acuerdo con él: “En España, la apuesta por la inteligencia artificial es una de las pocas oportunidades tecnológicas que tiene ahora el país para cambiar su economía productiva”. Nada más y nada menos. Con eso lo digo todo. Necesitamos en este momento oportunidades así, más que nunca.