Hace dos años, contaba ya en esta misma columna la historia de Chris Dancy, el hombre "más conectado del mundo". Un cuarentón que, ni corto ni perezoso, decidió una década atrás que fusionaría su cuerpo con la tecnología, conectando tantos dispositivos como fuera posible, desde relojes inteligentes hasta gafas que están sincronizadas con las bombillas de su casa. Lo tildé de "Iron Man de andar por casa" y de un ejemplo primigenio todavía de una vieja aspiración del hombre plasmada en corriente de pensamiento: el transhumanismo.

Desde los convulsos años 60, diferentes filósofos, tecnólogos y locos varios han tratado de fusionar lo que la naturaleza nos ha dado con lo que la técnica nos posibilita. El objetivo final no es otro que aumentar y mejorar nuestras capacidades humanas y, en última instancia, convertirnos en una suerte de 'superhombres' y 'supermujeres' más propia de los tebeos que de la realidad en que nos movemos. Y es cierto, todo esto puede sonar a ciencia ficción, pero no lo es tanto si nos atenemos a la creciente necesidad de monitorización médica en pacientes con enfermedades crónicas, por ejemplo, o al uso actual de exoesqueletos en almacenes e industrias por parte de operarios que necesitan un aporte de fuerza extra para sus labores. Convertirnos en ese hombre-máquina comienza a cobrar algo de sentido, ¿verdad?

Pero siempre queda una pregunta en el aire, más personal y de difícil resolución si me permiten: ¿Quién estaría dispuesto a ser de los pioneros en fusionarse con la tecnología? Cuestión a la que esta semana un estudio de Opinium Research y Kaspersky daba respuesta. Con una claridad meridiana, además. Resulta que los italianos, españoles, griegos y portugueses somos los europeos más dispuestos a dar el salto a esta era de humanos aumentados; frente a los británicos y franceses que recelan mayoritariamente de esta evolución (utópica o distópica, eso ya es otro tema).

¿Una nueva diferencia de fondo entre las dos Europas, la del centro-norte y la del sur? ¿Tendrá acaso que ver con que vemos en este aumento de nuestras capacidades una posibilidad de salir de la pobreza -comparativamente hablando- que tenemos respecto a nuestros vecinos? Nada más lejos de la realidad: la razón es mucho más obvia, superficial y absurda de lo que podríamos imaginar. Mientras los galos e ingleses temen los riesgos de seguridad de estos 'superhombres', a los mediterráneos nos sirve con que el transhumanismo nos haga más guapos y fuertes (literal, ese es el motivo esgrimido en el estudio por los encuestados). Iron Man ya no salva al mundo, solo se mira al espejo.