Y entonces se embarcaron:
banqueros y exmodelos y altos funcionarios,
los exégetas del valle del silicio
y los altos militares,
directivos de multinacionales y
grandes mujeres y grandes hombres de lo techie,
ex presidentas de gobiernos con sus
maridos, hijas e hijos blanditos
de los todopoderosos,
científicos y autónomos del montón,
charlatanes de la tele y de las redes sociales,
futbolistas, youtubers, tenistas, influencers;
escritores y filósofos,
matemáticos y físicos,
los amos y las amas de sus casas,
empresarios y emprendedores,
periodistas y médicos…
Todos vacunados con la doble dosis.
Inmunes, ya no tenían miedo.
Habían disfrutado de unos meses de jolgorio postCovid.
Una suerte de felices años veinte, se decían.
Pero el mundo se había parado por completo
y ahora tenían que asumir las consecuencias.
Fue en error no repartir las dosis
entre quienes fabricaban neumáticos
en Tailanda, y entre quienes extraían
un material cualquiera de una mina cualquiera
de cualquier país de África…
Entre quienes subían al norte del mundo con sus penas
a cuestas para recoger los productos del campo.
Allí, en los territorios de todo lo subdesarrollado,
se habían quedado solos los déspotas con sus fusiles,
inmunes también todos, eso sí, pero, ¿para qué?
Sólo se escucha el silencio. Nada se mueve. Y así, el mundo
corre un riesgo mayúsculo: se puede quedar quieto. Paralizado.
Y sin transportes y sin intercambios, sin suministros, sin
tremendas desigualdades que lo sustenten, hacerse inviable,
un gran proyecto fallido. Un fin.
El nuevo orden mundial se ha reconfigurado por completo
y, a la espera de que la nueva religión de la robótica
les permita de nuevo centrarse en sus quehaceres,
todos estos hombres y mujeres no tienen
más remedio que embarcarse rumbo a lo ignoto…
Los que nunca jamás hubieran pensado que algún día
su vida pudiera parecerse a aquello
sin más remedio ahora que bajarse ahora a las profundidades del mundo.
Todos los que vivimos ajenos a aquellas jugadas del destino,
transmutados de pronto en salvadores del mundo.