Me da miedo que el sustantivo se acabe desnaturalizando y que la palabra pierda valor y así se acabe arrinconando en una esquina del diccionario y pierda su relevancia, prestigio y necesidad. ¿Les parece imposible? Pasó con medioambiente y con sostenibilidad (algo recuperada ahora tras la desaparición en los medios de Trump), con solidaridad y concordia, con democracia y con transparencia, con los verbos compartir y cooperar (¿recuerdan cuando todo era cooperación al desarrollo?).
Y es que está en todas partes: si no vas de digital no eres nadie, si tu empresa no tiene planes de digitalización no vale nada, si no te formas digitalmente no estás en el rollo… Entiéndaseme bien, por favor: esta introducción es una absoluta defensa de su necesidad, quienes lean mal entre líneas es que no habrán comprendido el alcance de su riesgo de uso masivo.
Venga, va, algunos ejemplos. Vivimos en un país tremendo, capaz de generar ofertas masivas de la nada ante las modas de la demanda oportunista. Esta semana, si no me han enviado más de diez invitaciones y decks de nuevas aceleradoras, incubadoras y hubs, no me han enviado ninguna.
Todo el mundo tiene un programa para captar talento y trastear con la innovación y la tecnología, para no quedarse fuera del tren de la digitalización, y es tal la fiebre de los programas de relaciones con startups que seguramente (habrá que hacer los números) nos sorprendería el ratio incubadora/aceleradora/Venture Builder/Hub por cada 100 startups. ¿Diez por cada cien? ¿Veinte?
Esto querría decir (se trata sólo de una hipótesis) que cada nodo podría dedicarse a cuidar y hacer crecer entre cinco y diez startups cada uno. Y supongo que pasará como en otros muchos sectores y ámbitos: nadie se quiere juntar y dejar de ser porque es mejor seguir siendo poco y estar que diluirse en la integración de algo más potente: tipical spanish.
La publicación del Anteproyecto de Ley de Startups es otro de esos fenómenos muy nuestros. Todo el mundo se ha echado las manos a la cabeza por algo que se sabía y se rumoreaba en todos los mentideros de las videollamadas cotidianas, sin embargo, no hay quien no haya aprovechado para meterle un viaje a degüello al malnacido anteproyecto.
Yo fui crítico hace un año cuando analicé en 'La gran travesía del emprendimiento' (Gestión 2000, 2020) los primeros documentos de consulta pública y no me voy a extender más ahora (al proyecto le falta ambición y vuelve a generar un espacio farragoso de interpretación y controles por parte de diversos organismos e instituciones – ENISA, Registro Mercantil, etc. -), pero a todos los aplauden en los Summit de la digitalización maldita a quienes la impulsaron y defendieron debería alguien decirles que el cinismo, como doctrina, no va a servir aquí para mejorar la posición de la que partimos.
No me gusta la propuesta o me convence poco, pero probablemente los motivos por los que a mí me parece insuficiente no son los mismos que los de una inmensa mayoría que sólo busca en la ley incentivos fiscales. Nuestro trabajo ahora es contribuir para mejorar un proyecto que también tiene aspectos positivos: España puede llamar ahora a los nómadas digitales con un altavoz más potente y colectivo.
Les confieso que le he cogido algo de manía al sustantivo porque a veces pienso que esta sociedad de cristal en la que vivimos está muy mal acostumbrada a creerse sus propias fábulas y mentiras. Proliferan en el mercado, igual que expertos en captación de fondos europeos, consultoras que prometen el milagro de la digitalización. Son empresas que van a transfigurar la imagen de todos los sectores a través del método del diagnóstico (clavazo) e integración de soluciones digitales (chapuza).
Cuidado… Conozco a grandes profesionales en este ámbito que me cuentan como ya no hay quien no disponga de un porfolio de soluciones digitales con las mejores recetas digitales de startups y scaleups. ¡Cuánto talento hay en Barataria que tenemos exceso de oferta de tecnología! Es urgente que volvamos la vista a la parte más basal de la pirámide: educación, formación, incentivos tempranos. Si nos somos capaces de alumbrar un verdadero plan de emprendimiento nacional nuestras consultoras digitales acabarán incorporando en el catálogo vete tú a saber qué soluciones y remedios milagrosos.
Philipe Aghion, el prestigioso economista francés, ha dicho que no le molestan los ricos, que lo que le subleva es la pobreza, y que la innovación es indispensable para combatirla. Estoy totalmente de acuerdo con el último predicado: necesitamos que exista una idiosincrasia colectiva de la innovación para ser capaces de dar respuesta a todos los desafíos de esta nueva humanidad que nos espera. ¡Menos mal que Aghion no habla de digitalización sino de innovación!, vocablo más amplio y extenso al que podemos todavía irle con nuestras plegarias para salvar el mundo.
Quizás aún estamos a tiempo y quienes diseñan el famoso Digital Toolkit (el maná digital de los fondos europeos de recuperación) puedan leer a Don Philipe ('El poder de la destrucción creativa'. Debate 2021.) y sentar las bases de una nueva forma de invertir el dinero: que las empresas inventen, que creen cosas nuevas, que aprendan de las otras, que busquen sus caminos. Dar cheques digitales para que un negocio adquiera un ERP o una tablet, está bien y es necesario, pero aspiraría a mucho más para convertirnos en una nación innovadora.
… Y oigo a muchos que, inmersos ya en las mieles del verano, mientras pelean con sus hijos por el tiempo digital y sus derechos de enganche, rechinan entre dientes: maldito mundo digital…
*** Fran Estevan es escritor y fundador de LocalEurope.