La digitalización es una gran oportunidad para España si quiere convertirse en un país competitivo, moderno, dinámico, emprendedor y sostenible, con mejores servicios públicos y motor de crecimiento económico y de creación de empleo de calidad. Pero la digitalización también supone un gran reto, ante todas las incertidumbres que genera, por el gran impacto transformador que está teniendo en todos los ámbitos de nuestras vidas y por la necesidad de no dejar a nadie atrás. Hay que digitalizarse sí, pero situando a las personas en el centro y preservando los valores humanistas de la Unión Europea.
Ya en el año 2000, la Unión Europea tomó conciencia de la importancia de la ciencia y la tecnología y puso en marcha la Agenda de Lisboa, como hoja de ruta hacia una economía europea basada en el conocimiento, capaz de competir en creación de empleo y crecimiento económico con los países más avanzados de la época, especialmente con Estados Unidos, que lideraba la incipiente sociedad de la información. Un año más tarde la estrategia se amplió con una dimensión de desarrollo sostenible, uniendo de esta manera los aspectos económicos, sociales y medioambientales en un proceso único.
Muchos son los acontecimientos que han marcado el ritmo de extensión de internet y de la digitalización, pero sin duda durante la segunda mitad del primer decenio de nuestro siglo, se comenzó a configurar lo que hoy entendemos como sociedad digital. Durante esos años se asentó la Web 2.0, Apple presentó el iPhone y los abonados de banda ancha superaron a los de línea convencional. Nacieron empresas como Facebook y Twitter y despegó el comercio electrónico. Las administraciones públicas adoptaron el canal digital como un canal más de relación con la ciudadanía y la factura electrónica con la administración se implantó de uso obligatorio para las empresas.
En este sentido, ya desde el inicio se entendió que la digitalización avanzaría al ritmo de la adopción de las entonces llamadas tecnologías de la información por parte de las administraciones, las empresas, las pymes y la ciudadanía en general, un esfuerzo ímprobo que requería articular una colaboración público - privada, si se quería cumplir con los objetivos planteados. Es más, para alcanzar el éxito, al cambio tecnológico le debía acompañar un cambio cultural y de hábitos y costumbres por parte de la ciudadanía.
Desde los gobiernos de España se pusieron en marcha distintas iniciativas, siendo la de mayor impacto el Plan Avanza, especialmente en el periodo de 2006 a 2010, y que significó un gran progreso, movilizando más de 12 mil millones de euros en cinco años, con una inversión pública de más de 6.000 millones de euros. Los resultados se notaron. La cobertura de internet pasó de un 45% al 99% de la población, llevando el número de usuarios de 5 millones a 25 millones, y la velocidad media de conexión pasó de los 256 kbps a los 7 megabytes en 2010.
Internet es hoy un espacio virtual lleno de oportunidades tanto para personas y empresas como para las propias administraciones. Sin embargo, las brechas digitales todavía están presentes. Por ejemplo, el 45% de la población en España no tiene habilidades básicas digitales y el comercio electrónico en la pyme no llega al 25%. Por otro lado, se están produciendo fenómenos como la pérdida de privacidad, las fake news y los ciberataques, que requieren respuestas decididas si no queremos comprometer nuestros valores y estilo de vida.
Casi produce vértigo ver cómo industrias enteras se han ido reestructurando: la industria musical fue la primera en digitalizarse, seguida por los medios de comunicación, las agencias de viajes y la banca. Ahora se están sumando otras, de la mano de los cambios en los hábitos de consumo, como por ejemplo la industria del ocio, videojuegos, cine y series bajo demanda, la movilidad por uso y los alojamientos compartidos. Hoy nos encontramos con un conjunto nuevo de productos y servicios digitales, que son accesibles para la mayoría, siempre que dispongan de las capacidades y recursos necesarios.
Pues bien, apenas acostumbrados a esta nueva realidad digital, ahora nos toca vivir una segunda aceleración y transformación de la mano de los que algunos denominan “tecnologías digitales habilitadoras”, como son las redes 5G, el IoT, la computación en la nube, el Big Data, la Inteligencia Artificial, la robótica y el blockchain, entre otras, que nuevamente están redefiniendo cómo nos relacionamos, trabajamos y producimos, pero sobre todo (y por primera vez), que están desplazando a las personas para dar más protagonismo a las máquinas. Estamos evolucionando de la internet de las personas a la internet de las máquinas.
Los datos que ilustran este proceso son muy descriptivos y algunos dirán que preocupantes. Hoy el 45% del tráfico en internet es máquina a máquina, inabarcable a nivel humano. Se prevé que en unos años casi la mitad de los empleos se van a automatizar y que el 40% de las empresas van a desaparecer. También se estima que el 80% de los empleos que se ofrecerán en 2030 no existen hoy y que ya hoy 200 mil puestos de trabajo en España no se pueden cubrir por falta de la formación adecuada.
Por otro lado, se estima que los países que sean capaces de aprovechar la digitalización incrementarán su PIB un 5% a 2027, creando nuevos empleos de calidad, riqueza y retornos fiscales para financiar el estado de bienestar. Los que no lo sean, se verán abocados a economías poco competitivas, una baja productividad, empleo con baja remuneración y una sociedad empobrecida, especialmente por lo que respecta a las clases medias y las de bajos recursos. Además, la digitalización es una herramienta para la sostenibilidad, clave en la lucha contra el cambio climático y contra la desigualdad. Las sociedades menos digitalizadas serán menos sostenibles y más desiguales.
La covid-19 ha generado sin duda una crisis humanitaria sin precedentes en la historia reciente. A la emergencia sanitaria se ha sumado la crisis social y económica, poniendo en evidencia las capacidades de los países para reaccionar ante una eventualidad que nadie vio venir. Muchas son las lecciones que nos está dejando la pandemia y una de ellas es que los países, empresas y sociedades más digitalizadas han sabido reaccionar mejor y en un plazo de tiempo más corto.
Ya son numerosos los estudios que establecen que en este más de un año pandemia hemos avanzado en digitalización de cinco a siete años, especialmente en el uso de herramientas de comunicación y trabajo colaborativo en la red. Pero sobre todo han cambiado actitudes y prejuicios sobre la importancia de la digitalización en todos los ámbitos de nuestras vidas. Ya nadie duda de que, si queremos ser una sociedad moderna, competitiva y que disfrute de un alto nivel de vida, tenemos que abrazar la digitalización como el camino a seguir.
Así lo ha entendido la Comisión Europea, que ha puesto en marcha el paquete de financiación más ambiciosos de su historia, de más de 800.000 millones de euros, con la finalidad de reactivar la economía europea, pero sobre todo la de transformar nuestro modelo productivo y social, marcando como prioridad la transición verde y la digitalización, los dos pilares sobre los que se quiere asentar las sociedades del futuro. Por lo que respecta a digitalización, se quiere dedicar a este fin al menos el 20% del presupuesto.
Sin embargo, si sumamos todos los programas que va a poner en marcha Europa durante los próximos diez años, desde Horizon Europe, Digital Europe, Connecting Europe Facility, Cohesion Policy y los mencionados NextGen Funds, desde la Fundación Alianza Digital 2030, estimamos que la suma total de fondos destinados a digitalización va a superar los 300.000 millones de euros. Sin duda ninguna se trata del mayor esfuerzo que se haya realizado nunca en este ámbito, y en casi ninguno otro, más allá de la política agrícola común.
Las razones de la Comisión para comprometer dicha cantidad de fondos, en parte ya la hemos explicado en los párrafos anteriores, pero nos falta la perspectiva internacional, y ver qué está pasando alrededor de nuestro viejo continente. Si alzamos nuestra vista, vemos que Europa se está quedando atrás en un ámbito tan crítico como es el uso de la Inteligencia Artificial y los datos con respecto a las dos grandes potencias tecnológicas y militares de nuestra era, Estados Unidos y China.
Ahora ya no se trata de avanzar en el uso de estas tecnologías, sino de acortar la distancia con estos dos países y, de camino, recuperar nuestra soberanía europea y reducir nuestra dependencia exterior. Para ello, la dimensión nacional es insuficiente y debemos escalar los esfuerzos a nivel europeo. En este sentido, cada país de la Unión debe contribuir, en el marco de una estrategia de ámbito europeo, a la consecución de estos objetivos. Así es como se ha planteado desde el Plan de Recuperación para Europa, que por cierto, está dotado con una financiación europea, por primera vez en nuestra historia.
Desde el Gobierno de España se ha entendido perfectamente la urgencia y el papel que debe jugar nuestro país, y así se ha plasmado en los Presupuestos Generales del Estado para 2021 y en el proyecto de Presupuestos para 2022, que - si se suman las partidas NextGen - ya totalizan un compromiso de más de 50.000 millones de euros, un 30% destinado a la digitalización. En este sentido, no podemos más que decir que, a nivel presupuestario y de planificación, se están haciendo los deberes.
Recordad que en julio del 2020 el Gobierno, de la mano del Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, presentaba la Agenda Digital 2025 como hoja de ruta para los próximos años para contribuir a la recuperación económica y a la transformación de nuestro sistema productivo. La Agenda ha sido muy bien valorada por el sector y los agentes sociales, comprometiendo más de 600 millones de euros a impulsar tecnologías en Inteligencia Artificial, 3.750 millones a desarrollar nuestras capacidades digitales, 5.000 millones a digitalizar nuestras PYME y 2.000 millones a desplegar las redes 5G, entre otros.
Ahora queda como gran reto la ejecución presupuestaria de la mano de la colaboración público-privada y entre administraciones, el mismo modelo que se siguió con el Plan Avanza y que tan buen resultado tuvo. Según la evolución reciente de la Comisión, que está siguiendo el desarrollo del Plan en España, avanzamos al ritmo planificado. Además, se está realizando un esfuerzo por mantener la dimensión europea, especialmente en los grandes programas transformadores, como el de la Inteligencia Artificial, ya que ante la escala de este desafío en particular, solo se puede dar respuesta desde la dimensión continental, sumando los esfuerzos de todos los países miembros de la Unión.
Sin duda, la digitalización es una gran oportunidad, pero también plantea serios retos, como los relativos a nuestra privacidad y seguridad y el derecho a la información veraz y a la neutralidad de los algoritmos, que en ningún caso deben discriminar a las personas por su condición social, de género, racial, económica, etc. En este sentido, los gobiernos deben estar muy atentos y - al igual que ha impulsado el Gobierno de España - adoptar una Carta de Derechos Digitales, donde se recojan los principios humanistas que deben asociarse a la sociedad digital, donde las personas, y no las máquinas, sean el centro de todo y protagonistas del cambio.
Podemos preguntarnos si la digitalización es un medio o un fin, incluso si es el final de la historia del desarrollo tecnológico. Sin ánimo de crear más inquietud, debo decir que se trata más bien de una etapa, ya que en los próximos cinco a diez años pasaremos a hablar de algo que por ahora solo vislumbramos, la virtualización de nuestras vidas. Dicho de una manera más gráfica, debemos prepararnos para, en el futuro, abandonar nuestros cuerpos para realizar algunas actividades cotidianas, como socializar, reunirnos y quién sabe si amarnos, todo ello en entornos virtuales. Sin duda, esto produce azoramiento, pero es lo que conlleva el reto digital. De nosotros depende que sea para bien de las personas y no de las máquinas.
*** David Cierco Jiménez de Parga es director ejecutivo de la Fundación Alianza Digital 2030