“La gran esperanza para el futuro de la democracia en el mundo es la India”, me dice un alto directivo de una gran corporación norteamericana, de visita por España, obligado a incorporar la prospectiva geopolítica a su estrategia de negocio. “El problema es que la India es una democracia”, añade a continuación.
Difícil para Occidente competir con los 'Bad Guys' de la 'Autocracy Inc' –Xi Jinping, Vladímir Putin, Nicolás Maduro, Alexander Lukashenko y Recep Tayyip Erdogan (hola, BBVA)– retratados magistralmente por Anne Applebaum en 'The Atlantic' junto a la apostilla: “Están ganando”.
Pese a ello, el veterano inversor Mark Mobius, que se define a sí mismo como el Indiana Jones de la inversión en mercados emergentes, acaba de declarar en Bloomberg Television que “India está en un rally de 50 años” y que se sitúa hoy en un puesto similar al que se encontraba China hace una década, gracias a medidas como la unificación de su dispersa normativa regional.
El columnista de Foreign Policy y director del Instituto de Estudios sobre el sur de Asia de la Universidad de Singapur, C. Raja Mohan, asegura en la misma línea que “la convergencia entre los intereses indios y estadounidenses en el Indo-Pacífico creció rápidamente en el último año de la administración Trump y ha continuado en los primeros meses del mandato de Biden. Los ambiciosos planes de la administración Biden para el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, una asociación estratégica con Australia, India y Japón conocida como el Quad, han colocado a Nueva Delhi en el primer lugar de la lista de prioridades estratégicas de Washington”.
Si es cierto que los grandes conglomerados mundiales están buscando en serio alternativas en la mayor democracia del mundo, para trasladar allí parte del aparato productivo que ahora está en suelo chino, es probable que Mobius tenga razón. Y es posible también, de paso, que la democracia tenga esperanza. De momento, Facebook ha invertido 5.700 millones de dólares en la compra del 10% de Jio Platforms, y Amazon Web Services ha anunciado otros 2.700 millones en centros de datos en el estado de Telangana.
Algo parecido deben pensar las empresas de obra pública españolas que han ido tomando posiciones en India. La última en dar el paso, Ferrovial, con la compra del 24,9% de IRB Infraestructure Developers, operación con la que se suma a Abertis y Roadis en la pugna por las inversiones en infraestructuras anunciadas por el Gobierno del país por valor de 240.000 millones de euros.
En 2019, España suponía apenas el 0,74% de los flujos de inversión extranjera en India, según el Icex, que destaca las joint ventures de Tata Projects con Aldesa en infraestructuras, SIS Security con Prosegur, Inditex con Tata en textil y Lingotes especiales con Setco Automotive. CIE Automotive ha sido de las más activas comprando las compañías BillForge (178 millones de euros en 2016) y Aurangabad Electricals (110 millones en 2019).
Las inversiones españolas “se concentran en infraestructuras (Abertis y Grupo San José), energías renovables (Gamesa, Acciona), componentes de automoción (Antolín, Gestamp, Lingotes especiales), desalinización de agua (Abengoa) y comercio minorista de marca única (Inditex-Zara / Massimo Dutti, Punto Fa-Mango, Cortefiel)”, apunta también el Icex.
Es bien conocido el origen indio de altos directivos del sector TIC y el software. Los ejemplos más recurrentes son los de Satya Nadella en Microsoft, Sundar Pichai en Google y recientemente Arvind Krishna en IBM. Pero el despertar definitivo del país asiático por el que suspira Occidente podría redibujar el mapa de equilibrios tecnológicos en otros dos sectores clave: la química de valor añadido, el mercado de las moléculas de hidrógeno verde, amoníaco y polímeros avanzados; y, de forma especial, la cadena de suministro regenerativa, diseñada con criterios de sostenibilidad medioambiental, un concepto en auge que concibe el movimiento de mercancías sobre la base de la descarbonización, el principio de cero emisiones y la reutilización de recursos.
Súmenle a todo ello ámbitos como el aeroespacial o las smart cities y tendremos, si aún hay esperanza para la democracia, un nuevo campo de juego para la innovación con India como protagonista, el respaldo comercial entusiasta de socios regionales como Taiwán o Singapur y el apuntalamiento institucional de Estados veteranos como Australia y Japón.
Dice Richard Wilding, profesor de estrategia de la cadena de suministro de la Cranfield School of Management, que “en la nueva normalidad, si su cadena de suministro es la misma que tenía antes del coronavirus, probablemente esté haciendo algo mal". La evolución que experimenten los hubs de aprovisionamiento de materias primas y componentes tecnológicos durante la próxima década va a estar condicionada, probablemente, más que en ninguna otra época desde la Segunda Guerra Mundial, por la geopolítica. Y eso representa un desafío para la innovación, obligada a manejar cada vez de forma más eficiente la incertidumbre.
A instancias de la revolución digital, esa incertidumbre se está manifestando, entre otras cosas, en forma de grandes variaciones de los flujos de demanda en espacios cortos de tiempo por diferentes canales (durante el confinamiento las ventas online sustituyeron de golpe las offline en apenas semanas) y en la gestión cada vez más compleja del pricing, una de las bombas secretas que escondía la digitalización.
Lo dice claramente el Banco Central Europeo en su informe 'Virtually everywhere? Digitalisation and the euro area and EU economies': “desde la perspectiva de la política monetaria, alcanzar un objetivo de inflación puede volverse más desafiante a medida que crece la economía digital”.
Porque no sólo la disponibilidad de materias primas y componentes, también los precios están fluctuando de forma brusca en determinados eslabones de la cadena de valor. Las empresas tendrán que dedicar a su política de pricing recursos estratégicos mucho más allá del área de marketing, e incluirla en el diseño del producto y de su proceso de fabricación.
En definitiva, conviene insistir en que la digitalización es mucho más que un set de herramientas, es una nueva cultura. Y movimientos de los hubs mundiales de suministro y de concentración de tecnología, como los que se anticipan en India (si es que el hecho de ser una democracia no lastra su despegue), son un desafío para la planificación de la innovación. No estuvimos muy finos con la entrada de China en la OMC y nos costará tiempo, recursos y talento remediarlo. Los buenos estrategas, también en el sector tecnológico, cotizan al alza.