Los “falsos amigos”. No los que han devastado nuestro corazón con promesas incumplidas, compromisos desatendidos o favores rechazados. Hoy hablamos de los que causan pequeños problemas de comprensión entre idiomas y sabrosos momentos de chanza para recordar, siempre que no lo hayamos vivido en una conferencia internacional sobre desarme nuclear.
¿Quién no se sonríe ante el francés que afirma que su amigo es muy “capable” de realizar algo? ¿Qué español no ofrece paracetamol al inglés que afirma estar “constipado” cuando lo que necesita es algo más fluido y fluidificante? ¿Y esa entrañable confusión con nuestros vecinos al hablar de la “sobremesa” y su carácter de postre o de conversación aletargada y distendida tras los mencionados postres?
Toda lengua tiene sus vericuetos. Hace poco escuché a un humorista islandés en un especial de Netflix y hablaba de las diferentes lenguas nórdicas; resulta que si un noruego dice que se va a abotonar el kneppe… ¡la verdad es que ni siquiera os diré lo que podría pensar el danés!
'The Great Resignation': un término de muy reciente cuña, 'made in the US', y que en Wikipedia se describe como “La Gran Dimisión, una tendencia económica en la que los trabajadores abandonan o dimiten voluntariamente de sus puestos de trabajo en masa, sobre todo a partir de principios de 2021 y principalmente en los Estados Unidos”.
¿Razones? Hay tantas como observadores. Un 40% de la población trabajadora estadounidense puede verse afectada por este fenómenos, según algún prestigioso índice, y una cifra tan monumental no responde a razones monolíticas: el deseo de teletrabajar en mayor proporción, las ayudas en metálico que han desincentivado a muchos norteamericanos a regresar a sus puestos de baja cualificación, la búsqueda de un sentido y un propósito más coherente y ético en sus trabajos, la consideración de la incertidumbre derivada de la pandemia como una llamada de atención a desengancharse de una vida laboral que devora frecuentemente nuestras prioridades personales…
La lista crece con vida propia y la “Great Resignation” ya es algo más que un dato sociológico. Como es habitual en Estados Unidos, se ha convertido en un fenómeno cultural y social con vida propia…y hasta con “merchandising”.
Un español que se fía de los amigos falsos, que de todo hay en botica, traduciría este fenómeno como la “Gran Resignación” y probablemente encontraría muchos ejemplos que avalarían ese significado, tan diferente del original estadounidense relacionado con un cambio radical de modelo empresarial. De hecho, el modelo hispano hunde sus raíces en el inmovilismo del modelo empresarial.
Es la resignación de los jóvenes, atrapados en ese juego de pelota en el que los que piden experiencia previa lanzan el esférico a los que demandan sangre fresca y entusiasmo virginal, corrompiendo la energía de demasiados jovenzuelos que no tienen la experiencia necesaria porque nadie ofrece trabajo a menos que encuentren una experiencia mínima.
Es la resignación de muchos mayores de cuarenta y cinco años que ven minadas sus expectativas de volver a encontrar un trabajo poco a poco –en ocasiones mucho a mucho- en una sociedad que ha aceptado como un premio gordo digno de envidia tiñosa y malsana el haber sido prejubilado a los cincuenta y tres años con un jugoso porcentaje del salario, unas convenios graciosamente pactados con la seguridad social y ningún o escaso impedimento a la libre práctica de la profesión original y mucho menos a la de la práctica del golf, el paseo o el modelismo naval.
Por supuesto, esa resignación lleva aparejada la condición bastante general de medicamento poco recomendable para las empresas, por la larga lista de excipientes y principios activos dañinos o, como poco, paralizantes que esos amortizables “seniors” aportan con su presencia: obsolescencia, rigidez, acomodamiento, reivindicación, encarecimiento, mente analógica…
Es también la resignación de muchos pequeñas empresas, el noventa por ciento del tejido empresarial español, que ven volar por encima de sus humildes cabezas y a la altura del Olimpo corporativo, conceptos y modelos de juegos florales conceptuales que nada tienen que ver con sus pequeñas e insignificantes existencias. Por no hablar de acuerdos a bombo y platillo que consagran subidas salariales, modalidades contractuales o preeminencias convencionales que encorsetan -cuando no ahogan- sus inciertas existencias ligadas al necesario regate en corto, la adaptación constante, la negociación sin privilegios y el servicio sin horas al cliente.
Contemplo la resignación de miríadas de empleados incluidos por cuenta ajena en nómina de un número menor de empresas, que oyen hablar –cuando lo oyen- de felicidad en el trabajo, de conciliación, de dirección por valores o de digitalización y te cuentan al oído cuando no están entre los muros de sus empresas que lo que viven es un intento benevolente -cuando no interesado- de vender humo de bonitos colores porque, por lo general, todo cambia para que casi todo permanezca igual. En el fondo, se interpretan en la mayoría de los escenarios unos guiones muy bien aderezados, con sus diálogos y sus jergas propias, con sus decorados y sus atrezos, con sus ganchos, nudos y desenlaces, que pierden su fuerza dramática cuando los empleados abandonan las sedes corporativas o se desconectan de las plataformas de videoconferencia.
Y como última referencia, la resignación de muchos emprendedores ,vacunados contra la aversión al riesgo, que se lanzan a los caminos de la iniciativa con entusiasmo propio alimentado por las loas públicas y privadas a la creatividad y a la economía sostenible y de empuje. Muchos comprueban que a la tasa estadísticamente significativamente del noventa por ciento de fracaso promedio en los tres primeros años de un proyecto empresarial, se suman la indiferencia de las entidades públicas, la indolencia de funcionarios que fustigan con fervor los brotes verdes que consiguen sobresalir del terreno o la cultura y la costumbre general de considerar que es mejor futuro una oposición para toda una vida que un deslome de iniciativa en aras de perseguir los sueños propios.
Nuestra “Gran Resignación” no es sólo un “falso amigo” del inglés. Es una verdadera losa. Y es más pesada aun cuando compruebas que el principal remedio para erradicarlo es un liderazgo en busca del bien común. España está aún hondamente anclada en el “todo el mundo va a lo suyo, menos yo que voy a lo mío”; y más, muchos dirigentes de empresa y muchos protagonistas de la vida política. Y probablemente, hasta yo en mi puesto. El bien común es un triste bucardo.
Es difícil encontrar gente prominente e influyente en quien se perciba un interés por trascender su propio beneficio –reputacional, financiero, social, electoral o vital- por servir a un propósito mayor y ajeno. No es imposible y gracias a esa posibilidad remanente, la esperanza no está perdida. Pero es un bien escaso: quien pudiendo no quiere, está calculando constantemente la pérdida propia de hoy y el lucro cesante del mañana.
La “Gran Resignación” es una colosal pérdida de energías y de talento. Los que la perciban como tal y tengan un ápice de oportunidad y de capacidad de revertirla deberán tener una conciencia muy limpia y muy clara, que les afee la omisión en un momento futuro lleno de consecuencias indeseables si no dan un paso adelante. Los que vayan a lo suyo, sin matices ni equilibrios, seguirán culpando al sistema, a la historia o al gato.
Como parece que dijo una vez Balzac: “La resignación es un suicidio cotidiano”. Cada uno se suicida como quiere.
*** Enrique Rodríguez Balsa es director de RRHH de Synerlab Alcalá Farma y miembro de la Asociación Española de Directores de RRHH