Un empresario muy conocido en una conferencia no hace mucho nos contaba que el loco y el genio se parecen porque van a contracorriente. En realidad, destacaba que la diferencia radica en que el loco no tiene razón en lo que defiende.
Yo añadiría que lo que determina quién es el loco y quién es el genio, es el éxito. ÉXITO. En mayúsculas. El éxito de una idea es lo que hace posible cambiar las tornas, transformar a las personas y su percepción. Puede convertir al pobre en rico. Al desconocido en persona notoria y famosa. Hacer que los sueños se transformen en realidad.
Ir a contracorriente está directamente relacionado con la innovación. Con cambiar las reglas del juego. Con tener una visión y pelear por hacerla realidad. Por conseguir contagiar a un grupo de personas alrededor tuyo y que esa alineación lleve a que el equipo trabaje por esa visión.
“Si te caes siete veces, levántate ocho”
Este proverbio japonés nos habla de que el éxito es fruto de muchas caídas. De mucho esfuerzo y trabajo. De la persistencia. De la paciencia. De la perseverancia. El éxito es, la mayoría de las veces, fruto del valor para innovar, para luchar por una idea. También es el resultado de la suma de todos los fracasos que nos han permitido aprender, rectificar y encauzar nuestra visión para mejorarla y conseguir que una idea sea viable.
En la cultura estadounidense, en la que el concepto éxito está tan profundamente imbuido (“la tierra de las oportunidades”), también está muy arraigado el concepto del fracaso. Resulta llamativo para un español relacionarse con altos directivos y reconocidos empresarios estadounidenses que no se ruborizan al hablar en público de sus errores y fracasos y mostrar cómo han sido parte del proceso de aprendizaje.
Sin embargo, en nuestra cultura latina, fracasar está mal visto. Es un insulto. “FRACASAD@” es un término utilizado normalmente con desprecio a alguien que ha fallado en su idea o su proyecto. Es un tópico, pero parece que un triunfador sólo lo es si ha acertado a la primera y no se ha equivocado nunca.
Esto es especialmente llamativo en las grandes organizaciones. En este tipo de empresas tomar decisiones entraña un riesgo, el riesgo del error, que suele ser castigado (despido, no subida salarial, menos bonus, desprecio, ostracismo…), mientras que el éxito es socializado. Estos ecosistemas llevan a que muchos directivos no tomen decisiones.
Esa no toma de decisiones (que es una decisión en sí misma) empuja a copiar sin pudor a los innovadores y a destrozar el verdadero valor de la innovación, de la diferencia, de lo auténtico (normalmente, sin tener las características correctas para ser creíble).
Es un sistema perverso, donde el innovador es finalmente repudiado, porque antes o después se equivocará. Mientras que aquellos seres que permanecen vacíos de sentimientos, inocuos, nunca se equivocan porque nunca toman decisiones.
Esta burda copia de la auténtica toma de decisiones es, en realidad, un lastre para la organización que a largo plazo mermará su potencial desarrollo. Antes o después, una empresa en la que el fracaso y el error no se permiten, está condenada a muerte. Y morirá porque nadie tomará decisiones ni se atreverá a avanzar.
¡Decisiones, por favor!
El éxito y el error son fruto de las decisiones. Quién no toma decisiones no se equivoca, pero tampoco tiene ninguna posibilidad de triunfar. En innovación, muchas veces hablamos de la toma de decisiones basada en resultados, test, pruebas… Sin embargo, omitimos mencionar que una parte de las decisiones están tomadas con el estómago y con la intuición de qué es lo que tienes que hacer.
Esa voz que te susurra internamente, que te hace creer en una idea, es la que muchas veces permite a la gente de éxito ver cosas que mucha otra gente no ve y, por tanto, tomar las decisiones correctas.
No es fácil tomar decisiones, porque hacerlo implica el riesgo de equivocarse, y ya decíamos antes que en nuestra sociedad no está bien aceptado el fracaso. Para una toma de decisiones que no te lleve a lamentarte si son erróneas, hay que basarse en una firme creencia en lo que uno hace, en uno mismo, en lo que pretendes conseguir. En una visión. En una firme convicción. La realidad ya se encargará de descremar tus ideas y de pulir aquellas partes que no funcionan.
La pasión es una de esas palabras que transmite sentimientos. Es una palabra que más allá del grafismo nos transfiere muchas emociones. Es pasión lo que nos lleva a enamorarnos de alguien o de algo. Es pasión lo que nos hace desear pasar tiempo con esa persona o realizar esa actividad.
La pasión suele ser un elemento común entre los líderes que toman decisiones. Que se arriesgan. Que persiguen su idea. Que luchan por ella y se levantan cada vez que caen. Están enamorados, sí. Están enamorados de su proyecto, de su innovación. Y son capaces de transmitir esa pasión a su equipo. Las feromonas del amor hacen que un equipo construya y haga que las ideas ocurran. En definitiva, la innovación habla también de emociones, de sentimientos y de AMOR.
Comenzaba esta tribuna hablando de que un loco y un genio se parecen en que van a contracorriente y se diferencian en que el genio tiene éxito.
Creamos en nosotros mismos, en nuestra razón, en nuestra idea, en nuestra visión. Luchemos por ella. Nuestro instinto nos ayudará en el proceso. Y, sobre todo, tomemos las decisiones que hagan falta, para poder ejecutarla y tener éxito. Fracasar es parte del proceso de aprendizaje
Entre creer y crear, sólo hay una letra de diferencia. Y el ÉXITO, sin duda, es para los valientes.
*** David Fernández es consejero delegado (CEO) de Teoxane Ibérica.