Esta semana, conocíamos los resultados financieros de varias de las mayores compañías del mundo, incluidas varias de las tecnológicas de mayor renombre. Entre ellas estaba Alphabet, matriz de Google, que anotó buenos datos como viene siendo habitual: 257.600 millones de dólares en ingresos, un 41% más que el año anterior, y 76.000 millones en beneficios contantes y sonantes.
Pero si uno baja más al detalle se encuentra con una sorprendente nota negativa: los resultados de su división de servicios 'cloud', tercera en adopción -solo por detrás de Amazon Web Services y Microsoft Azure- sigue arrojando pérdidas: 3.099 millones en rojo que aparecen en el balance.
La causa de estos malos datos no está en el fracaso, ni mucho menos, de su oferta comercial (su facturación sí crece considerablemente hasta los 19.200 millones en 2021) sino en el alto coste que tiene desplegar nuevos centros de datos en diferentes regiones geográficas para dar respuesta a una demanda en continuo auge. Muchas de esas inversiones, dicho sea de paso, en España.
Por supuesto, alguien ha echado un ojo a estos mismos datos y determinado que había que reducir gastos para soportar tamaña expansión. Y ahí es donde entra otro de los anuncios que Google Cloud realizó en 2021: alargar la vida útil de sus servidores de los tres a los cuatro años. No es una práctica original de esta compañía, ni tan siquiera del sector tecnológico: las plantas nucleares, sin ir más lejos, van adaptando y ampliando su vida útil con el fin de maximizar los beneficios de las compañías que los operan.
Es cierto que Google tenía algo de margen de maniobra en este sentido: los estándares del sector marcan un ciclo de vida para los servidores de entre tres y cinco años. Esto viene impuesto por los contratos de garantía y soporte que los proveedores de estos equipos suelen imponer (y a los que un gran hiperescala suele estar ajeno). Pero al igual que sucede con la garantía de los coches, sin ir más lejos, estos dispositivos pueden funcionar correctamente durante períodos mucho más largos: incluso diez años, en el caso de los sistemas integrados y seis años para los servidores en rack. Obviamente, todo depende de la carga de trabajo que realicen, y no cabe duda de que Google explotará sus equipos hasta el límite para aprovechar las ventajas de la economía de escala.
De media, el rendimiento de los servidores se deteriora un 14% cada año que pasa, según datos de IDC. Ese es el margen de riesgo o de pérdida que Google está asumiendo con esta decisión encaminada a reducir sus costes. Ello implica que, si la multinacional decidiera alargar al 'máximo teórico' de cinco años la vida útil de sus equipos, estaría funcionando con dispositivos que apenas rinden al 60% de lo que fueron diseñados.
Con implicaciones directas en una de las exigencias clave al migrar a la nube: esos servidores estarían fuera de funcionamiento un 20% más cada año. Recordemos que Google y sus rivales ofrecen, por contrato, la garantía de que sus servicios estarán disponibles un 99% del tiempo. Por muchas deduplicaciones y redundancias que haya, si esta dinámica se lleva a la extenuación se antoja complicado cumplir con este (casi) inmaculado compromiso.
Existe una derivada más a tener en cuenta en este sentido: la evolución tan rápida en arquitecturas y desarrollos que permiten no sólo ejecutar más cargas, sino hacerlo de forma más veloz y optimizada para el cliente final. Alargar un año más la vida útil de esos servidores también implica retrasar un año más la entrada de nuevos servidores de nueva generación en el interior de los centros de datos. 365 días pueden parecer pocos, pero teniendo en cuenta la cruenta batalla en el mercado de 'cloud' pública, todo es relevante.