Fue en 2001 cuando el norteamericano Marc Prensky escribió el artículo: 'Digital Natives, Digital Immigrants' ('Nativos digitales, inmigrantes digitales'), un texto que revolucionó tanto el sector de la educación como el de la tecnología.
En él hablaba de una nueva generación nacida a partir de los años ’80 que, por haber surgido en plena revolución de internet, adquiría una serie de características que los diferenciaba de padres y abuelos (inmigrantes digitales, nacidos entre la década de 1940-1980): con una lengua y una cultura digital y audiovisual; consumistas y amantes de lo inmediato, todo a un clic; multitarea y multipantalla; cocreadores de contenidos y activistas sociales…
Pero según esto, muchos de estos nativos, hijos de padres analógicos, con el paso de los años, y especialmente durante la adolescencia, se habrían convertido en ‘huérfanos digitales’ al carecer de toda formación y acompañamiento en su vida y actividad digital.
Y es que el propio Prensky vaticinaba para el 2020 un futuro hiperconectado (ya lo había hecho McLuhan en el año 1964 en su ensayo 'Understanding Media: The Extensions of Man', un verdadero profeta y visionario) en el que todas las personas del mundo estarían conectadas y podrían acceder en tiempo real a cualquier información desde cualquier parte del planeta.
Visionario también fue el escritor neoyorkino, sin duda. Pero no contaba con que la situación política, económica y social de muchos países ralentizaría la transformación digital, aumentando la brecha digital entre su población. Y a esto también le sumamos que, veinte años después de la burbuja tecnológica de las 'punto com', todavía no hemos sido capaces de superar la propia brecha digital y educativa entre generaciones.
Años más tarde, somos muchos los profesionales que nos hemos ido desligando de esta clasificación al ver que realmente no beneficiaba la forma en la que abordábamos la educación de estas generaciones, pensando erróneamente que están altamente cualificadas tecnológicamente hablando. Y así lo plasmaba el experto en tecnología Juan Luis García Rambla: “Nativos digitales: no hay que confundir la destreza digital con tener criterio”; o como titularon su libro Susana Lluna y Javier Pedreira: 'Wicho: los nativos digitales no existen'.
Y es que, aunque nuestros hijos sepan manejar el iPad con 2 años o consigan configurar la Smart TV antes que nosotros, no significa que puedan manejar las tecnologías con responsabilidad y madurez, y, por ello, prevenir los riesgos asociados a ellas o descubrir todo su potencial.
Muchos de ellos, más que vivir, ‘sobreviven’ en el mundo de internet, surfeando las olas digitales e intentando no naufragar entre ciberriesgos y demás problemas del 2.0. Por tanto, el papel tanto de los docentes en los centros educativos como de la familia en su educación digital parece más que obligado.
Dentro de esta, se habla de que los menores deben adquirir las competencias digitales necesarias para poder hacer un uso creativo, responsable, seguro y crítico de la tecnología. Ahora bien, ¿de quién es esa responsabilidad? ¿De las familias? (Un 43% de la población española carece de competencias digitales básicas y un 8% jamás ha utilizado internet) ¿De los centros educativos? (Sin presupuestos ni cuota docente para cubrir las necesidades de un currículo digital transversal) ¿De los planes ministeriales? (Apañados vamos…).
Para la enseñanza de las competencias digitales y la mejora de las capacidades digitales para la transformación digital, el gobierno ha diseñado el Plan Nacional de Competencias Digitales (2020), que se une al Plan de Acción de Educación Digital europeo (2021- 2027), cuyo objetivo para los estados miembros de la UE es mejorar la calidad y la cantidad de la enseñanza relacionada con las tecnologías digitales, favorecer la digitalización de los métodos de enseñanza y las pedagogías, y proporcionar las infraestructuras necesarias para un aprendizaje a distancia inclusivo y resiliente.
Para alcanzar estos objetivos, el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia prevé un conjunto de reformas e inversiones públicas por 3.750 millones de euros en el periodo 2021- 2023, con el fin de movilizar la inversión privada en este ámbito. Además de los recursos financiados con los nuevos mecanismos del Next Generation EU (el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia y REACT-EU), las acciones de capacitación digital cuentan con la financiación proporcionada por el Marco Financiero Plurianual 2021-2027, en particular mediante el Fondo Social Europeo y el programa Digital Europe (alineadas con la estrategia Digital Education Action Plan 2021-2027).
Suena bien ¿verdad?
Pero sabemos que en la gran mayoría de centros educativos de nuestro país el equipo docente no ha adquirido aún las competencias digitales necesarias para un aprendizaje tecnológico, inclusivo, equitativo e innovador. Porque la trasformación digital de la educación no pasa por aumentar las horas de la asignatura de TIC o por comprar pizarras electrónicas y iPads al alumnado, el proceso debe ir mucho más allá. Debe ser global y transversal a todo el currículo. Y, desde luego, si prohibimos los móviles en los colegios y no usamos las redes sociales en clase, mal, muy mal vamos.
El propio Presky habla de ello en su propuesta pedagógica para la sociedad del conocimiento (2018): “Los alumnos de hoy día quieren una educación conectada con la realidad, colaborativa, en la que puedan expresar sus ideas y opiniones en clase junto a la de sus compañeros, usando herramientas de su tiempo. Y para ello, el profesor debe animar, incluso obligar, a los alumnos a hacer uso de tantas tecnologías como sea posible durante el curso: la web, el móvil, los videojuegos, podcasts, impresoras 3D, etc.”. Y aún así, ya vamos tarde.
Hablamos de adquirir las competencias digitales básicas (navegación y comunicación en el entorno digital, tratamiento de los datos y de los contenidos audiovisuales, uso de dispositivos digitales, civismo digital, etc.), y no de experto, para luego poder formar en ellas a las nuevas generaciones.
Unas generaciones que dejen de ser ‘huérfanas digitales’ para convertirse en ‘competentes’ en las tecnologías que van a determinar su futuro y el de toda la sociedad.