Parece mentira, pero hay mucha gente que piensa que España tira los fondos europeos porque no sabe usarlos. No es verdad. Por supuesto que hay muchos aspectos de mejora, pero en la comparativa con otros países de la UE estamos bien: los primeros en conseguir desembolsos Next Generation, en el TOP 5 en la mayoría de las convocatorias de Horizonte Europa (donde se reparten los recursos para innovación, tecnología y futuro) y nada mal en la gestión de los complejos reglamentos que rigen los designios del FEDER o del FSE+, entre otros.
Y digo que parece mentira, pero lo cierto es que no me extraña mucho. Los datos no interesan a la opinión pública, generalmente nos basta con los titulares repetidos una y otra vez por periodistas y advenedizos que se ponen a opinar de los fondos europeos sin haber leído una línea acerca de su historia, del régimen de sus reglamentos o de su encaje legal (¡ay la de influencers que hay de Next Generation que no sabrían distinguir una directiva de un reglamento europeo!). Echen ustedes cuentas, pero llamarlo opinión pública es una osadía porque no se puede opinar sin saber, sin leer, sin preguntarse nada a cambio y sin criticar y sospechar con intriga y duda.
Pero volvamos al tema central de esta columna, los fondos europeos. Si bien es cierto que los datos demuestran la principal hipótesis de este breve artículo: España es de los mejores países en gestión integral de fondos y está en el TOP 5 en las tasas de retorno de la mayoría de programas UE (Interreg, Horizonte Europa, LIFE, etc.). Hecho este que debe además ponerse en el contexto del volumen de los fondos gestionados (somos el país que tiene más Next Generation y estamos entre los tres primeros en el reparto de los fondos estructurales y de cohesión); no lo es menos que todavía hay aspectos en los que tenemos un importante margen de mejora.
Creo que ha sido un error dejar en manos de los Ministerios la hercúlea misión de gestionar setenta mil millones de euros no reembolsables en el exiguo plazo de tres años. No se ha hecho nunca antes, nadie lo ha hecho, por lo que no sorprenden los retrasos, la improvisación en la adopción de normas y esa sensación de inseguridad que se tiene cuando no se sabe bien qué terreno se pisa.
Desde mi punto de vista hubiera sido mucho mejor centralizarlo todo en una Agencia (llamémosla Agencia Next Generation) desde la que se hubieran publicado y organizado todas las convocatorias, bien fueran éstas de los Ministerios o de las propias CC.AA.
Agencia Next Generation
Esta Agencia hubiera publicado pliegos estandarizados, hubiera generado sinergias en la gestión y el control de los programas y, lo que es más importante, hubiera podido gestionar mejor la praxis presupuestaria (lo que no gastas desaparece).
Hubiera formado a funcionarios en gestión de fondos europeos, hubiera centralizado las comunicaciones y hubiera dado acceso a través de APIs a todas las webs del mundo para que la difusión de las convocatorias fuera sobresaliente.
Hubiera tenido una interlocución única con sus homólogos en CDTI, o en IDAE, por poner dos ejemplos (o tal vez pudiera haber sido la copia mejorada de cualquiera de ellos) y hubiera resuelto en tiempo y forma a todos los expedientes a través de subcontrataciones que exigieran una velocidad suprema bajo el prisma 24-7 (España lo hubiera necesitado).
Muchas CC.AA y grandes ciudades hubieran usado sus procedimientos para desatascar sus procesos kafkianos internos y así, a través de un sistema eficientemente centralizado, muchas empresas y grupos de empresarios de todos los sectores hubieran conseguido lo que hoy a muchas les resulta imposible: saber para qué, cuándo, con quién.
Casos de éxito y grandes riesgos
En el haber de los diseñadores de la estructura NextGen encontramos los PERTES, la exigencia de transformación de las cadenas de valor en su conjunto, la mejora en las puntuaciones de los proyectos que incorporen a las pymes en los consorcios de los grandes, la incorporación de líneas ICO para que el trago no se le haga bola a los más pequeños (claro que esto, con lo propuesto arriba dejaría de tener sentido y podría dedicarse el ICO a otros menesteres), la creación de mecanismos de inversión innovadores como el Fondo Next Tech que prevé movilizar 4.000 millones de euros en inversión público-privada para emprendimiento digital y escalado de empresas deep tech o el Kit Digital, que ha movilizado a las empresas como nunca antes lo había hecho otro programa de ayudas en España.
Sólo una cosa más. Tengan en cuenta que todo el 'dinero regular', el que nos llega de Europa a través de los programas clásicos de cohesión y desarrollo regional, está parado porque el sistema no da. Es decir, el problema es aún mayor: no somos capaces de mover todo el Next Generation pero nos llegan los fondos del Marco Financiero Plurianual y las CC.AA tienen que aprobar sus Programas Operativos y los Ministerios, cada unos los suyos.
Pero ya no hay ideas grandes que vender ni modelos que reinventar, nadie quiere meter su futuro en la amalgama reglamentaria de estos fondos europeos de gestión aún mucho más compleja, y, lo que es más preocupante, no hay nadie que esté identificando sinergias, poniéndole a cada i su punto, distribuyendo esfuerzos en el tiempo. El embudo será tan grande que si no lo remediamos pronto nadie nos evitará el empacho y el aturdimiento y entonces la economía no se salvará.
Y digo yo, ¿por qué no una propuesta para que las mejores prácticas de Next Gen se consoliden en el resto de programas UE? ¿En este mundo veloz cómo vamos a gestionar sospechando y controlando siempre tamaña cantidad de fondos burocratizados y dependientes de mil unidades de gestión administrativa?
Más PERTES, más KIT DIGITAL, más consorcios público-privados y privados – privados, más rapidez en la ejecución, más mecanismos y unidades centralizadas, más posibilidad de ser creativos, de inventar programas y líneas… Pero es que eso los reglamentos no lo permiten. Por eso debemos plantear una propuesta reglamentaria ya, urgentemente, porque la innovación, la economía, la tecnología, el mundo, no esperan.