Desde que el japonés Norio Taniguchi acuñó el término nanotecnología en 1974, algunos de sus avances la han convertido en una palabra de moda. De hecho, la nanotecnología ha sido clave en el éxito de las vacunas contra la covid-19, algo que debería aumentar la confianza pública en el enorme impacto que ya tiene la nanociencia. Buen ejemplo es la técnica de la bala mágica, el encapsulamiento de sustancias para liberarlas de manera controlada en aplicaciones ligadas a la química, las tecnologías para el medio ambiente o la medicina.
Las nanovacunas de ARNm contra la covid-19 de Moderna y Pfizer-BioNTech nos han mostrado cómo los productos habilitados con nanotecnología pueden impactar en nuestras vidas. La tecnología de encapsulación es uno de los avances científicos más revolucionarios de los últimos años y abre infinitos campos para producir cualquier proteína en el cuerpo, sea para actuar como vacuna o para administrar terapias, porque permite su liberación en áreas específicas a tratar y admite su acción “programada”. Además, permite ahorrar en dosis.
La investigadora húngara Katalin Kariko fue una pionera que dedicó más de cuatro décadas a estudiar el ARN mensajero, cuyo avance es básicamente que permite a las propias células del cuerpo producir moléculas con capacidad terapéutica. En una entrevista en The Daily Telegraph, Kariko auguraba futuros usos en múltiples disciplinas de este peculiar sistema de “mensajería”, que viaja encapsulada en nanopartículas.Y su augurio se va cumpliendo.
Por tanto, ya podemos decir que la nanotecnología ha salvado vidas (además de hacer de oro a algunas farmacéuticas). Pero también que comienza a ser útil en la alimentación, con el nanoencapsulado para el manejo y la dosificación de sustancias que permiten enmascarar o potenciar ciertas características de los alimentos (color, olor, etc.) o la protección de principios activos (funcionales) para mejorar su absorción en el cuerpo humano.
Kariko ha recibido múltiples reconocimientos. Entre ellos, el premio Fronteras del Conocimiento del BBVA junto a Drew Weismann -con el que ha firmado múltiples patentes-, y Robert Langer, catedrático del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Langer firmó en los años 70 un artículo que hablaba ya de la posibilidad de “empaquetar” las macromoléculas terapéuticas de forma que pudieran ser transferidas a las células “y que la propia maquinaria de traducción celular sintetizara la proteína/antígeno”, según destacó el jurado de los premios.
Desde que inauguramos este NANOclub de Levi en Disruptores e Innovadores, he buscado informes que dieran a los socios del club una fotografía lo más fiable posible del impacto de la nanotecnología. No ha sido tarea fácil porque la información no está sistematizada. Hasta que un artículo del propio profesor Langer, aparecido en ACS Publications, ha combinado técnicas estadísticas y de machine learning (ML) para cruzar datos en 105 países de institutos de investigación, industria, publicaciones, patentes o fabricantes de nanoproductos.
Y, aunque podríamos sospecharlo, la investigación constata que Estados Unidos es el líder mundial en número de institutos de nanotecnología (un 38% del total) y de empresas del sector (45%). También que lidera la cantidad de publicaciones y patentes de nanotecnología, según datos disponibles en StatNano y del portal Nanowerk. Pero, además, EEUU tiene uno de los valores más bajos requeridos para iniciar una empresa de nanotecnología (81 dólares per cápita).
El líder en Europa es Alemania, con un 9,4 % de los institutos existentes y un 10 %, de las nano-empresas, aproximadamente. Le sigue Reino Unido (8,6% y 7,5%, respectivamente). En global, EEUU y Europa albergan el 41 % de todos los institutos de investigación y el 38,5 % (Europa) y el 49,7 % (América del Norte) de todas las empresas.
Está claro que para algunos países, la nanotecnología es un “tesoro nacional”. El campo no solo brinda oportunidades comerciales específicas, sino que también contribuye al beneficio social transversal, como deja claro la tecnología de la “bala mágica”. Y, aunque resulte sorprendente, la investigación de Langer confirma que un país como Irán figura en el cuarto puesto de los países que más publicaciones científicas ha firmado en nanotecnología, lo cual indicaría, a su juicio, que existe una apuesta importante y prolongada de este país.
En 2021 se publicaron casi 202.000 nanoartículos en revistas indexadas JCR (Journal Citation Reports), lo que representa aproximadamente el 8,2 % del total de artículos indexados en WoS (Web of Science). Dicho de otro modo, alrededor del 8% de todas las publicaciones científicas en todo el mundo se encuentran en el campo de la nanotecnología.
El número de artículos científicos se considera un parámetro significativo para medir y comparar el desarrollo científico de individuos, universidades y países e indica su eficiencia científica. Más del 42% de las publicaciones sobre nanotecnología del mundo en 2021 han sido escritas y publicadas por investigadores chinos. Le siguen EE.UU. (11%), India (9,4%) y, como hemos dicho, Irán con un 5,5%. España ocupa el duodécimo puesto, con el 5,5% de los artículos. Por delante tenemos a Corea del Sur, Alemania, Japón, Arabia, Reino Unido, Rusia y Francia.
No obstante, las cifras de publicaciones de China son, al menos, intrigantes. Los datos muestran un mayor enfoque en la investigación fundamental, mientras que EE.UU. está alineado con la productividad de su industria. Se podría concluir que la nanotecnología es una prioridad en ambos países, pero que han adoptado enfoques divergentes. Los chinos bucean en la investigación básica y los americanos quieren resultados industriales ya.
Lo que parece claro es que apenas hemos comenzado a arañar la superficie de la nanotecnología y su enorme potencial. Los nanomateriales y los nanoproductos resultantes ya no son activos potenciales para el complejo mercado de consumo global, sino potenciadores de valor bien establecidos. Tomemos nota.