Hace unos meses confesé aquí mi interés por el mundo de la energía -el confinamiento dio para mucho-. Pues bien, en los últimos tiempos he saltado de ahí a lo que ahora el marketing ha llamado magistralmente como “algoritmos verdes”. ¿Mi primera impresión? Meh. ¿Mi impresión actual, después de haber leído y escuchado a las empresas? Como no nos pongamos las pilas en España -ecológicas, claro-, lo vamos a llevar crudo…
Justamente ayer, 5 de junio, se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente. Quizá se sorprenda el lector de que la ONU conmemore este día desde 1973. Casi cinco décadas después nos acercamos a un punto de no retorno, donde la velocidad que ha alcanzado el desarrollo tecnológico -y la energía que éste requiere- amenaza con hacer matemáticamente imposible la contención del cambio climático.
Aquí es donde entran en juego los algoritmos verdes, que en realidad son los mismos algoritmos, pero diseñados, desarrollados y entrenados siguiendo también parámetros de ahorro energético. Y esto, que parece tan evidente a simple vista, no lo es. Los desarrolladores de Inteligencia Artificial (IA) suelen velar por la precisión y la robustez de los algoritmos, quizá en equilibrio con la privacidad de los datos -por ejemplo, en el ámbito sanitario-. En cambio, el consumo energético no suele formar parte de la ‘ecuación’ y, en el mejor de los casos, es algo que se mide con posterioridad.
¿Y los responsables de sostenibilidad de las organizaciones? Estos pueden acelerar la transición a fuentes de energía renovables, pero los algoritmos verdes no tratan del origen de la energía, sino de la cantidad de ésta. Se trata de conseguir el máximo procesamiento de datos con el mínimo consumo energético posible. Si además este consumo procede de fuentes no contaminantes, aún mejor. Y si encima esos algoritmos se aplican a la mejora de eficiencia de cualquier servicio, o a la vigilancia del propio medio ambiente, ya lo bordas.
Por supuesto, hay excepciones que confirman la regla. Encontramos multinacionales como IBM que están impartiendo formación interna sobre sostenibilidad a sus profesionales técnicos, precisamente para conseguir la optimización de sus desarrollos tecnológicos.
Lo cierto es que, salvo error por mi parte, en España no existen planes formativos sobre IA sostenible o, de forma más amplia, “IA responsable” (ética y sostenible), de modo que por ahora le corresponde a la empresa privada tomar la iniciativa para cubrir un gap de competencias que crece rápidamente.
En las primeras líneas de esta tribuna decía que, si no espabilamos pronto, quizá nos arrepintamos… España, como país puntero en ciertas tecnologías energéticas, con un sector eléctrico bastante maduro digitalmente, una buena red de supercomputación (en la que se podrían entrenar estos sistemas de IA) y un talento TIC muy reconocido internacionalmente, tiene la oportunidad de combinar esas fortalezas y convertirse en la gran referencia europea de los algoritmos verdes.
Tengo, por estos motivos, muchas expectativas volcadas en el Plan Nacional de Algoritmos Verdes, cuyo contenido conocemos en las próximas semanas. En un informe reciente de DigitalES se hacen algunas propuestas interesantes relacionadas con la especialización de programadores, el apoyo a la red de supercomputación, el impulso de mejores prácticas o la puesta en marcha de incentivos fiscales, entre otras.
Llevamos tiempo postulando un desarrollo tecnológico que ayude a crear un mundo mejor. El momento de conseguirlo es éste, y además podemos hacerlo desde España. ¡Ahora o nunca!