Uno de los grandes sueños de la humanidad, atribuido al conocido pionero del electromagnetismo Nikola Tesla, es capturar la electricidad del aire de la atmósfera. Básicamente, su intención era condensar la energía atrapada entre la tierra y su atmósfera superior y transformarla en corriente eléctrica. La llamada higroelectricidad se imagina como la fuente de energía renovable definitiva.
Hasta hace unos años, la peculiar figura de Tesla ha sido menos conocida que la del gran inventor de la electricidad, Thomas Edison, en cuya compañía trabajó como ingeniero eléctrico, pero de quien se acabó separando por una disputa económica. De hecho, en 1943, la Corte Suprema de EEUU acreditó a Tesla (y no a Guillermo Marconi) como el inventor de la radio. Y, en contra de lo que nos enseñaban en el colegio, la bombilla del techo se enciende cuando pulsamos un interruptor gracias a Tesla y no Edison.
Nicola Tesla fue el inventor del campo magnético rotatorio, la base de la corriente alterna que hoy ilumina el mundo; pero también el padre de tecnologías visionarias en su época como la robótica, la informática o las armas teledirigidas. Con el tiempo, Tesla ha pasado a ser un mito de hoy, después de que Elon Musk escogiera su nombre para sus vehículos eléctricos y se hayan ido multiplicando las exposiciones, conferencia y libros en su memoria.
Además del empujón de márquetin que le dio Musk, la biografía de Tesla se ha ido alimentando de mitos y leyendas, como la atribución de una máquina que provocaba terremotos (en realidad un generador con enormes vibraciones) o el enigma de unos documentos supuestamente robados por los servicios secretos de EEUU con multitud de patentes, algo que probablemente no sucedió a juzgar por la enorme cantidad de papeles que atesora el Museo Tesla de Belgrado (Si Tesla hubiera nacido hoy sería croata, aunque de origen serbio).
No hay duda de que el tecnofuturista Elon Musk encaja bien con la personalidad traviesa de Tesla. De ambos -sobre todo del primero- se dice que cuando “sueñan”, sus empleados “tienen pesadillas”. Ha sido muy evidente en los meses posteriores a la compra de Twitter, donde emergió más que nunca un personaje engreído que dirige una organización aparentemente enfocada en el culto a su caprichosa personalidad. Eso sí, no se puede negar que Tesla fabrica coches y los vende y que SpaceX lanza cohetes al espacio. Otros no lo lograron.
Hace unos días leí en The Guardian un artículo sorprendente en el un profesor de la Universidad de Massachussets (UMass), Jun Yao, admitía que el resultado de un experimento publicado en 2018 en la revista científica Advanced Materials como una auténtica revolución fue fruto de un “accidente”. El ensayo en cuestión seguía los pasos del sueño de Tesla de usar la Tierra y su atmósfera como una batería gigante e inagotable.
Traducido al castellano, el artículo se titularía algo así como “Efecto genérico Air-Gen en materiales nanoporosos para la captación sostenible de energía a partir de la humedad”, asunto que a los socios del Nanoclub les renovará el interés por las propiedades sorprendentes de los materiales a nanoescala.
Aquel artículo revelaba que el grupo de investigación de Yao generó con éxito una pequeña pero continua corriente eléctrica a partir de la humedad del aire. Tal cual el sueño de Nicola Tesla. Cinco años después de aquel anuncio, Yao ha admitido que el resultado es cierto, pero que no era lo que buscaban. En realidad, explicó, estaban interesados en hacer un sensor simple para la humedad en el aire. Pero por alguna razón, según su versión, el estudiante que estaba trabajando en eso “olvidó enchufar la energía”.
Lo sorprendente era que el dispositivo, que constaba de una serie de tubos microscópicos o nanocables, producía una señal eléctrica sin estar conectado a ninguna fuente. Pese a lo diminuto de los nanocables -menos de una milésima parte del diámetro de un cabello humano- eran lo suficientemente anchos como para que una molécula de agua en el aire pudiera entrar, pero tan estrechos que chocarían dentro del tubo.
El equipo se dio cuenta de que cada golpe le daba al material una pequeña carga y, a medida que aumentaba la frecuencia de los golpes, un extremo del tubo se cargaba de manera diferente al otro. Parecía, actuaba, resultaba… como una auténtica batería. El reto para el equipo de Yao es conseguir que estos dispositivos en miniatura pasen de generar microvatios a algo más de potencia que pueda iluminar algo más que un sufrido pixel de una pantalla led.
Como sucede casi siempre que algún grupo de científicos cree haber abierto una puerta inédita, aparece algún otro a miles de kilómetros de distancia trabajando en algo idéntico o muy parecido. De hecho, el Consejo Europeo de Innovación financia desde hace unos años, a través de su programa de I+D de alto impacto, (Pathfinder) el proyecto Catcher, en el que se busca la conversión directa de la energía adsorbida de la humedad en energía eléctrica.
La tecnología empleada para ello es el llamado “efecto de heterounión funcional”, una cadena de procesos fisicoquímicos, físicos y electrofísicos formados entre partículas de nanomateriales avanzados adsorbidos (separados) en la superficie y moléculas de agua adsorbidas del aire. Sus promotores dicen perseguir el sueño de la humanidad (y la idea de Tesla) de “capturar la electricidad del aire y crear una sociedad más justa y más respetuosa con el medio ambiente.
Entre los socios del consorcio que desarrollan el proyecto está COFAC, la universidad no pública más grande de Portugal, la Royal Military Academy belga, una pyme polaca llamada SME Nanomaterials Research and Development, el Nanotechcenter de Ucrania y la consultora de software sostenible española Anthesis Lavola. El proyecto Catcher, más allá de los resultados que acabe obteniendo, es un magnífico ejemplo de cómo la suma de ciencia, innovación e industria se pueden coordinar con la iniciativa pública y privada para perseguir un sueño.