El primer medicamento considerado“nanofármaco” fue un anticancerígeno llamado Doxil. Obtuvo el permiso de la autoridad farmacéutica de EEUU (FDA) en 1995 y de la europea (EMA) apenas un año más tarde. Se dice que Doxil es la primera “nanomedicina” que salió al mercado porque, como indica su nombre inglés, su principio activo es la doxorrubicina, un fármaco ya muy extendido en quimioterapia, pero en forma de liposomas, unas vesículas artificiales que emulan burbujas microscópicas cuyo descubrimiento, en 1965, alumbró un nuevo campo industrial relacionado con negocios como el farmacéutico, el cosmético o el alimentario.
Para lo que nos suele interesar en el Nanoclub de Levi, lo interesante de los liposomas y otro tipo de nanopartículas, microesferas o microemulsiones es que se comportan como 'caballos de Troya', vehículos transportadores que permiten, por ejemplo, acceder a órganos delicados o directamente malignos, como un tumor. Pero también pueden penetrar en un globo ocular enfermo para depositar el fármaco de manera eficiente sin afectar, por ejemplo, a la córnea.
El descubrimiento de los liposomas está atribuido al biofísico y hematóloco británico Alec Bangham, fallecido en 2010 a los 88 años, dedicado durante años a entender cómo las moléculas atraviesan las membranas. Tras Bangham llegaron miles de artículos científicos, una sucesión de patentes, una revista, una sociedad internacional, una profusión de conferencias y la creación de empresas en torno a los liposomas.
También un viaje a París con su mujer, Rosalind, para cenar con Jacques Rouet, presidente de Christian Dior, para ver cómo se fabricaban los liposomas por kilogramo. Estas pequeñas vesículas de grasa adquirieron valor en la cosmética no sólo de Christian Dior, sino también de Lancôme, Arden y muchas.
Casualmente, ese mismo 1965 recibió el premio Nobel de Física el profesor Richard Feynman, considerado el padre de la nanociencia a partir de su célebre discurso There’s plenty of room at the bottom, pronunciado seis años atrás en el Instituto Tecnológico de California. La historia dicta que la industria de los liposomas (o ‘Bangasomes') arrancaba mientras daba sus primeros pasos la nanociencia, entendida como el estudio del comportamiento de la materia (para su manipulación y programación átomo por átomo) a escala nanométrica.
Si los percibimos como nanovehículos, los liposomas disponen de una membrana compuesta por una doble capa de lípidos que se parece mucho a la estructura de las membranas celulares, lo cual es una ventaja a la hora de investigar el comportamiento celular. Sirven como modelos artificiales biomiméticos simplificados de la célula. Y se pueden obtener, por ejemplo, de la lecitina de soja.
Las ventajas de los liposomas son muchas. Por ejemplo, está comprobado que mejoran la velocidad de disolución del fármaco, su administración regulada y la capacidad de modificar su superficie. Algunos se han diseñado para responder a estímulos, pero se pueden programar de muy distintas maneras, aunque su estructura, contenido, técnicas de producción y algunos de sus usos terapéuticos todavía están en fase incipiente o de revisión.
Los liposomas (y las nanopartículas en general) son la base de muchos de los tratamientos que ya se aplican contra el cáncer y de muchos otros dirigidos a otras enfermedades que se encuentran en fase de laboratorio. Doxil fue lanzada por un gigante mundial como Johnson & Johnson para tratar el cáncer de mama metastásico o el de ovario, entre otros. Y Dior, junto a toda la industria cosmética, gastaba millones en mejorar las cremas que sostienen el 'imperio'.
Pero, al margen de los rockeros clásicos del negocio farmacéutico, la moda ‘nano’ se está extendiendo a velocidad de vértigo y el mercado ya ha alumbrado biotecnológicas como la francesa Nanobiotix, que se anuncia como “pionera en nanomedicina” y cuyo lema es “construyendo nuevas terapias contra el cáncer ‘atómo a átomo’”. Nanobiotix, cuyo tamaño es todavía el de una mosca al lado de sus competidores, ha sacado al mercado Hensify, un fármaco que se activa por radioterapia y que permite ir directo al tumor. Abraxane es otro ejemplo fármaco administrado a través de transportadores basados en nanopartículas.
Aunque la mayoría de los nanomateriales está estrictamente definido en su tamaño como de 1 a 100 nanómetros (la milmillonésima parte de un metro), los nanomedicamentos de los que hablamos se encuentran en el rango submicrónico de 100 a 1000 nm (un pelo tiene un grosor de 60.000 nanómetros). Sus propiedades físicas, como las ópticas y magnéticas pueden aprovecharse para desarrollar agentes de contraste para la obtención de imágenes de tumores; su capacidad para contener miles de moléculas de un fármaco y administrarlas en el sitio requerido y también la capacidad de superar problemas de solubilidad y estabilidad.
Hace ya tiempo que los centros y grupos de investigación en nanociencia han despertado al inmenso mundo de posibilidades que la salud y la medicina abren en sus laboratorios. Ejemplo de ello es el Instituto de Nanociencia y Nanotecnología de la Universidad de Barcelona (IN2UB), uno de cuyos científicos principales, Daniel Maspoch, recibirá el próximo día 28 de Noviembre en la Lonja de Valencia el prestigioso Premio Rei Jaume I de Nuevas Tecnologías.
Lo interesante de la concesión de este premio a Maspoch, más allá de sus méritos, es similar a lo que hemos percibido en las últimas ediciones de los premios Nobel. Y que la nanociencia se abre paso. En los laboratorios, pero también en la industria. Algo que a los socios Nanoclub les sonará, porque hemos hablado de ello.
Sucede con el Nobel de Fisiología otorgado a Katalin Karikó y Drew Weissman por el desarrollo de vacunas de ARNm. Pero también con el Nobel de Física a Pierre Agostini, Ferenc Krausz y Anne L'Huilier por idear y crear pulsos de luz lo suficientemente cortos como para tomar instantáneas de los movimientos ultrarrápidos de los electrones (el attosegundo). Y con el de Química a Moungi G. Bawendi, Louis E. Brus y Alexei I. Ekimov por los “puntos cuánticos", que nos permiten conocer que, cuando el tamaño de la materia comienza a medirse en millonésimas de milímetro, comienzan a ocurrir fenómenos extraños –efectos cuánticos– que desafían nuestra intuición, y le dan a la tabla periódica una tercera dimensión.