El Mobile World Congress (MWC) 2024 está a punto de empezar, siendo el evento más grande e influyente en el ecosistema global de conectividad. Congrega a más de 2000 empresas: fabricantes de dispositivos, proveedores de equipos de red, representantes de operadores inalámbricos, empresas de consultoría y tecnología, emprendedores, universidades… y asisten alrededor de 100.000 personas, un crisol de nacionalidades, con una significativa presencia asiática, en torno al 30%.
Cada año, pasear por los pabellones de la Fira de Barcelona inspira un sentimiento de conexión global. Europeos, americanos y asiáticos presentan al mundo sus propuestas más innovadoras, se tienden puentes entre empresas grandes y pequeñas y también entre diferentes geografías. Al final de la semana, el visitante tiene la percepción de que la tecnología de cualquier parte del mundo está a su alcance, de que la colaboración global todavía es posible.
Sin embargo, solo hace falta seguir los periódicos con regularidad para encontrar cada vez con más frecuencia titulares sobre la "guerra fría tecnológica", "el desacoplamiento entre Estados Unidos y China" o "proteccionismo, sanciones y soberanía tecnológica". El periodo de hiperglobalización que ha contribuido a mejorar el bienestar del conjunto de la población mundial ha impulsado cotas de innovación y crecimiento no comparables con otros períodos y ha contenido la inflación y los tipos de interés transita progresivamente hacia una etapa de mayor proteccionismo y fricción.
Es difícil predecir el futuro. La realidad no deja de sorprendernos y por mucho que nos empeñemos en analizar lo que va a suceder, nunca acertamos del todo. Lo que si parece evidente es que desde que, en 2009, el presidente Obama impuso los primeros aranceles a China, la rivalidad entre ambos países no ha parado de crecer.
En 2018, la administración Trump se puso aún más dura calificando a China de "enemigo económico". La llegada de Biden ha ampliado las medidas proteccionistas y las sanciones comerciales con las consiguientes respuestas de la administración china. A fecha de hoy, más de 1.000 empresas e individuos de nacionalidad China han sido sancionados por los Estados Unidos y la lista de entidades identificadas como peligrosas para los intereses de la seguridad nacional es cada vez más larga en ambos lados.
La rivalidad saludable favorece la mejora del desempeño de los diferentes participantes y la búsqueda de soluciones más innovadoras para acceder al mercado y mantener el liderazgo. Cuando la competencia se vuelve antagónica lo que importa es como eliminar al otro y reducir sus posibilidades de competir. Si la rivalidad antagónica entre EEUU y China persiste – escenario altamente probable a día de hoy – podemos vernos en una encrucijada crítica para el futuro de la conectividad global.
La noción de un desacoplamiento tecnológico sugiere un horizonte donde los dos ecosistemas tecnológicos pueden evolucionar de manera divergente, creando mundos paralelos con normas, estándares e innovaciones propias. Es cierto que, gracias a las complejas interconexiones tejidas durante la hiperglobalización, llegar a este desacoplamiento no parece tan evidente a corto plazo.
Ambos contendientes se encuentran todavía hoy en un escenario de Trampa de Tucídides: es mejor que no nos hagamos demasiado daño. Este escenario plantea desafíos significativos, pero también abre un diálogo crucial sobre la resiliencia y la adaptabilidad de nuestras redes globales de innovación, sobre la posibilidad de mantener la colaboración.
En la práctica, los efectos del desacoplamiento empiezan afectando primero a la marca y a la comunicación corporativa. Las campañas contra las empresas del país antagónico son recurrentes y difíciles de gestionar en un entorno actual de mayor desconfianza hacia las multinacionales y de creciente identidad nacionalista. Algunos expertos apuntan a que en un futuro no muy lejano las empresas tendrán que mantener marcas separadas para cada bloque, con la consiguiente dificultad para defender una identidad autentica y creíble. Renunciar a un mercado de casi 1.500 millones de personas no parece una opción para compañías que ya tienen un alto nivel de implantación en China.
El dialogo y la colaboración con los gobiernos serán claves y las capacidades de lobby y relaciones públicas de alto nivel se convierten en una necesidad creciente, no sólo con el objetivo de influir, si no tambien para disponer con antelación suficiente de información fiable para la toma de decisiones.
Las cadenas de suministro son las que se están viendo más afectadas. En el mundo de la hiperglobalización, cualquier multinacional que se implantaba en una nueva geografía arrastraba consigo a una serie de proveedores clave que conseguían más mercado a través de la internacionalización de sus clientes. La fabricación se realizaba desde el enclave más efectivo y con mejor ecosistema de talento e innovación. La primera medida proteccionista por excelencia es el "fabricado aquí". Es decir, limitar importaciones y exigir a las empresas extranjeras implantadas en el país que utilicen más proveedores locales. Especialmente si nos estamos refiriendo a tecnologías de uso dual.
Con estas premisas, los ecosistemas de suministro también se desacoplarán entre bloques y el llamado friendshoring se convierte en una oportunidad para algunas economías de tamaño intermedio que están sabiendo definir su mapa de alianzas para dar respuesta al entorno multipolar.
Para Europa, esta guerra tecnológica representa un desafío considerable. La UE, que constituye menos del 10% de la fabricación global de semiconductores, ha luchado por reducir su dependencia y mantenerse competitiva frente a las inversiones masivas de Estados Unidos y China.
A pesar de iniciativas como el Chips Act europeo, destinado a duplicar la cuota de producción de semiconductores de la UE, la fragmentación y la falta de respuesta coordinada a nivel de los estados miembros limitan la efectividad de estas medidas. Ya se sabe que la necesidad es una de las principales razones para la innovación. La forma en la que se ha respondido a las sanciones en uno y otro lado del Pacífico debería enseñarnos que a este lado del Atlántico no tenemos por qué rendirnos y dejar pasar la oportunidad de recuperar capacidades tecnológicas que no deberíamos haber perdido.
A medida que el MWC 2024 se prepara para desplegar sus alas, promete ser un faro de innovación en el panorama tecnológico global. Sin embargo, no debería ser solo un escaparate de avances tecnológicos, sino también un llamado a la reflexión sobre cómo navegamos por este nuevo paisaje geopolítico. La tecnología, en su esencia más pura, es una fuerza unificadora. La innovación, impulsada por la colaboración y el intercambio de ideas, tiene el poder de superar barreras y construir puentes, incluso en tiempos de rivalidad. La pregunta que queda es si podemos, como comunidad global, elevarnos por encima de las diferencias y trabajar hacia objetivos comunes, reconociendo que en nuestra interconexión radica nuestra mayor fortaleza.
*** Emma Fernández, consejera independiente de Axway, Digital Consumer Bank, IskayPet y Metrovacesa.