En un reciente artículo, el columnista de The New York Times y autor de bestsellers sobre la revolución tecnológica Thomas Friedman recordaba que, tras la Gran Depresión, el principal acierto del presidente Franklin D. Roosevelt consistió en planificar la reconstrucción de la economía norteamericana no con la visión de volver al punto anterior a la crisis, sino de alcanzar un nuevo modelo productivo moderno y más competitivo, base de la preeminencia económica de EEUU tras la Segunda Guerra Mundial.
Se ha discutido mucho sobre la eficacia y la sostenibilidad de aquel New Deal, que quiso combinar los programas de asistencia social con las grandes reformas en sectores como el financiero, el industrial, las infraestructuras y hasta la agricultura. Pero, en última instancia, la Administración Roosevelt dio sentido, estrategia, a la reconstrucción. Y funcionó.
Es obvio que el Gobierno español tiene urgencias a corto plazo que atender a causa de la actual crisis del coronavirus, que requieren la mayor parte de sus energías. La clave es que no tome decisiones con implicaciones a medio y largo plazo sin tener claro el modelo económico al que nos quiere conducir y, sobre todo, sin que ese modelo económico tenga en consideración que entramos en la segunda ola de digitalización.
En los principales foros de conocimiento se da por hecho que la crisis económica que se avecina será sustancialmente más profunda que la que vivimos al final de la década del 2000. Se ensañará con las pymes, aumentará la desigualdad y ampliará la brecha Norte-Sur en Europa y digital/no digital en la economía.
El problema de raíz es que nuestro tejido productivo y nuestros dirigentes políticos (el asunto sigue sin estar en la agenda), pese a las numerosas advertencias, no han hecho los deberes. Y la Covid-19 ha desencadenado un trágico ‘test de estrés’ con resultados descorazonadores. Las pymes están descolgadas de la revolución tecnológica, el Ibex se ha convertido en comercializador de soluciones de terceros, la Administración es una colmena de silos de información, no hay puentes entre los centros de conocimiento y el tejido productivo...
No obstante, tenemos opciones si pensamos en una reconstrucción diseñada no para volver donde estábamos, sino para ser más competitivos. Tenemos la oportunidad de posicionarnos con voz propia en las tecnologías de autosuficienciea energética y lucha contra el cambio climático; en la revolución del sector químico mundial que trae la reinvención del negocio del petróleo; en el redescubrimiento de la nueva ruralidad con redes 5G que distribuyan el talento; en la configuración de una inteligencia artificial en lengua española; en la relocalicación industrial; o en el tránsito del modelo lineal al reticular, imperativo en tantos ámbitos.
De la crisis costará sangre, sudor y lágrimas salir, pero podemos hacerlo como productores o consumidores de conocimiento. Elijan.
Eugenio Mallol es director de INNOVADORES