José Luis González Vallvé (75) es ex director general de AGA, asociación de empresas de suministro de agua. Anteriormente y entre otras actividades, fue presidente de Tecniberia y director de la Representación de la Comisión Europea en España. 20 años trabajando en la Unión Europea.
Pero ante todo, como subraya él mismo, es "un ingeniero". Doctorado en caminos, canales y puertos, para ser exactos. Y, además, abogado, licenciado en derecho por Salamanca.
El pasado 23 de enero brindó a los lectores de D+I una tribuna con una precisa disección sobre el uso que España ha hecho de los fondos europeos desde 1986. A su modo de ver, sobre el éxito de los primeros 20 años y el fracaso desde 2006. Tiene escrito un libro sobre esta etapa, con el periodista Miguel Ángel Benedicto, publicado por la propia Oficina de Publicaciones de la CE, bajo el título 'La mayor operación de solidaridad de la historia'. En él detalla la política de ayuda regional de la UE en España y acredita su conocimiento de la materia.
Ahora, ante el reto de administrar apropiadamente los 150.000 millones de euros que Europa asigna a España para la recuperación hasta 2026, D+I conversa con González Vallvé, recordando su analogía que distingue entre 'hardware' (obra física, infraestructuras) y 'software' (gestión, servicios…).
¿Es una alusión, como se adivina, al trasfondo de la gestión política?
Yo creo que, precisamente, una de las cosas que tendríamos que intentar es dejar eso en el ámbito de la gestión técnica. Sinceramente, si la gestión técnica se fortaleciera, la gestión política estaría mucho más cómoda y tendría muchas menos oportunidades de meterse en el espacio de lo técnico. Es lo que ocurrió con el hardware, con las infraestructuras.
Los sistemas técnicamente sólidos son más difíciles de ser abordados por la política cuando presentan una metodología muy determinante, muy establecida y con muy con buenos resultados. Pero si algo no funciona, es cuando la política pregunta qué pasa, que esto no va.
En esa etapa en la que se impuso el hardware, las infraestructuras, de 1986 a 2006, es cuando se desarrolla el AVE. También las autovías de ‘primera generación’. Y que son todas gratis, por cierto.
Ciertamente, durante la etapa del PSOE de Felipe González…
Y también los puertos y los aeropuertos. Y muchos polígonos industriales. Y las ayudas. Y muchos campus universitarios… Como el campus de Zamora, que era un cuartel, retomando a Víctor Hugo cuando dijo que ojalá los cuarteles fueran universidades… Pues eso.
Todo eso se hizo. Y muchas depuradoras de agua, potabilizadoras, incluso se hicieron infraestructuras de telecomunicación. Hubo un programa como el Star, que fue el acceso universal a la telefonía, lo que se llamó entonces ‘teléfonos rurales de acceso universal’. Y el Valoren, que fue un programa de valorización energética.
En ese periodo se hicieron muchísimas cosas. Lo que pasa que ya están ahí y ahora…
Habla usted de obras y proyectos plurianuales, cuya duración trasciende una legislatura. De hecho en 1996 se produce un cambio de Gobierno en España, llega el PP y todo sigue igual.
Claro. Y se remata con éxito. Cuando los proyectos son sólidos, están bien ejecutados y tienen una aceptación pública, que era el caso de todo lo que estamos hablando, trascienden a la política.
En esos casos, el político no tiene más remedio que decir 'esto está bien, la gente lo quiere'. Cuando alguien quiere una autovía no la paras porque se acabe el presupuesto o porque cambie el presidente del Gobierno. La necesidad de las infraestructuras generó una opinión pública favorable muy consensuada.
Entonces llegamos a esa segunda etapa en la que la prioridad era lo que usted llama el 'software'.
Esto conviene saberlo: toda esta política [de ayudas europeas] estaba encaminada a corregir las desigualdades de renta entre regiones y entre Estados. Primero entre regiones, en lo que se llamaban las ‘regiones objetivo uno’, que eran las que tenían un nivel de renta inferior al 75% de la media comunitaria.
En España, cuando entramos en la Unión, había 13 regiones objetivo uno. Ahora ya no existe esa nomenclatura, pero habría una en este momento. En Italia había siete y ahora creo que hay cinco. Es decir, que España lo ha hecho bien, conviene decirlo.
Esa política se volcó básicamente en las infraestructuras. Y de repente la Comisión encarga un informe, porque la diferencia entre cómo se estaban comportando Irlanda y el Mezzogiorno italiano era brutal. Con el mismo tipo de ayudas, Irlanda era un país súper desarrollado, con una renta per cápita por encima del 120% de la media comunitaria y el Mezzogiorno estaba por debajo del 80%.
El análisis de ese estudio que se llama 'Informe Sapir', por un economista relativamente famoso de la Universidad de Lovaina, dice que hay que dedicar más energía a la economía del conocimiento. Ya lo había hecho el Tratado de Lisboa cuando se dijo 'Europa en el año 2010 va a ser la meca del conocimiento'. Algo que evidentemente no funciona.
Se cambió la orientación de los fondos y se pasa del hardware al software. Básicamente, a la formación, a la I+D+i. A la mejora y modernización del modelo productivo, a la digitalización, la sostenibilidad, etcétera…
¿Qué sucedió entonces?
Lo que ocurrió es que los aparatos técnicos administrativos de los Estados, entre ellos el de España, no tenían la preparación y el grado de experiencia en el grado de tecnicidad, digámoslo así, para absorber con la misma eficacia lo que se absorbió con el hardware.
A una Administración que está acostumbrada a gastarse 10.000 millones de euros al año, pongamos el Ministerio de Obras Públicas, le metes 15.000 y se los gasta. A una Administración que está acostumbrado a gastarse 100 millones al año le metes 2.000 y revienta.
La Administración no estaba preparada para absorber el chorro de financiación europea para educación, formación, I+D+i y modernización del sistema productivo
Ese chorro de financiación del software no ha podido ser absorbido porque no había una preparación previa técnico-administrativa para poderlo gestionar con eficacia. Lamentablemente, creo que en muy buena parte sigue sin haberla.
¿Puede ser también que crear una ‘economía del conocimiento’ sea un desafío más complejo que construir carreteras? Atañe a la política, pero también a la propia sociedad…
Y también a los grandes lobbys corporativos de este país, incluyendo el educativo. Esto es una opinión muy personal, pero creo que el lobby docente educativo tiene una fortaleza política brutal, aunque sin la solidez técnica dispuesta a absorber esas inversiones.
Hay un problema que no se ha resuelto estructuralmente. Hay tres ministerios dedicados a la educación, a la investigación y a la universidad. Tres ministerios, 17 comunidades autónomas, 80 universidades y ni se sabe los centros de investigación que hay…
El resultado es que no tenemos ninguna universidad ni entre las 100 ni entre las 200 mejores del mundo, mientras que en infraestructura somos los séptimos o los novenos del mundo.
Si eres un investigador sobre el tema del agua y quieres saber en alguna página web qué está investigando España en ese tema, es imposible. No hay una fuente integrada de datos. Esto es algo que está pasando también con la pandemia.
La heterogeneidad, la diversificación y la territorialización han roto el sistema. O quizá nunca lo hubo, y están impidiendo que se cree. En la obra pública sí lo había, porque existía una clase profesional que le daba una cierta unidad de criterio.
Lo mismo sucede con los médicos. Aunque la sanidad está territorializada, existe un cuerpo técnico de médicos que se rigen por unos principios similares y eso permite buenos resultados. En educación, en cambio, hay 80.000 glorias individuales y el sistema no funciona.
Llegamos así al año 2020. ¿Qué diagnóstico hace de la fase actual?
En muchos de estos sectores, como el turismo, la enseñanza, la formación profesional, los gestores de sus sistemas no tienen una cultura del proyecto, que quiere decir que tenemos que hacer esto, en este plazo, con este coste, estas características, estos objetivos, este personal y estos recursos. Y ya está.
Esa cultura del proyecto, que los ingenieros la hemos mamado, es saber que uno es buen ingeniero si hace un buen proyecto y es un mal ingeniero si no lo hace. Esa cultura no existe en muchos sectores de actividad económica de este país.
Existe lo que yo llamo 'fogonazos'. De repente, '¡ay, pum..!', una repentización, una improvisación…
Y frente a esa improvisación, ¿qué podríamos hacer?
La clave es intentar trasladar esa cultura del proyecto a todos los sectores. Por ejemplo, cuando España no conseguía ni una puñetera medalla de oro en las Olimpiadas y cuando llegaron los Juegos de Barcelona se puso en marcha un programa, el ADO. Un proyecto, con todo el mundo a favor, se concentraron energías, se estableció una estrategia unitaria se dotó de medios y en Barcelona sacamos 23 medallas.
Se podría hacer eso mismo para los premios Nobel. No tenemos ni un premio Nobel de Ciencias desde Severo Ochoa. ¿Por qué las universidades españolas no se ponen de acuerdo en generar premios Nobel?
España no conseguía una medalla olímpica. Para Barcelona se hizo el plan ADO y ganamos 23. ¿Por qué no se hace un proyecto para generar premios Nobel?
Es el hándicap que veo: la carencia de un sistema unitario dispuesto a cumplir unos objetivos comunes. Si eso se hiciera así, los políticos se lo encontrarían hecho y dirían, 'hombre, esto no hay que tocarlo, que funciona muy bien'. Como no es así, los políticos intentan arreglarlo y la heterogeneidad política todavía lo perturba más.
En su citada tribuna, también mencionaba la falta de evaluación externa de las cosas que se hacen, ¿cómo afecta eso?
Eso es tremendo. En España, los grandes sistemas que podrían modernizar este país, el docente, el universitario, el judicial o el sistema de I+D+i, no se evalúan desde fuera. Lo estamos viendo con la sanidad…¡con lo que nos está pasando!
Cuando la John Hopkins decía… pues resulta que se rechazaba su evaluación. En cambio, se realizan autoevaluaciones, a todas luces engañosas. Si quieres saber cómo eres no te mires a ti mismo, pregúntales a los demás cómo te ven.
¿Falla, entonces, la gestión del servicio público?
Pero servicio público de software, no de hardware. Porque el agua funciona bien, la energía… En la pandemia, los servicios que han funcionado son el agua, la energía, las carreteras… ¿Qué servicios no han funcionado bien? Los del software: la educación, la formación, la asistencia personal, las ayudas sociales. En definitiva, todo lo que está muy heterogeneizado, o no existe como sistema.
España encara ahora un reto colosal de ejecución de fondos europeos. ¿Reventará la Administración de nuevo, como sucedió con el ‘software’?
Yo quiero ser un poco más optimista. Cuando trabajé en la Comisión Europea, de los proyectos, no hubo ni uno sólo que se aprobara a la primera. Todos requerían alguna corrección, más grande o más pequeña. Tengo la esperanza de que el rigor técnico y el rigor administrativo que introduzca la Comisión, a la hora de aprobar los proyectos, también abundará en esto.
Pero es difícil. Además, otra cosa que no hemos dicho es que los 750.000 millones [para la recuperación] se juntan a los 1,1 billones del mainstream, de la corriente normal de fondos. O sea, que habría que tener el doble de capacidad de gestión que hasta ahora. Y la que se ha tenido hasta ahora ha conseguido absorber el 40%, en el caso de España. Sinceramente, hay que decir que a todos les está costando mucho.
Nos llamaban ‘los alemanes del sur’ cuando empezamos a gestionar las infraestructuras cofinanciadas por el FEDER, el fondo de cohesión, porque aquí se gastaba todo. Y había un stock de proyectos preparados tremendo, que estaban definidos, su estructura de gestión…
Una de las cosas que pasa en la actualidad es que la estructura de gestión de los proyectos no está nada clara, no está definida todavía. ¿Cómo vas a empezar a gastarte dinero en algo, a invertir en algo cuya estructura de gestión tienes que montarla ahora?