El inglés es el idioma por excelencia de la tecnología. Se asocia a modernidad, a innovación, y poco a poco gana terreno al español. Decimos googlear, hacker, email, skills, startup, follower… Sin embargo, la lengua dice algo sobre nuestra cultura. ¿Qué efectos tiene la americanización del lenguaje que usamos para referirnos a la nueva economía digital?
Andrés Ordóñez es el director del Centro de Estudios Mexicanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM-España), radicado en Madrid. Es un outsider de la industria tecnológica. Graduado en Lengua y Literaturas Hispánicas, aporta una perspectiva diferente sobre el impacto cultural de la digitalización. ¿Y si la inteligencia artificial pudiera ser más rica si incorporara los matices de nuestra cultura?
- UNAM-España tiene como una de sus misiones promover la lengua española. ¿Qué opinión le merece la incorporación progresiva de anglicismos en nuestra lengua?
La incorporación de anglicismos es fundamentalmente un síntoma de nuestra subordinación cultural y, sobre todo, tecnológica.
La primera, la subordinación cultural, manifiesta que en nuestro propio imaginario hemos sido incapaces de asociar nuestra lengua con un atributo de prestigio. Francia ha sido habilísima para asociar su lengua con la moda, la alta cocina, el buen gusto y toda clase de sofisticaciones. El inglés se beneficia del desarrollo tecnológico y los avances comerciales y financieros, ello sin contar la ingente proyección que le brinda el control de la industria cultural audiovisual a nivel mundial.
De tal suerte, gran cantidad de los hablantes del español identifican el inglés con la modernidad y la innovación, en detrimento de su propia lengua.
En tanto el idioma español no recupere su calidad de autoridad científica, mientras no seamos capaces de identificar nuestra lengua con elementos de prestigio acordes con el imaginario global contemporáneo y en tanto no consolidemos nuestra industria cultural a nivel global, seguiremos importando terminología -muchas veces innecesaria- procedente de los paradigmas lingüísticos hegemónicos.
- ¿Y qué riesgos entraña?
Un riesgo para nuestra cultura, en la medida en que la lengua, como depositario de nuestro acervo de valores, es un instrumento fundamental para llevar a cabo la construcción social de la realidad.
Dicho de otro modo, si la realidad contemporánea está siendo construida socialmente desde el paradigma anglosajón, los valores contenidos en la lengua inglesa seguirán siendo los que nosotros asociemos con el prestigio. Una cultura como la anglosajona, que valora la acumulación y la eficiencia, absurdamente seguirá mereciéndonos mayor respeto y admiración que la nuestra, la cual valora el disfrute del tiempo y la vida en colectivo.
- ¿Tiene usted la percepción de que la introducción de anglicismos se está acelerando a medida que también lo hace el desarrollo tecnológico?
No exactamente. Yo diría más bien que la introducción de anglicismos se está acelerando a medida que la cultura panhispánica demora en integrarse plenamente al desarrollo científico y tecnológico.
- En México se percibe con mayor intensidad que en España la influencia del inglés en el habla. Se debe, probablemente, a su cercanía geográfica con Estados Unidos.
No creo que en la era de la híper-comunicación la cercanía geográfica determine el ritmo de incorporación de los vocablos. Es más importante el lugar que ocupe en los sistemas educativos la conciencia de la lengua como factor de identidad, así como el espacio que conquiste la diversidad de la lengua española en la industria cultural global.
- El lenguaje define culturas, igual que el vocabulario moldea las ideas. ¿Qué dice la lengua española sobre la cultura panhispánica?
Fundamentalmente, que somos un portento. Conformamos un universo megadiverso que nos otorga un lugar especial en el mundo. Somos la síntesis de dos síntesis fabulosas: del lado ibérico, la que integra las culturas ibera, celta, celtíbera, bereber, judía, latina, griega, árabe, fenicia y persa; del lado americano, las culturas mesoamericanas (que en sí mismas son un universo), andinas, caribeñas, africana y, a través de las Filipinas, china e india. En nuestra lengua existe hasta la fecha evidencia viva de cada una de estas culturas.
- ¿Qué valores de esa cultura panhispánica cree que merecería la pena incorporar en el desarrollo de nuevas inteligencias artificiales?
Aquellos que sustentan la tradición del humanismo panhispánico y que constituyen el cimiento de la modernidad occidental, especialmente en lo que concierne a su marco normativo internacional.
El derecho internacional, la construcción doctrinaria de los derechos humanos, el derecho de guerra, el reconocimiento y respecto de la diversidad cultural, por ejemplo, son elementos modernos de capital importancia cuyo origen hay que buscarlos en el humanismo panhispánico.
La inteligencia artificial plantea una mutación profunda y probablemente definitiva de nuestra concepción de la vida individual y colectiva. Por eso, será inevitable una reconfiguración conceptual y práctica de lo que entendemos como humano. En una coyuntura semejante, en mi opinión, la preocupación por la centralidad del ser humano en la reflexión ontológica y teleológica característica del humanismo panhispánico goza de plena vigencia.
- Los países líderes en la venta y desarrollo de tecnología están marcando el camino y, con ello, generando una globalización cultural. ¿Cómo cree que podríamos proteger las identidades culturales de las regiones?
Creo que un medio para ello podría ser educar a la población en el conocimiento de su cultura y dotar a nuestras poblaciones de los instrumentos para hacer de la cultura un polo de desarrollo económico y satisfacción social. Y todo ello, entendiendo que las culturas no son ni pueden ser universos cerrados, sino puntos de partida, poderosas bases de apoyo.
Nos hemos preocupado en globalizarnos, ahora falta que nos ocupemos en panhispanizar la globalización. La emergencia de los países asiáticos como potencias tecnológicas nos indica que la globalización ha dejado de ser una sola.
El problema es fundamentalmente nuestro: no hemos querido asumir que los integrantes del polo de civilización panhispánico somos en muchos sentidos el origen de la globalización occidental. Los anglosajones consideran esencial al individuo y viven para trabajar y acumular. Nosotros trabajamos para vivir y disfrutar en colectivo. Los anglosajones consideran la conversación una pérdida de tiempo; para nosotros es una forma esencial de conocimiento.
- La cultura panhispánica se caracteriza asimismo por la unidad en la diversidad, en el mestizaje. Es una idea que expuso usted durante su reciente intervención en las ‘Conversaciones’ del Foro de Humanismo Tecnológico de Esade. ¿Podría desarrollarla, en relación también con nuestro futuro digital?
En el mundo panhispánico en general y muy señaladamente en España, cuando hablamos de mestizaje se tiende a pensar en todo lo que de España fue adoptado fuera de la Península Ibérica, pero se pierde de vista que el mismo fenómeno ocurrió y sigue ocurriendo en sentido inverso.
La dinámica de nuestro mestizaje es un poderoso motor de nuestra presencia en el mundo multipolar contemporáneo. Este fenómeno es fácilmente verificable en los productos de nuestra industria cultural (cine, música, literatura, gastronomía, etcétera).
Desde su origen a fines del siglo XV, el mestizaje en el mundo panhispánico ha revestido también una faceta tecnológica en la cual necesidades comunes perfeccionaron soluciones distintas que, en conjunto, resultaron más eficaces que separadas. En el ámbito de la cooperación internacional para el desarrollo, por ejemplo, un problema frecuente es la inviabilidad de aplicar recursos tecnológicos del mundo altamente industrializado a los problemas de las sociedades no o precariamente industrializadas. Esto hace que recursos menos sofisticados resulten más eficaces en la solución de un problema.
El mundo panhispánico participa de ambas realidades y el aprovechamiento de esa circunstancia no tendría por qué implicar renunciar a la justa y necesaria aspiración a la tecnología de punta.