La victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos la semana pasada ha provocado un terremoto. Varios dirigentes de Silicon Valley tienen motivos para estar preocupados.

Elon Musk ha jugado un papel relevante en el regreso de Trump a la Casa Blanca. El magnate le ofreció su apoyo incondicional tras el intento de asesinato ocurrido en un mitin en Pensilvania en julio pasado.

La red social X sufrió un giro a la derecha en el momento en el que Musk se hizo con el control de la plataforma, pero tras su respaldo a la candidatura republicana, X se convirtió en un hervidero de teorías conspiratorias propagadas por la derecha radical. El mismo Musk se dedicó a difundir noticias falsas sobre los demócratas. 

Tal y como estamos acostumbrados a ver en la política estadounidense, un apoyo de este tipo siempre tiene un precio. Musk ha donado más de 100 millones de dólares a la causa republicana en los últimos meses y esa cantidad le ha bastado para asegurarse un cargo de máxima responsabilidad en la próxima administración.

Según indicaba Trump en una entrevista antes de las elecciones, Musk quiere convertirse en el máximo responsable de gestionar el gasto público. El CEO tendría la intención de recortar al menos 2 billones de dólares del presupuesto federal de 6,75 billones. El Departamento de Educación de EE.UU. podría ser el primero en caer, tal y como se ve reflejado en la agenda del Proyecto 2025, elaborada por colaboradores afines a Trump. 

Todo esto hace plantearnos cuáles son las intenciones reales de Musk, por qué querría tener un papel en el gobierno. Algunas de las respuestas son evidentes. Su empresa espacial SpaceX podría verse beneficiada con un mayor número de contratos públicos de la NASA. Esto perjudicaría a otros rivales, como la empresa Blue Origin de Jeff Bezos.

Bezos impidió que el equipo editorial de The Washington Post respaldara la candidatura de Kamala Harris, algo que no se produjo de manera casual. Bezos prefirió perder 250.000 suscriptores del medio de comunicación a perder el favor de una posible administración Trump que ahora se ha materializado tras las elecciones. 

Bezos no es el único magnate que debería estar inquieto por la ascensión al poder de Musk. Sam Altman, CEO de OpenAI, también tiene motivos para estar intranquilo. Bien es conocida la rabieta pública que Elon Musk ha tenido contra OpenAI este año.

La startup de inteligencia artificial creada por Musk, xAI, juega con desventaja ante el éxito rotundo que está teniendo su principal rival, OpenAI, con ChatGPT. Elon Musk la criticó abiertamente por querer convertirse en una entidad con fines de lucro y su relación con Microsoft.

Quien fue uno de los cofundadores e inversores iniciales de OpenAI, mostró “preocupación” por el riesgo de que el desarrollo de la inteligencia artificial se concentre en manos de grandes corporaciones como Microsoft, alejándose de la misión original de la plataforma de ser abierta y accesible.



Con el objetivo de frenar las intenciones de OpenAI de abandonar su estatus de ‘organización sin ánimo de lucro', Musk presentó una demanda que finalmente no prosperó, ya que la retiró en junio pasado. Sin embargo, en agosto volvió a presentar otra por los mismos motivos.

La influencia de este magnate en la administración Trump será importante para los intereses del empresario. Los republicanos tienden a dar mayor libertad de movimiento a Silicon Valley. Sin embargo, podría intervenir para lograr contratos y leyes que beneficien a sus empresas frente a grandes rivales.

Tesla tampoco quedará en desventaja. Trump quiere entorpecer la propuesta californiana de eliminar de sus carreteras los vehículos de gasolina en la próxima década, un proyecto que conviene a este fabricante más que a ninguna otra empresa. Se puede esperar, por lo tanto, que esta amenaza quede simplemente en eso: en una amenaza.

¿Cuánto durará el idilio entre Trump y Musk? ¿Y qué ocurrirá cuándo sus ideas se encuentren en frentes contrarios? Recordemos que en la primera presidencia de Trump, más de 20 cargos de alta confianza perdieron el favor del presidente y, o bien fueron despedidos de sus cargos, o bien tuvieron que renunciar por presiones del gobierno.