Por alguna extraña razón, Tibor Navracsics, comisario europeo de Educación, Cultura, Juventud y Deporte, se empeñó el martes en decir en Budapest que David Pistoni, CEO de la startup española Zeleros, acababa de ganar dos de los premios anuales del Instituto Europeo de Innovación y Tecnología, "por primera vez en la historia de los galardones". Quizás el hombre estaba emocionado por ser su "última ocasión de dirigirse a la comunidad EIT como comisario europeo". Jugaba en casa (es húngaro) y está pendiente del inminente relevo de la Comisión Europea. Y celebraba en INNOVEIT el décimo aniversario del instituto que intenta combinar en un ecosistema educación superior, investigación e industria, "el triángulo esencial de EIT", según su director (al fin confirmado) Martin Kern.
"Nosotros no decimos a los innovadores lo que es la innovación. Les pedimos las herramientas cruciales para el crecimiento de Europa", argumenta el comisario.
¿Y por dónde va esa innovación europea? De 19 finalistas, sorprende la selección de dos proyectos sobre el futurista hyperloop. El de Zeleros, finalista en la categoría Venture Awards y ganador del premio por votación popular en internet; y el de la holandesa Hardt Hyperloop, finalista en la categoría Innovators.
Cada uno tiene sus planteamientos para ese vehículo de levitación que correrá como un avión dentro de un tubo al vacío. Pero Pistoni subraya a INNOVADORES que "los tres principales proyectos europeos trabajan juntos con la UE para establecer un estándar común de infraestructura interoperable, y que no ocurra como con el tren, con sus distintos anchos de vía". Y luego, dice, "que se imponga el concepto que se demuestre mejor". Ambos ven un hyperloop muy cercano, quizás en cinco años, aunque Zeleros apuesta por empezar por "demostrar su validez transportando mercancías".
La energía es otro frente de disrupción. La sueca North Volt, que desarrolla baterías, es el primer unicornio surgido del seno de EIT. Y es fascinante el atrevimiento de Eirik Eide Pettersen, de la danesa Seaborg, presentándose con un proyecto de energía nuclear. Su propuesta es un ‘reactor de bolsillo’. Cabe en un contenedor, ofrece 100 megavatios y "no puede fundirse, ni estallar, ni produce basura radiactiva", porque su combustible son "piedras de sal de fluor", muy reactivo, que "al calentarse a 500 grados se funden y pueden mezclarse con uranio" para producir una reacción en cadena. El calor que alcanza el líquido fundido mueve una turbina de vapor. Las sales no reaccionan al contacto con el aire o el agua. "No puede ocurrir como en Fukushima", asegura a INNOVADORES.
El artefacto clave es un cilindro de ocho metros y el reactor podría costar "tal vez 100, en vez de los 10.000 millones de una central nuclear". Su objetivo es el sureste asiático, donde las flojas condiciones para energías renovables empujan a que se sigan proyectando decenas de centrales de carbón.
Seaborg, por supuesto, no ganó el Change Award, era mucho pedir. Se impuso la alemana Leaftech con gemelos digitales de edificios para optimizar consumos energéticos. También trabaja en ese campo la sueca CorPower Ocean, ganadora del Venture al que aspiraba Zeleros, con ‘boyas’ que transforman en energía las olas marinas.
La otra gran guía innovadora es la salud. La francesa Diabeloop ganó el Innovators con un dispositivo del tamaño de un móvil que pone inteligencia artificial para controlar la administración de insulina a diabéticos. La letona Vigo fue finalista en Change con un tratamiento personalizado para la rehabilitación tras un accidente cerebrovascular. La suiza Sleepiz, que analiza el sueño sin llenar de cables al sujeto, fue finalista en Venture. Y la alemana Inveox, que digitaliza los datos de expedientes médicos para facilitar diagnósticos más rápidos y certeros, fue finalista en Woman Award.
Por cierto, ese premio específico para mujeres lo ganó la portuguesa Sara Guimarães, de Rigger-Trigger Systems, que diseña dispositivos para gestionar los consumos de agua y energía en agricultura.