Los parques eólicos marinos, también conocidos como parques offshore, son una apuesta cada vez más extendida en países como Dinamarca, Holanda o Reino Unido. La principal ventaja de ubicar esta fuerte de energía limpia en el mar es que no presenta limitaciones en cuanto al uso del suelo porque el espacio es indefinido y tampoco genera impacto visual o paisajístico. El ruido que puedan producir las turbinas tampoco es un inconveniente y el viento constante está asegurado. ¿El problema? La implementación de esta tecnología es todavía demasiado cara y la necesidad de anclar las torres al suelo obliga a buscar mares poco profundos como, precisamente, los del norte.
“Instalar este tipo de aerogeneradores en el Mediterráneo o en el Atlántico, con su profundidad, es casi imposible”, cuenta Álex Raventos, CEO y cofundador de X1 Wind, una startup española que se ha propuesto, literalmente, darle la vuelta al universo de los aerogeneradores apostando por turbinas que funcionan del revés y que se instalan en plataformas flotantes que convierten en inncesarios los pesados y cosotosos troncos de soporte.
Para la instalación tradicional, se requieren torres más grandes que cuando se trata de parques eólicos terretres. "El proceso de anclaje es bastante caro porque se suelen instalar a unos 30 metros de profundidad y se necesitan barcos especializados muy grandes para hacer la cimentación en el fondo marino", cuenta Raventos. Y, después, hay que ensamblar la turbina y la torre en alta mar. "Ahora se ha optimizado un poco más, pero sigue siendo complejo y caro. Se hace, aun así, porque en el mar hay más recursos eólicos que en tierra, porque se genera el doble de viento y por tanto aún así es una energía competitiva".
Las estaciones flotantes son una alternativa con la que unas pocas compañías ya trabajan. Pero son demasiado pesadas. La turbina está instalada como si se tratase de una plataforma petrolífera y fijada en una serie de anclas que fijan la estructura, pero que pesan muchísimas toneladas. "Nosotros queríamos aligerar", detalla Raventos. Y por eso, en lugar de apostar por estructuras ancladas optaron por desarrollar una plataforma con un único punto de anclaje a base de cables y que se orientase en función del viento.
"El propio diseño es el que hace el contrapeso", asegura, gracias a "una estructura asimétrica con tres boyas en la que la contrafuerza del viento se transmite por una de las tres patas que utiliza de base, unidas a cables anclados en el fondo marino". El mecanismo, simplificando, es similar al de un barco: los cables hacen de ancla y mentienen la plataforma en un espacio delimitado. Así, la necesidad de una torre se desvanece pero también la del sistema de orientación activo que se utiliza en tierra "que también es muy pesado", con lo que se logra optimizar todavía más la estructura.
"Una estructura flotante para una turbina de 6 megavatios como las que hay ahora en el mercado pesa en torno a unas 11.500 toneladas. La nuestra baja a las 1.300", insiste el fundador de la compañía. Así, consiguen un sistema más ligero, y por tanto más económico, generando la misma energía.
Para lograr la estabilidad del sistema otro paso fundamental ha sido apostar por darle la vuelta a las turbinas, que en lugar de captar la energía del aire de frente lo hacen desde la parte trasera. "Las ponemos como de espaldas al viento porque si estuviesen de cara serían más inestables. Es un tema de eficiencia". Hasta ahora solo un fabricante hace estas turbinas inversas y su reto es convencer a muchos más.
Con este proyecto, que de momento es solo un prototipo, han conseguido conseguir la ayuda de Europa con una asignación de proyecto Horizonte 2020. Y esta misma semana han logrado firmar un acuerdo con Innoenergy, el Instituto Europeo de la Innovación y la Tecnología, que ha invertido en la compañía para ayudarles a convertirlo en realidad. Las cifras no son públicas. "Nuestro sistema tiene 100 metros de alto y pesa 1.300 toneladas. El esfuerzo en capital es muy intensivo", explica el responsable de la compañía. Y da cifras: un prototipo a tamaño real son más de 20 millones de euros. Y testarlo en un parque comercial 200 millones de euros.