Buffalo Bill Cody fue un héroe real del lejano Oeste, elevado en vida a la categoría de leyenda. En sus últimos años se ganó el pan actuando en un circo con el jefe indio Toro Sentado. Asimo es una leyenda de la robótica. Diseñado por Honda, fue presentado en 2000 y, tras sucesivas actualizaciones y mejoras, ninguna otra máquina ha podido discutirle el trono de mejor robot bípedo antropomórfico: es el que posee el mejor equilibrio y fluidez de movimientos, sin depender de un cable conectado.
Ahora, a sus 18 años, Asimo se gana los amperios que cargan sus baterías con cuatro actuaciones diarias de 10 minutos, en un escenario habilitado para él en el Museo de la Ciencia Emergente y la Innovación de Tokio (Miraikan). El museo está la isla de Odaiba, un barrio tecnológico y de aspecto futurista conectado con la ciudad por un sistema de puentes, que incluye una línea de metro cuyos convoyes circulan sin conductor.
Asimo es un ‘hombrecillo’ de 1,30 metros de altura, 48 kilos de peso, con una autonomía de unos 40 minutos y 54 ‘grados de libertad’ en los movimientos de sus articulaciones. Es capaz de correr a 9 kilómetros por hora. Durante su actuación corretea por el escenario, camina a la pata coja, interpreta canciones, baila, recita y hasta tira un penalti, flojito y a las manos de su ‘cuidador’. Habla sin parar en japonés, con una campanuda voz sintetizada de mujer. De vez en cuando también lo hace en inglés, con voz de hombre.
Junto al hangar donde se refugia, revisa y recarga, un cartel indica que Asimo "trabaja actualmente como comunicador científico de Miraikan".
rnEl espectáculo del robot podría parecer algo insólito en cualquier otro país. Pero Japón aspira a ser el más puntero en robótica y en su popularización. Y aunque Asimo sea una gran estrella para la chavalería que visita el museo (y para los mayores también, claro), sus miradas revelan que lo ven con la mayor naturalidad.
Hay un profundo arraigo cultural del fenómeno, aunque sea reciente, que se agarra a imágenes arquetípicas difundidas por los dibujos animados típicamente japoneses, empezando por el mítico Mazinger Z, para buscar un efecto entre la simpatía y la empatía. Los fabricantes de robots buscan esa complicidad en los más pequeños. En Miraikan hay un pequeño robot con forma de foca y peluda que reacciona melosamente a las caricias. Esta refugiado en una urna agujereada, para evitar abrazos demasiado efusivos.
Pero lo habitual es que los pequeños robots que proliferan de aspecto humanoide suelen tener ojos redondos y grandes, como es el caso del bastante conocido Pepper, que ya empieza a verse como asistente y recepcionista en algunos establecimientos. Pepper es un robot sin piernas, se mueve sobre un podio con ruedas, pero con torso humanoide. Está definido como ‘robot emocional’, o conversador, y fue originalmente diseñado por la compañía francesa Aldebaran Robotics, que fue adquirida por el conglomerado de telecomunicaciones y finanzas SoftBank en 2012.
Este grupo financiero es un actor clave en la ‘robotización’ de Japón. En junio del pasado año le compró a Alphabet (Google) la empresa estadounidense Boston Dynamics, nacida en el seno de DARPA (la agencia de tecnología del Pentágono) para diseñar robots para el campo de batalla. Las mulas mecánicas de Boston Dynamics y sus ‘perros’ sin cabeza, mostrados en 2017, capaces de abrir puertas y colaborar entre ellos con inteligencia artificial, son los más avanzadas para moverse autónomamente en terrenos difíciles por su orografía o por sus obstáculos.
La compra realizada por SoftBank llevaba aparejada también la de la japonesa Schaft, que desarrolla robots con dos piernas. Una compañía nacida en la Universidad de Tokio en 2012, que fue adquirida por Google un año después y siempre fue liderada por sus fundadores Yuto Nakanishi, Junichi Urata, Narito Suzuki y Koichi Nishiwaki.
Estas operaciones ponen, efectivamente, a Japón en situación de liderar la robótica ‘seria’, al tiempo que sigue ‘educando’ a la población en la cercanía a las máquinas inteligentes. Hace apenas dos semanas Sony anunció la llegada al mercado estadounidense de su perro Aibo, una mascota robótica presentada originalmente en 1999 con un diseño futurista. En su última versión, mostrada en enero en el CES, casi se podría confundir con un perrito real. El juguete tiene un precio de unos 2.500 euros (2.899 dólares). Utiliza inteligencia artificial simplemente para adaptar su comportamiento juguetón al de su amo. En Japón, Sony ha vendido ya 20.000 unidades.
Detrás del interés popular y comercial en los robots hay una estrategia de profundo calado político. En 2014, el Gobierno de Shinzo Abe estableció la denominada Estrategia de Revitalización de Japón, revisada en 2015 con la directiva sobre Revolución Robótica. En documentación de la embajada japonesa en España se explica que es "un marco político que tiene como objetivo promover la utilización de la robótica para hacer frente a los desafíos de una población envejecida".
Los grandes objetivos gubernamentales establecidos hace cuatro años se sintetizan en tres ideas: "Asegurar a los trabajadores en áreas con escasez de personal como los servicios de enfermería y del ámbito asistencial. Mejorar la productividad a través de la utilización de la tecnología robótica, lo que contribuirá a elevar los salarios. Ampliar el mercado de la robótica hasta 20 veces en el sector no industrial para 2020, a través del desarrollo tecnológico, la desregulación y la estandarización". Con un añadido al plantear la ‘revolución robótica’: "Mejorar la eficiencia laboral y reducir el número de trabajadores a través del uso de la tecnología robótica".
Desde el lanzamiento de estas ideas, se ha añadido la imperiosa necesidad de incorporar a la robótica las capacidades que aportan la inteligencia artificial, la conexión permanente a redes con bases de datos y el internet de las cosas.
El problema del envejecimiento en Japón está en la raíz de este empeño nacional. Es el país con mayor esperanza de vida y alrededor de un tercio de la población sexagenario (España no le va lejos). Esto le plantea la doble vertiente de la disminución de mano de obra, en proporción con la población (se estima que pierde en torno a un millón de trabajadores al año), y el incremento de ancianos que necesitan asistencia en sus domicilios. Algunos analistas dicen que la fe en los robots es una reacción contra la opción de aceptar inmigración. El mercado laboral japonés sería irresistible para trabajadores de países mucho más pobres en el entorno asiático.
Entre tanto, la esperanza del impulso político es convertir en algo cotidiano la existencia de robots asistenciales personales que puedan ocuparse de cada anciano o discapacitado. Ese era el objetivo con el que Honda presentó en su día el primer diseño del androide Asimo.
rnLa industria japonesa es probablemente la más robotizada del mundo. Según estimaciones de la Federación Internacional de Robótica (IFR) las exportaciones niponas están por encima de las 150.000 unidades anuales, con un 52% del mercado global. Por el contrario, las fábricas japonesas apenas importan un 1% de sus sistemas robotizados.
Japón es un país con 127 millones de habitantes y "ocho millones de dioses" (sintoistas, sin censar), según cuenta con gracejo una guía turística de Kioto. "Tenemos tres religiones", explica, "nacemos sintoístas, nos casamos cristianos, para poder hacerlo vestidas de blanco, y morimos budistas". Debería añadir a su discurso que los niños nipones también están abrazando la ‘religión’ robótica.
Explicar internet
Un complejo sistema de bolas de dos colores, pasarelas y ‘nodos’ que seleccionan los caminos envío intenta explicar en Miraikan el funcionamiento binario de internet. El desafío es programar un mensaje y que llegue a un nodo concreto. ¿Resulta comprensible? Por fortuna, el periodista llevaba a su lado a un experto, que si no…