Recuerdan cuando las oficinas eran sinónimo del poderío de una empresa? Fue la era de las grandes consultoras instalándose en rascacielos inmensos, de los despachos ostentosos que proporcionaban ese aura de magnificencia a los que los ocupaban y de una pugna social por ascender de planta como símbolo de ese estatus laboral. Quizás no haya que echar demasiado la vista atrás ya que esa realidad sigue bien presente en nuestro tejido productivo, pero por suerte lo hace como una especie en extinción.
Son muchos los cambios que ha experimentado el lugar de trabajo en los últimos años, coincidiendo con el despegue de la revolución digital. Por ejemplo, hoy consideramos como exitosas (o, lo que es lo mismo, innovadoras) a aquellas empresas que ofrecen una cultura laboral en la que el espacio físico no constriñe la creatividad ni el buen humor de los profesionales.
Un reciente estudio de KRC Research y la London Business School resalta, al respecto, que esta clase de culturas más abiertas hacen más probable un crecimiento de la empresa al doble de velocidad que aquellas que siguen ancladas en modelos del pasado. Pero lo que es más: esta flexibilidad en el espacio de trabajo ayuda a retener más a los empleados (86% frente al 57% en compañías obsoletas) y la propia atracción del cada vez más escaso talento (81% frente al 50% de las corporaciones más conservadoras).
En este escenario, el espacio de trabajo ha dejado de ser ese ente físico, compuesto de unas paredes que por definición han de restringir el movimiento de personas y de ideas, para configurarse como un ecosistema mucho más líquido. Hemos pasado también de la verticalidad (no solo de los rascacielos, sino también de la toma de decisiones) a la horizontalidad plena y la apertura de miras hacia fuera de los muros de cada marca. "La diferencia crítica entre empresas más y menos innovadoras es la colaboración no tanto dentro de la empresa, sino de cara al exterior", destaca Julian Lambertin, director ejecutivo para EMEA de KRC Research.
Colaboración parece la palabra clave, un término que han hecho suyo algunos gigantes de la tecnología como Microsoft. En un evento celebrado esta semana en Milán, Jenni Rantakari, líder de soluciones de Espacios de Trabajo Modernos en EMEA, coincide en que "hemos pasado de la falta a la sobreabundancia de información, de las jerarquías a las redes y de la competición a la colaboración".
Un vuelco en el imaginario colectivo que se traduce en un fomento del trabajo en equipo, en movilidad y sin el lastre que suponen los silos que acumulan todas las organizaciones en sus años de experiencia. Colaboración, repitamos una vez más, que se vuelve más imperativa si cabe al tener en cuenta previsiones como que el 80% del tiempo de los empleados es en equipo y que el 72% de los trabajadores lo serán en remoto para el año 2020.
Todo ello está posibilitado e impulsado por los avances tecnológicos en estas lides. La propia Microsoft hace gala de su solución Office 365, equipada a su vez de multitud de capacidades de inteligencia artificial para favorecer la creación de documentos o garantizar la privacidad en las cada vez más frecuentes videoconferencias.
Unas capacidades digitales que no solo vienen a sembrar el campo de estas nuevas oportunidades laborales, sino también a ponerle coto a los usos no tan deseados de esta flexibilidad tan anhelada. De hecho, las últimas grandes novedades de los de Redmond van en esta línea, con el lanzamiento de herramientas para monitorizar el rendimiento y la productividad del personal, tanto de forma individual como agregada.
WhatsApp no es una opción
Hablar de colaboración suena a chats y a un par de grupos de WhatsApp. Opciones ambas que no responden al más mínimo estándar de seguridad. Buen ejemplo de ello es la Policía Federal Belga, que pasó de que sus agentes se coordinaran por esta app a usar Microsoft Teams.