Elena, Cristina, Victoria, Alma y Estefanía. Cinco mujeres, de entre 25 y 47 años, que tienen dos cosas en común: son ingenieras y decidieron estudiar carreras técnicas animadas por sendas profesoras que se cruzaron en su camino durante su etapa preuniversitaria.
Rosa, Pilar, Muriel, María y Prado aparecieron en el momento en el que se empieza a dejar la adolescencia atrás para adentrarse en la edad adulta. Una época en la que lo único que la mayoría de los jóvenes tienen claro es que su futuro está plagado de dudas y buscan una brújula que les guíe en esa nueva etapa de su vida.
Superadas esas incertidumbres, hoy esas cinco mujeres desempeñan su trabajo en los ámbitos de la ciencia y la tecnología. Algunas de ellas con una trayectoria ya consolidada, mientras que otras están dando sus primeros pasos en un área, la del sector tecnológico, donde en España solo tres de cada diez profesionales son mujeres, según datos de la Comisión Europea.
Rosa y Elena: incentivar vocaciones tempranas
Elena Melgarejo, la más joven de todas, estudió bioquímica y un máster en neurociencias. Actualmente, trabaja en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa y ha participado en un estudio internacional del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que ha descrito proteínas clave en la generación de nuevas neuronas en el cerebro.
Apenas se ha adentrado en el mundo laboral, pero su voz al otro lado del teléfono refleja el entusiasmo de quien disfruta con la experiencia de las primeras veces y tiene por delante un mundo por descubrir. Cuenta que en el colegio siempre te interesó por la biología, pero “cuando llegué a 4º de ESO, decidí que quería dedicarme a la investigación”.
No sabe identificar bien la razón, pero no es una decisión que tomó de día para otro: “Mi padre siempre me recuerda que de pequeña le decía a todo el mundo que de mayor ganaría un Premio Nobel”.
En ese camino que le ha llevado hasta donde Elena está ahora, tuvo mucho que ver Rosa Prata, profesora de primaria del Colegio Quinto Centenario en San Sebastián de los Reyes (Madrid). Aunque cuando pasó por su clase, la joven investigadora era una niña de 10 años, “su forma de pensar ya daba una pista de hacia donde podían ir sus intereses. Pasaba desapercibida, pero destacaba en todas las áreas”.
En sus 17 años como docente, siempre en la escuela pública, Prata intenta que en sus asignaturas haya muchas referentes femeninas. “Recurro a una metodología muy viva que, más que dotar de conocimiento al alumnado, les ayuda a formar su personalidad y conecten con sus necesidades e intereses, algo que es fundamental en el caso de las niñas, en las que el ‘efecto Matilda’ es muy acusado en todas las materias”.
Admite que hoy las “niñas tienen menos ímpetu en el modo de exponerse al mundo y en el aula trato de potenciarlo, acompañarles en el desarrollo de su pensamiento científico como herramienta de trabajo desde edades tempranas”.
Pilar y Cristina: detectar fortalezas
Aunque Rosa Prata y Pilar Moreno no se conocen, coinciden en la forma en la que las mujeres, desde muy pequeñas, son “más temerosas que los chicos y tienen más miedo a no acertar, mientras que ellos tienden a aprender del error”.
Moreno lo afirma sin titubear después de dedicar 34 años a la enseñanza de las Matemáticas y la Tecnología a estudiantes de entre 12 y 18 años. Aun en activo, por sus clases pasó Cristina Aleixendri, ingeniera aeronáutica, cofundadora de Bound4blue y merecedora, entre otros reconocimientos, del galardón ‘Mujer Ingeniera Excelente 2022’ de Talgo.
En la entrevista que Aleixendri concedió hace unas semanas a D+I, reconoció que siempre había querido ser médico, hasta que en su vida se cruzó una profesora que supo ver su potencial y le transmitió que estudiando una ingeniería también podía hacer eso que tanto ansiaba: contribuir a crear una sociedad mejor. La profesora era Pilar.
La pregunta es obligada: ¿qué viste en Cristina? “Era apasionada y tenía una facilidad natural por las matemáticas y el conocimiento analítico. Quería estudiar medicina, pero tras varias conversaciones descubrí en ella las fortalezas que se necesitan para ser ingeniera”, recuerda. Y acertó.
Para identificar esas habilidades, Moreno, –ingeniera informática de formación, aunque después descubrió que su pasión era la enseñanza–, observa a sus alumnos, detecta quien tiene cualidades y los divide en tres grupos para que “ninguno se aburra ni se entristezca, y disfruten resolviendo problemas”.
Con Cristina consiguió incentivar su curiosidad y hacerle cambiar de idea sobre a qué quería dedicar su futuro. Ambas celebran sus éxitos. Cada vez que esta joven ingeniera suma un premio, llama a Pilar para compartir un logro que de alguna manera es de las dos.
Muriel y Victoria: orientación frente a la falta de información
La relación de Victoria Gómez, líder de ventas de soluciones de IA y Datos en IBM, con Muriel Mage no es tan estrecha como la Pilar y Cristina. De hecho, ha sido este medio quien propició un encuentro entre ambas tras más de 20 años sin verse.
Aun así, Gómez, ingeniera industrial, siempre ha tenido presente que fueron las palabras de su profesora de dibujo técnico las que le ayudaron a decidirse por una ingeniería y desechar la idea de matricularse en Arquitectura.“En mi familia siempre ha habido personas que se han dedicado a profesiones del área técnica, pero yo tenía mis dudas sobre cómo orientar mi futuro”.
Mientras lo recuerda en su despacho en la sede de IBM en Madrid, su profesora de COU la observa con una mirada entre la satisfacción y la sorpresa porque esta ingeniera la tenga tan presente, junto al resto de profesoras que le impartieron materias de ciencias. “La forma de trabajar, su disciplina y su constancia, eran pistas muy claras de que Victoria tenía cualidades suficientes para cursar una ingeniería”, admite.
Las dos, profesora y alumna, reconocen que entonces, “sin internet”, indagar sobre las opciones de estudios universitarios disponibles era “complicado”. “La familia y el entorno podían orientarte, pero la otra pata que influía de forma determinante era el colegio”. A pesar de que ahora hay más fuentes a las que recurrir para tomar la decisión de qué estudiar, Muriel advierte de que “sigue faltando información” para que más chicas opten por carreras técnicas.
María y Alma: favorecer el pensamiento crítico
Alma Ortuño (Madrid, 1975) es ingeniera de telecomunicaciones y experta en desarrollo de proyectos de Innovación en Telefónica España, compañía de la que forma parte desde que se incorporó a su plantilla como becaria. Resulta curioso que, aunque en sus estudios de Bachillerato se decantó por las matemáticas, fue su profesora de Lengua Española la que le quitó el miedo a lo desconocido: “Me transmitió confianza diciéndome que conocía mis intereses y que podría volcarlos en una ingeniería”.
Al otro lado del teléfono, María Ortiz explica que en el tiempo que tuvo a Alma como alumna “comprobé cómo se desenvolvía en la sintaxis, tenía un buen razonamiento lógico, algo que ayuda a ordenar el pensamiento, y esto facilita el estudio de cualquier rama del conocimiento”, afirma esta profesora jubilada.
Una enseñanza que esta ingeniera ha aplicado varias veces a lo largo de su carrera profesional para hacer buenos documentos “teniendo mucho respecto a la escritura” y desarrollar su trabajo.
“De becaria en Telefónica, a finales de los 90, trabajé en el lanzamiento de servicios de síntesis de voz y de reconocimiento automático de voz. Mis conocimientos en lengua me permitieron formalizar las interfaces de usuario y especificarlas correctamente en lenguaje natural. La base de todo ello es el conocimiento de la gramática y la sintaxis que mi profesora impartía”.
Aunque a priori llame la atención que desde las asignaturas humanísticas se impulsen estudios científicos, Ortiz defiende que ambas áreas de conocimiento han de ir unidas y no ser excluyentes.
“Hipatia de Alejandría fue filósofa, matemática y científica, Leonardo da Vinci era excelente en varias disciplinas; y más cercanos a nuestro tiempo, en la obra del escritor Jorge Luis Borges están muy presenten las matemáticas, mientras que la escritora Clara Janés, que de pequeña quiso ser astrónoma, también tiene muchas referencias a esta disciplina en sus textos”, enumera Ortiz que mantiene inalterada su vocación docente.
Prado y Estefanía: visibilizar las profesiones STEM
Estefanía Zulaica, con solo 27 años, lleva casi cuatro como parte de la plantilla de Microsoft en España. Como Victoria, estudió ingeniería industrial, alentada por su profesora de Física en Bachillerato, que también le había impartido clases en ESO.
“Me animaba a pensar de forma estructurada, algo que es crucial en una ingeniería”, explica la joven ingeniera, que también barajó dedicarse a áreas tan dispares como la medicina o estudiar Administración y Dirección de Empresas (ADE).
Estefanía es una excepción. “En los niveles de ESO, cuando todavía no hay asignaturas optativas, la proporción entre niños y niñas interesados en Física y Tecnología es equilibrada, en torno al 50%. Pero en cuanto tienen que elegir un perfil, una clara mayoría de niñas eligen el biosanitario, quedando en el tecnológico una proporción muy reducida, en torno al 15% o incluso menos”, admite Prado Buitrago, tras 35 años dando clase a alumnos de entre 12 a 17 años.
De su antigua alumna, ahora ingeniera en una de las grandes compañías tecnológicas, recuerda que era “crítica y analítica, no cejaba en su empeño de comprender bien las cosas, con lo que compartimos muchos momentos discutiendo de diversos temas”.
Para impulsar ese talento científico y analítico, Buitrago, como el resto de las docentes que se han prestado a participar en este reportaje, cree que es fundamental la labor de los propios profesores, junto al contexto familiar. A lo que añade que sería “recomendable” crear “campañas oficiales que fomenten las vocaciones STEM en las niñas”.
Informática, la menos deseadas por ellas
Aunque en el Bachillerato la proporción de chicos y chicas en Ciencia y Tecnología está equilibrada, en la universidad las diferencias están más marcadas, sobre todo en las áreas de ingeniería, con tan solo un 29% de presencia femenina, y es más acusado en informática, un ámbito de estudio que ha ido perdiendo alumnas en los últimos años.
En el curso 2020/21 tan solo el 14% del alumnado eran mujeres, mientras que hace casi 40 años, en el curso 1985/86 llegaban a algo más del 30%, manteniéndose en cifras similares hasta 2003/04. Desde entonces el porcentaje de mujeres en las aulas de estudios de Informática no ha superado el 20%, una cifra que en el último lustro apenas roza el 13%.
La profesora Pilar Moreno, ingeniera informática, atribuye el cambio de denominación de estos estudios como posible causa: "Antes era Licenciatura en Informática, pero desde que ha pasado a ser Ingeniería en Informática, parece que han caído en picado las matriculaciones".