Podríamos decir que la ganadería regenerativa es un triple ‘win' entre los productores, los consumidores y el planeta, porque aumentar la calidad de los alimentos regenerando el medio en el que se desarrollan va mucho más allá del concepto 'sostenibilidad'.
Se basa en procesos de suministros y, por lo tanto, esta metodología demanda más trabajadores fijando población en las zonas rurales. Sus creadores se apoyan en la tecnología a través de cercados solares, aplicaciones de medición de campo o equipos fotovoltaicos de extracción de agua, sin obviar la conexión con otros ganaderos que siguen este mismo modelo en cualquier parte del mundo.
“Es un sistema que trabaja en favor de la naturaleza, imitándola. Optimizamos la relación entre el herbívoro, el pastizal y el suelo para aumentar la producción, vinculando así la rentabilidad económica al desarrollo biológico”, explica Beatriz Pablos, propietaria de Ganadería Pablos.
Es la primera mujer en cuatro generaciones de su familia (esto se traduce en 120 años de historia) que se pone al frente de su ganadería en Trujillo (Extremadura), y que insiste en hacer hincapié en que todo el proyecto no hubiera sido posible sin el apoyo incondicional de su hermano, Maxi.
Para ella, la genética es fundamental, tanto para el bienestar de sus animales en el campo como para el resultado cárnico de los mismos. “Nos basamos en la selección del más apto y no del más bonito, que es en lo que se han enfocado los concursos morfológicos. Buscamos animales adaptados al ambiente en el que viven, con gran fertilidad práctica y capaces de transformar el forraje autóctono en carne de calidad”, comparte.
En términos cárnicos, la genética también les ayuda a aumentar la proporción carne-hueso, capacidad de infiltrar grasa y potenciar sabores (cruzan las razas Retinta y Angus).
Pablos, cocinera de profesión (habiendo pasado por las cocinas de varios restaurantes con Estrella Michelín), se centra, sobre todo, en el estudio de las materias primas. “Esto me hizo adquirir un amplio conocimiento sobre el producto y hoy, como ganadera, tengo el privilegio de aplicarlo en la fase de producción”, señala. Su vuelta al campo, por motivos familiares tras el fallecimiento de su padre, ha sido clave para la supervivencia de la empresa familiar.
Cuero regenerativo
La producción de su ganadería no se limita a los productos cárnicos. La industria de la moda también es otra fuente de ingresos. Pero a nadie se le escapa que este sector tiene un impacto muy significativo en las emisiones de gases de efecto invernadero (es la segunda más contaminante del mundo, de hecho).
Las grandes empresas son las principales interesadas en realizar una transición, inevitable, a productos que huyan de la producción intensiva. minimizando en gran parte su impacto sobre el entorno, creando valor e, incluso, obteniendo un efecto positivo neto para la tierra y los ganaderos.
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Por ejemplo, Savory Institute y su hub en España (aleJAB), están encargados de un programa de evaluación de campos regenerativos, bajo el sello 'Land to market' al cual pertenece Ganadería Pablos.
“Anualmente, nos hacen una serie de pruebas al campo en las que miden: biodiversidad, salud del suelo, captura de carbono, capacidad de infiltrar agua y cobertura vegetal”, cuenta Pablos. Cuando estos parámetros obtienen una evolución positiva, se consigue la certificación, mediante la cual, es posible vender sus productos a partners demandantes. Entre otros, destacan empresas como Timberland, Burberry, Ugg o New Balance.
Bonos de CO2
Pero hay más. Antes, una lección exprés de biología: las vacas emiten metano, que es un gas de corta duración de efecto invernadero. Una molécula de metano equivale a 25 moléculas de CO2. Los campos, como los de Ganadería Pablos, se convierten en verdaderos sumideros de CO2 mediante el manejo de los herbívoros, potenciando la capacidad de las plantas de capturar CO2 atmosférico y almacenarlo en el suelo en forma de humus.
La clave está en darle tiempo de descanso al campo mediante el pastoreo de los animales. “De esta forma, conseguimos una gran acumulación de biomasa, tanto aérea como subterránea. Esto hace que, a medida que aumentemos el área foliar y, por consiguiente, también el tamaño de las raíces, mayor será la capacidad de capturar CO2 mediante los procesos fotosintéticos de las plantas y retenerlo en forma de humus en el suelo”, detalla Beatriz Pablos.
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En el momento en el que la planta está en su punto óptimo de crecimiento, llegan las vacas, que la consumen, y a su vez devuelven esos nutrientes al suelo en forma de estiércol y orina. Se produce, así, un círculo virtuoso en el campo.
Además, el carbono acumulado en el suelo se está empezando a medir y a valorar (y a vender). Poniendo precio al mismo, se permite a las empresas compensar sus emisiones mediante la compra de créditos de carbono de proyectos externos que capturan o evitan emisiones de gases de efecto invernadero.
“Actualmente, estamos en proceso de convertir en bonos el CO2 acumulado en el suelo de nuestro campo, y a la vez, investigando de qué manera lo podemos sacar al mercado voluntario de la forma más favorable”, adelanta Pablos. “Hoy día, ya vemos anuncios de grandes compañías, como Shell, Amazon, Microsoft, Disney, así como diferentes aerolíneas, que muestran intenciones de participar del mercado e ir hacia la neutralidad en las emisiones”, concluye.