Cuando en  2005  la exministra socialista María Antonia Trujillo decidió incluir en el plan de vivienda del Gobierno los pisos de 30 a 45 metros cuadrados la oposición y la opinión pública se le echaron encima. Se presentaban como pisos "transitorios" para jóvenes de alquiler, pero el adjetivo "indignos" empezó a acompañarlos bien pronto. Y si hoy, más de una década después, miramos hacia atrás, vemos que los miniapartamentos no eran un imposible, sino una realidad que cada vez se extiende más bajo la etiqueta de loft.

"Una de las mentiras más antiguas  es que funcionalidad y metro cuadrado están relacionadas de forma directa. Y es algo que se puede rebatir con robótica y tecnología".  Quien lo dice, Hasier Larrea, sabe bien de lo que habla. Este ingeniero de 30 años se marchó en 2011 al MIT Media Lab para liderar un proyecto que buscaba combinar robótica con arquitectura. En 2015 la investigación dio paso a la empresa Ori Systems, de la que es CEO, y en la que junto con un equipo de 14 personas, siguió trabajando para crear un mueble robótico capaz de salir del laboratorio siendo ideado  expresamente par estos minihogares.

Y lo consiguieron. Ori es hoy un mueble multifunción que, prácticamente en el mismo espacio que ocupa una cama, incorpora un armario vestidor, una cama de 1'40 o de 1'60, un centro de entretenimiento con espacio de almacenamiento y televisión y dos oficinas (una mesa pequeña y una grande). Y que, además, sirve para separar los espacios de una estancia. Así, «en un espacio de 30 metros cuadrados puedes tener un salón de 30, una habitación de 15 más un salón de 15 o un vestidor de 10 y un salón de 20», cuenta el emprendedor. Y todo ello, controlado con un botón central que recoge y despliega los distintos elementos y que, además, puede gestionarse desde distintos asistentes de voz tipo Alexa o Google Home.

"Hemos llevado a otro nivel las camas plegables de nuestros abuelos"

"Estamos pasando del mundo de los países al de las ciudades. Y eso abre muchos retos: si tienes millones de personas yendo a los mismos sitios tienes un problema de oferta y demanda y por eso los alquileres están por las nubes", explica Larrea. Nueva York, Washington o Boston son un paradigma de ello y por eso, ante el auge y consolidación de los minipisos, el primer campo de batalla de Ori. Desde hace dos meses están comercializando allí su mueble robótico de la mano importantes promotoras inmobiliarias como las multinacionales Broockfield o Skanska. 

El dispositivo cuesta al rededor de los 10.000 euros y en este 2018 esperan instalar más de un centenar. "Hace tres años empezamos a testear con Airbnb", cuenta Larrea. Alquilaron un apartamento, lo instalaron y analizaron cómo convivían los huéspedes con su mueble. "Nuestro primer prototitpo parecía un robot. Si eres ingeniero igual eso es hasta una virtud, pero cuando piensas en el usuario medio eso no es bueno. El reto ha sido conseguir algo que te comprarías aunque no tuviese todas estas funcionalidades", señala.  

Y de ahí parte una concepción humanoide del sistema. El músculo es la electrónica de potencia, los motores que hacen que se mueva; el esqueleto es la estructura metálica y las ruedas; el cerebro es el ordenador que ayuda a controlar todas las funcionalidades y la piel es la estética. Ahora tienen ocho variables de diseño del dispositivo, pero esperan llegar a muchas más a medida que las ventas y también eventuales colaboraciones con fabricantes de muebles crezcan.

Y todo ello con una facilidad de montaje similar a los muebles de Ikea. "Lo que hemos hecho ha sido llevar a otro nivel las camas plegables de nuestros abuelos", bromea. Pero con una idea muy clara: "Los espacios urbanos son demasiado valiosos para ser estáticos y que no respondan a nuestras necesidades vitales".