Los últimos premios Nobel han puesto de manifiesto que hay palabras clave como láser, proteína, microbios o evolución a los que la ciencia les puede dar un nuevo sentido. De hecho, los ganadores en la especialidad de Medicina o Fisiología han sido elegidos por domesticar a unos microbios, es decir, controlar su evolución, para que creen proteínas nuevas.
El mundo es así. La ciencia es producto de la evolución, la medicina es el resultado de siglos de avances, de experimentos innovadores y de descubrir que son las bacterias y los virus, y no los demonios, los culpables de las enfermedades que padecen los hombres.Por eso, cuando el Nobel de Química premia a investigadores que han hecho grandes avances en la lucha contra el cáncer, es bueno recordar el origen de la medicina y de los primeros experimentos, sin olvidar que hoy seguimos escrutando la naturaleza para encontrar la siguiente diana terapéutica contra esta enfermedad. Hay un primer paso para todo.
Se suele decir que el control del fuego supuso un punto de inflexión en la historia. Otro de esos momentos lo provocó la llegada de la penicilina y cuando se encontró la forma de cultivar el hongo Penicillium en grandes cantidades. Pero mucho antes de que la penicilina se convirtiese en el antibiótico de moda, los humanos ya la usaban, aunque en otro formato.
Hace casi 30.000 años una familia asturiana de 13 individuos encontró un auténtico botiquín en la naturaleza. Los restos fósiles de uno de esos individuos cuenta una historia muy singular. Este varón, que falleció con poco más de 20 años, tenía un absceso en la mandíbula que debió provocarle muchísimo dolor.
El equipo del antropólogo del CSIC Antonio Rosas ha encontrado en el sarro de sus dientes un parásito intestinal que provoca problemas gastrointestinales como diarreas severas. Con todas estas molestias parece cobrar sentido el resto de descubrimientos. Los científicos han recuperado en sus dientes restos de camomila y aquilea, que debió usar para para solventar los dolores de estómago. Tenía también restos de álamo, un árbol que contiene ácido acetilsalicílico, el ingrediente principal de la famosa aspirina, y del hongo Penicillium rubens, que produce penicilina.
Habría que esperar hasta 1928 para que Alexander Fleming revolucionase el mundo de la medicina con el descubrimiento de la penicilina, pero hoy sabemos que estos neandertales, miles de años antes, cuidaban a los enfermos y descubrieron los beneficios de las plantas y árboles de su entorno, que usaron para medicarse.
Trepanaciones y locura
El ser humano siguió avanzando. Cuando ya sólo quedaba el sapiens sobre la Tierra, esos hombres decidieron que la migraña, los traumatismos, la epilepsia y la locura se curarían si atacaban el origen del mal. Así, del Neolítico datan las primeras trepanaciones, unas perforaciones de entre uno y diez centímetros que se realizaban en el cráneo con un objeto punzante. Este proceso, unido en muchos casos a ritos y conjuros, pretendía también expulsar el mal, o al demonio, de la cabeza del enfermo.
Se han encontrado pruebas de esta práctica en todo el mundo. Uno de los casos más antiguos se produjo hace unos 8.000 años en Cueva de los postes, Extremadura. Un cráneo recuperado allí muestra que el individuo sufrió tres trepanaciones. "Su dueño no tuvo, por lo que parece, una vida fácil. Desde pequeño este individuo pasó parte de su vida con una correa atada a su cabeza, de ahí que su cráneo haya crecido con una deformación. Esa deformación fue totalmente intencionada. Este tipo de deformaciones las practicaron también los Incas", destaca el arqueólogo Hipólito Collado, jefe de la excavación. Su final no fue mucho mejor, porque murió de un golpe en la cabeza.
Aunque seguro que hay historias sin final feliz, los expertos creen que cerca del 80% de las personas a las que se les trepanaba el cráneo lograban sobrevivir, al menos a corto o medio plazo. Fuesen enfermedades reales o no, muchas civilizaciones creían que los culpables de esos males eran los demonios.
Conjuros y magia
Sobre los conjuros del pasado han quedado muchas pruebas, una de las primeras nos traslada a Mesopotamia hace 4.000 años.
rnAllí, el brujo de la tribu realizaba conjuros y hechizos para expulsar a los demonios del cuerpo de los enfermos. Para ello leía alguno de los 50 conjuros, grabados con escritura cuneiforme en 150 tablillas, recogidas en el libro titulado Mushu’u, (Masajes). El objetivo de estas recetas mágicas era curar males como las migrañas y los dolores musculares causados por el "Espíritu de la muerte", el demonio al que esa tribu culpaba de sus males físicos. Según la enfermedad del paciente, el ritual podía llegar a durar tres horas.
Para expulsar al demonio que causaba la paraplejia, por ejemplo, el exorcista debía recitar: "Vete, sal de aquí, parálisis, como la ventosidad que el ano suelta, como la orina que de la entrepierna gotea". Para terminar, el brujo ataba amuletos en las muñecas y en los tobillos del enfermo para evitar que el demonio pudiese volver a entrar. El proceso terminaba tras lavar y purificar la habitación y la casa del enfermo.
Sedación y anestesia
¿Cómo evitar el dolor de una intervención? En la actualidad, la anestesia se encarga de eso, pero la historia está llena de experimentos peregrinos. Hace miles de años los métodos eran algo arcaicos; en algunos casos se golpeaba al paciente hasta que perdía el conocimiento. Otra práctica, que se usó hasta el siglo XVII, consistía en realizar un bloqueo carotideo para conseguir que el paciente se desmayara por falta de riego sanguíneo. Más conocido es el uso de alcohol, pero establecer la cantidad que debía beber el paciente era complicado, de hecho, más de uno no llegó vivo a la operación.
Las esponjas humedecidas con una combinación de opio, mandrágora y beleño, cuya administración era más sencilla, llegaron un poco más tarde. Pero todo cambió el 30 de marzo de 1842, cuando el éter entró en un quirófano. Poco a poco se empezó a generalizar su uso; la anestesia actual difiere mucho de la original. Así, las intervenciones se fueron complicando, aumentó el conocimiento sobre el cuerpo humano y aparecieron las operaciones largas y hasta los trasplantes de rostro.
Sería curioso ver a uno de nuestros antepasados recorriendo los pasillos de un hospital actual mientras alguien le cuenta para qué sirven las palas de reanimación o qué es la quimioterapia. La técnica de la edición genética seguro que es demasiada información.
Los avances científicos en forma de pastillas, líquidos o últimas tecnologías han llegado para quedarse. Sólo los que rompieron barreras e innovaron, a pesar de lo que decía la tradición, la costumbre y su entorno, saben lo que tuvieron que luchar para construir ese camino. Eso sí, ya no hay vuelta atrás.