Feudalismo digital poco a poco, de repente
Todo cambia para seguir igual. Innovación para el 'statu quo'. Tecnología bajo promesas de liberación que sirve para alimentar al poder establecido. ¿Cómo dar marcha atrás? ¿Cómo renovar votos de fe en el sistema para evitar caer en el abismo?rn
31 enero, 2019 07:00Comunidad, identidad, estabilidad. Es el lema planetario de Un mundo feliz, esa utopía distópica que Aldous Huxley describió de forma visionaria en 1932. Un mundo feliz que es contrario al avance científico y tecnológico salvo cuando sirve a los intereses del statu quo. Un mundo feliz donde los seres humanos son un producto más de la cadena de consumo. Donde cada persona es hipnóticamente adoctrinada desde el momento de su concepción para desear la vida que le ha tocado y seguir alimentando la rueda. Que la producción nunca pare y que nada cambie.
¿Como es de diferente el mundo en 2019? De acuerdo con Yuval Noah Harari, no mucho. A falta de hipnosis, el libre albedrío es condicionado por el big data, escribe el autor en The Guardian. Si quienes gobiernan saben más de nosotros que nosotros mismos, ¿cuán fácil es y será manipularnos? Y no solo eso, si no hacerlo de forma que pensemos que tomamos las elecciones que otros quieren de forma libre. Simplemente brillante. ¿Y si todo ese conocimiento se usase en beneficio de la mayoría? Cuánto mejor sería -no solo para unos pocos- el mundo en que vivimos. Al contrario, mientras los cimientos de la democracia se tambalean tendemos a la globalización de la censura en pro de la estabilidad.
El problema tiene un nombre: feudalismo digital. La nueva era de autoritarismo en internet la define muy bien el catedrático de Comunicación Fred Turner en Harper’s: "La visión política que creó las redes sociales en primer lugar desconfía de la propiedad pública y del proceso político al tiempo que celebra la ingeniería como una forma alternativa de gobierno". Las redes sociales, dice, no solo han convertido el sueño de individualidad, la democracia expresiva, en una fuente de riqueza. La ha convertido en la base de un nuevo tipo de autoritarismo [a menudo incendiario]. El poder político lo ha permitido a sabiendas, beneficiándose de ello.
Más motores para impulsar la rueda de consumo y más tecnología para el statu quo que de nuevo rompe sus promesas. Como bien dice Turner, "una de las ironías más profundas de nuestra situación actual es que los sistemas de comunicación que permiten triunfar a los autoritarios hoy en día se inventaron para derrotarlos". "Si vamos a resistir al aumento del despotismo, debemos entender cómo hemos llegado hasta aquí y por qué no lo hemos visto venir", añade.
Acumulación de cambios
Tim O’Reilly, impulsor del software libre y pionero de la Web 2.0, ofrecía recientemente una explicación interesante en un post titulado Gradually, then suddenly. El título hace alusión a la respuesta del personaje de una novela de Hemingway que trataba de explicar cómo había caído en bancarrota: "De forma gradual y luego repentina", decía el sujeto en cuestión. "El cambio tecnológico ocurre de la misma manera. Se acumulan pequeños cambios y de repente el mundo es un lugar diferente", afirma O’Reilly. Un lugar diferente para que nada cambie.
El pope del código abierto destaca varios movimientos de este tipo que están ocurriendo ahora. El primero, que los algoritmos están ya en todos lados. "Uber, Lyft y Amazon Robotics han traído este patrón al mundo físico, reconfigurando la corporación como una red vasta y vibrante de humanos que guían y se guían por las máquinas. (...) Los algoritmos deciden quién obtiene qué y por qué, y esto está cambiando los fundamentos de la coordinación del mercado de formas que gradualmente, de repente, se harán evidentes".
Otro de esos cambios es la ventaja que están tomando países emergentes. En China, el volumen de pagos móviles es de 13.000 millones de dólares frente a los 50.000 millones de dólares en EEUU. Y en Ruanda, los drones bajo demanda de Zipline ya entregan el 20% de todos los suministros de sangre en Ruanda. "En ambos casos, la falta de infraestructura existente resultó ser una ventaja a la hora de adoptar un modelo radicalmente nuevo", afirma O’Reilly. Está convencido de que el patrón seguirá repitiéndose, en detrimento de aquellos países donde "los incumbentes y viejas formas de pensamiento frenan la adopción de nuevos modelos".
Un tercer efecto es el papel creciente que China desenpeña en la transformación de África, llevando allí sus fábricas. "Espero despertar un día y comprender que China ha hecho a EEUU lo que éste hizo a Reino Unido en el siglo XX, convirtiéndose en el nuevo líder de la economía mundial, para bien o para mal. Hasta ahora, China ha pasado mucho más tiempo copiándonos que nosotros a ellos. Lo ha hecho poco a poco. Pero, de repente, esa tendencia se revertirá", dice el experto en referencia, entre otras cosas, a su potencial supremacía en Inteligencia Artificial (IA).
Por supuesto, la crisis de fe en el Gobierno no falta en la lista. "Si no podemos poner al día al Gobierno en las tecnologías del siglo XXI, se derrumbará un pilar fundamental de las sociedades justas", asegura. "No es solo la fractura política de nuestro país lo que debería preocuparnos; es el hecho de que el gobierno desempeña un papel fundamental en la infraestructura, en la innovación y en la red de seguridad. Ese rol se ha ido erosionando gradualmente, y las grietas que aparecen en los cimientos de nuestra sociedad están llegando en el peor momento posible".
Agrandar las grietas
Algunos agrandan esas grietas a base de posverdad en simples clics. Por desgracia, no hay pegamentos mágicos para recomponerlas. ¿Qué hacer? "La elección moral, no la inteligencia o la creatividad, es nuestro mayor activo", dice O’Reilly. "Las cosas pueden empeorar mucho antes de mejorar. Pero podemos optar por elevarnos mutuamente para construir una economía donde las personas importen, no solo las ganancias. Podemos tener grandes sueños y resolver grandes problemas. En lugar de usar la tecnología para reemplazar a las personas, podemos usarla para aumentarlas y hacer cosas que antes eran imposibles", concluye su post.
Algo similar viene a decir el autor y columnista de The New York Times David Brooks en su artículo "La remoralización del mercado". "En una sociedad sana, las personas intentan equilibrar muchas prioridades diferentes: económica, social, moral, familiar. De alguna manera, en los últimos 40 años, las prioridades económicas ascendieron al primer puesto y eliminaron todo lo demás. Como cuestión de política, privilegiamos la economía y, finalmente, ya ni siquiera pudimos ver que podría haber otras prioridades", escribe.
Brooks argumenta que el capitalismo necesita estar incrustado en las normas morales y debe servir a un bien social mayor. "Remoralizar y resocializar el mercado es el gran proyecto del momento. La pregunta crucial no es: ¿Cómo podemos tener una buena economía? Es: ¿Cómo podemos tener una buena sociedad? ¿Cómo podemos tener una sociedad en la que sea más fácil ser una buena persona?", concluye el autor.
Si echamos la vista atrás, la solución parece pasar por una ‘Toma de la Bastilla’ a medida del siglo XXI. Sin violencia, con aroma a claveles. "Tenemos que crear mecanismos e instituciones diseñados para nuevos desafíos", decía Klaus Schwab en Time, ante el Foro de Davos. La cuestión es a quién sirven esos mecanismos e instituciones y quién va a decidir cómo crearlos. La historia muestra que al poder establecido.
Dice también Schwab que nos encontramos en una fase de "destrucción innovadora", o "innovación destructiva". "Cuando te enfocas en la parte destructiva, puedes hacerte pesimista. Lo que intentamos hacer es ver la parte innovadora", afirma. Se puede destruir la democracia de forma innovadora. Se pueden destruir privilegios de forma innovadora. Se puede volver al feudalismo laboral a base de gig economy o se pueden usar las plataformas para flexibilizar, facilitar, democratizar y mejorar las condiciones del trabajo. ¿A qué se refiere Schwab? El Foro Económico Mundial tiene la expresa misión y compromiso de "mejorar del estado del mundo", ¿para quién?
Asumiendo las buenas intenciones, la pregunta es si quienes ostentan el poder están dispuestos a compartirlo, a renunciar a ciertos privilegios a cambio de salvaguardar un bien mayor, que no deja de ser "la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás" (como a Churchill le gustaba llamar a la democracia). "He aprendido que cambiar el mundo es solo por invitación", me dice Alberto Levy, un experto en innovación que ha ido este año a Davos. Solo unos pocos con el poder y el dinero suficiente pueden hacerlo.
Guste o no, son ellos quienes tienen en sus manos la llave hacia ese planeta de humanos aumentados y grandes sueños hechos realidad descrito por O’Reilly. Un mundo donde recuperemos y hagamos nuestro el viejo pero aún innovador lema "Libertad, igualdad, fraternidad". Si no actúan, puede que poco a poco, y luego de repente, vivamos una nueva ‘Toma de la Bastilla’, y no precisamente a base de claveles.