Ni siquiera Google Maps corre tan deprisa como el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Quien se alojara hace un año en el emblemático Hotel Kendall guardará la imagen de su estructura de ladrillo rojo como un soleado y acogedor canto rodado en medio de la corriente tumultuosa de conocimiento del campus. Hoy ya no es así, lo cubre la sombra de los dos rascacielos que se construyen tras él, pero no hay rastro todavía de ellos en los ‘mapas’ del gigante digital.
A unas decenas de metros, el Instituto McGovern para la Investigación Cerebral mira de frente a tres edificios de oficinas cuyos directorios están ocupados mayoritariamente por empresas: Mispro Biotech, Casma Therapeutics, Aramco Research (dos plantas), Atlas Venture (ah, el capital riesgo), Kymera Therapeutucs, Rheostat Therapeutics, eGenesis, Moderna, Pfizer, H3 Biomedicine, MassBio... Si uno mira con atención, a través de las ventanas no ve personal de cuello blanco, ni programadores o expertos en gestión financiera, sino laboratorios. Allí se experimenta, se investiga.
Los nuevos colonos empresariales del MIT pertenecen a los sectores más representativos de la actual revolución tecnológica. Hay farmacéuticas, energéticas, muchas químicas y biotecnológicas, compañías de software, con aplicaciones en el automóvil y el retail... Espectacular y dominante el edificio de Novartis, imponente Dares Technology... faltan, ay, las grandes españolas, que sí están presentes de forma puntual en laboratorios del MIT, Telefónica por aquí, Everis por allá, Santander, Repsol...
Cualquiera pensaría que es lo natural en la universidad que se disputa con el Instituto Tecnológico de California (Caltech) el trono a la excelencia científica a nivel mundial. Qué cabe esperar de un centro que contiene a un laboratorio situado más allá de la vanguardia, que mira a 30 años vista, como el MIT Media Lab, en diálogo con una de las principales escuelas de negocio para los innovadores, el MIT Sloan School of Management, situada a unas pocas manzanas de distancia.
Pero no es tan sencillo. La universidad que preside Rafael Reif produce cada año alrededor de 1.000 startup, de las cuales el porcentaje que resulta de dar aplicación comercial a un avance científico, lo que se conoce habitualmente como transferencia tecnológica, es de apenas... ¡el 2%! A la gente del MIT Sloan, que dirige brillantemente un buen conocedor del ecosistema español de emprendimiento, Bill Aulet, le gusta subrayar en sus charlas este dato. Dicen que es importante transferir conocimiento, pero todavía más facilitar la creación de empresas. Promover que los emprendedores puedan relacionar ideas y desarrollarlas de una forma inédita o en ámbitos inexplorado.
‘Nuevo’ campus
Para los que han visitado frecuentemente el MIT a lo largo de las dos últimas décadas, el proceso de transformación de su entorno resulta muy evidente. Donde había una sucesión de construcciones bajas de ladrillo rojo, de uso residencial, almacenes o sencillamente comercios, hoy proliferan los centros de negocios.
El dato que maneja y difunde el MIT Sloan es demoledor: la universidad Massachusetts registra en un kilómetro cuadrado la mayor concentración de empresas del mundo, con especial protagonismo, evidentemente, de las startups. Supera en densidad empresarial a otros hubs de conocimiento, como el propio Silicon Valley, a centros de negocio como Manhattan y se sitúa de forma muy destacada en el panorama universitario mundial. Resulta palpable el contagio de otras instituciones inmersas también en esa nueva tendencia, como Stanford, California Berkeley o el hub Oxford-Cambridge, pero ninguna va tan avanzada.
Acompaña a INNOVADORES en el paseo por el ‘nuevo’ campus del MIT el investigador-emprendedor Javier García, el único español que interviene en la redacción del informe anual sobre las 10 tecnologías emergentes del World Economic Forum. Recientemente ha sido nombrado presidente de la Academia Joven de España y una semana antes de nuestro encuentro en Boston había cerrado la venta de la compañía que creó a partir de una patente desarrollada en el MIT. Para culminar un mes fantástico, ha conseguido convertirse en el primer español que preside la Unión Química Internacional, y el más joven.
Javier García se encuentra inmerso en un nuevo desafío investigador en la universidad de Massachusetts, el de las baterías de flujo. Contempla con entusiasmo la plaza donde se encuentran la antigua Cámara de Comercio de Cambridge con la vanguardista sede de la empresa californiana Amgen. A pie de calle se puede observar, tras tres enormes cristaleras, como si el escaparate de una tienda de moda se tratara... un enorme laboratorio. ¡Un centro de negocios en cuyo hall de entrada hay científicos experimentando!
Inteligencia artificial gratis
El edificio colindante lo ocupa Akamai, una empresa de software. Es conocida su otra sede en una esquina en Broadway Street, porque opera con gráficos de tráfico de internet en tiempo real a nivel planetario, todo un espectáculo nocturno. Pero pronto habrá que asomarse a otro edificio para verlos, una torre de más de 20 plantas que está construyendo justo en la acera de enfrente, es el Nuevo Akamai Center.
A poca distancia, otra construcción reciente reúne a Bayer y Pfizer con firmas emergentes que se disputarán con ellas el reinado en algunos nichos de la biotecnología. Está CRISPR Therapeutics, una de las primeras empresas que ha dado el salto para explotar el hallazgo de un científico español Francis Mójica a partir de las aplicaciones descubiertas por el equipo de Feng Zhang en el MIT. También aparecen en el directorio Casabia y KSQ.
Cambio de paradigma
¿Qué está sucediendo? Asistimos a un cambio de paradigma en lo que se refiere al concepto mismo de Universidad. La institución nacida hace ocho siglos está acelerando su transformación. De una universidad que produce conocimiento y lo transfiere a la sociedad estamos pasando a una universidad-ecosistema que genera conocimiento con la sociedad, en la que las fronteras que distinguían hasta ahora los roles de estudiantes, profesores, investigadores, empresas y Administración simplemente se desdibujan.
Uno de los factores de cambio tiene que ver con con algo tan simple como que, en la era digital, la información está más disponible que nunca. Cualquiera interesado en tener acceso a un conocimiento, por especializado que sea, puede hacerlo en la mayoría de los casos de forma gratuita. El propio ecosistema MIT-Harvard fue el impulsor a finales de la década de los 2000 de esa corriente democratizadora con la creación del concepto MOOC (Massive Open Online Course), que ofrecen ya más de 800 universidades en todo el mundo. Ninguna de ellas puede competir hoy en provisión de información con Youtube.
Los expertos apuntan a que nos encaminamos por eso a una commoditización de la formación convencional, el equivalente a nuestros grados y MBA universitarios. Los títulos podrán obtenerse y otorgarse de forma digital, sin intervención directa de seres humanos. Hay campus de todo el mundo, también españoles, que han comprendido ya que sus opciones pasan, de hecho, por industrializar la concesión de titulaciones y lo hacen de formas cada vez más imaginativas.
La clave del fenómeno que estaba incubando el ecosistema MIT-Harvard y ha acabado por estallar no reside, por consiguiente, en poner el acento simplemente en el acceso al conocimiento, sino en la posibilidad de estar allí donde se produce. Poder influir en ese proceso y disponer de él de primera mano para trasladarlo a la propia empresa.
rnLa universidad del futuro será un hub capaz de ofrecer un proyecto atractivo, desafíos motivadores, al talento global, ya sea de procedencia académica o empresarial, y de unirlo a trabajar. Los centros que no comprendan esta dinámica pasarán a la irrelevancia, aunque consigan mantener algún destello en la élite. La competencia de los que sí han entrado en esa dinámica será tan poderosa, resultará tan complicado ofrecer alternativas atractivas, que acabarán convirtiéndose en centros satélites (la tendencia no es nueva, pero se va a acentuar.
De hecho, el impacto de este cambio de paradigma no sólo se producirá en la universidad. Los datos que arroja el MIT Sloan señalan un descenso de la inversión de las grandes corporaciones en sus áreas de I+D. Las caídas de presupuesto alcanzan en algún caso el 40%. Se trata de compañías que han comprendido que en la era digital hay que buscar el conocimiento fuera de sus murallas, hay que replantearse el modelo de laboratorios cerrados a los que cada vez resulta más complicado atraer talento, porque también ellas compiten con centros de excelencia donde todos trabajan con todos. ¿Serán las universidades de las multinacionales subsidiarias o líderes en esta nueva dinámica de cambio? Atención a lo que está por venir.
Donde ‘pasan cosas’
La frase más repetida en espacios como el MIT es que se trata de un lugar donde «pasan cosas». Es un mantra que repiten desde jefes de grupos de investigación hasta científicos jóvenes que están desplegando los primeros años de su carrera en el centro. Pero para que eso sea así, para que «pasen cosas», la institución que preside Rafael Reif pone bastante de su parte. Y no se trata únicamente de la enorme cantidad de suelo que sirve de base para los nuevos rascacielos y centros de negocios, un terreno que la universidad ha ido acumulando durante décadas, a base de invertir en inmobiliario sus excedentes presupuestarios, dado que es una institución sin ánimo de lucro. No.
rnJavier García me conduce al espacio MIT.nano de reciente creación. Al girar un pasillo llegamos a un enorme cristal transparente de color cobre que deja ver una sala blanca, un amplio laboratorio en construcción concebido para escalar experimentos de nanotecnología. ¡A escala industrial! Pero no es una sola planta la que se va a poner en producción, sino cinco: cinco plantas con laboratorios que aglutinarán toda la investigación en nanotecnología hoy dispersa por los diferentes centros de la universidad. Sí, esto es estar a la vanguardia mundial haciendo que «pasen cosas».