Uno de los efectos propios y directos de la naturaleza de la digitalización encarnada en el internet social (envolvente hoy de los tradicionales mass media que se superpone a ellos) es la de polarizar nuestra atención. Y otros de sus efectos secundarios tienen que ver con el foco y el encuadre con que la usamos. El resultado es confundir árbol y bosque en los entornos informativos de que estamos empapados.
Una situación que nos hace muy vulnerables a la manipulación. También contribuye a ello, nuestro propio interés y entusiasmo por saber cuál es la última innovación, cuando lo más importante es saber cuál es la más decisiva y transformadora. Así que, a la euforia y entusiasmo típicos de esta sociedad conectada, vale la pena aplicarle aquél inspirado aforismo de Goethe que dice: “El entusiasmo es de gran valor, siempre y cuando no nos dejemos llevar por él”.
Esta reflexión viene a colación porque, ahora mismo, bombardeados casi todo el tiempo con etiquetas semánticas relacionadas con la inteligencia artificial casi diríamos que, hoy, todo lo más relevante, actual o innovador, tiene que ver con ella, pero de inmediato vamos a ver que no es exactamente así.
Cuando siento mi atención demasiado ajetreada por la invasión ubicua constante de estímulos que nos toca soportar sobre qué está ocurriendo en la vanguardia tecnológica y de innovación, intento ver a qué dedican su atención a maestros a los que el árbol nunca les tapa el bosque. Uno de ellos es para mí el gran Walter Isaacson, biógrafo nada menos que de Leonardo da Vinci, Franklin, Einstein o Steve Jobs, alguien que suele prestar atención a las cosas verdaderamente relevantes, y a quien es difícil que atrapen las vorágines de ‘burbuja’ llegadas por tuits. Así que presto mucha atención a sus escritos que no se suelen dejar arrastrar por las trends informativas globales, generalmente interesadas.
La biología es la (verdadera) nueva tecnología
Isaacson afirma rotundamente que, ante tanto espejismo tecnológico, “la biología es la (verdadera) nueva tecnología”, sin duda. Según eso, la nueva tecnología no es la que creemos, seguramente presos de algún espejismo. Voy poner un ejemplo tecnológico. Uno de esos espejismos nos lo podrían haber causado las múltiples campañas con aportaciones millonarias de Bill Gates, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Vinton Cerf y famosos de todo tipo montadas con el propósito de concienciarnos sobre que los niños deberían estar programando código informático desde la más tierna infancia.
Como las de la organización Code.org que promueve la programación como un lenguaje a aprender por niñas y niños desde la escuela primaria, y apoyada por donantes de marcas globales como Amazon, Facebook, Google, la Fundación Infosys o Microsoft. Apple también comparte esa filosofía en su campaña Programación para todos, que describe el programar como una habilidad básica que debe aprenderse desde la escuela primaria.
Incluso vienen a convencernos in situ, en Europa, que consideran algo atrasada en educación sobre código informático. Apple ha celebrado su Semana del Código anual de la Unión Europea para divulgar su nuevo lenguaje informático Swift y su iniciativa Everyone Can Code para introducir en la programación a profesores y estudiantes europeos de todas las edades y capacidades.
Ante tantas campañas impulsadas por personalidades y marcas tecnológicas de ese calibre, ¿quién podría decir que no es ahora es lo más decisivo esta fiebre o ‘religión digital’ del código informático? Pues quién va a ser: Walter Isaacson, que señala en otra dirección, aplicándose a sí mismo la frase central su magnífica biografía de Steve Jobs: “Piensa diferente” (de la mayoría); yendo a contracorriente, una de las cosas que más le gustan.
Isaacson ha publicado una carta desde Quebec hace pocas semanas que empieza con la frase: “La biología es la nueva tecnología”. Y argumenta pormenorizadamente el porqué de esa afirmación. Lo hace describiendo el ambiente de un gran congreso al que ha asistido en Quebec, y cuyo hilo conductor es CRISPR, la herramienta biotecnológica diseñada para editar genes. El ambiente vivido allí le ha recordado el de las pioneras reuniones de los primeros geeks neo-hippies y makers de los 70 del siglo XX, en los albores de la era digital. Y ha visto el mismo vibrante ambiente que en las antiguas reuniones del Homebrew Computer Club en Silicon Valley y la West Coast Computer Faire de aquellos años en San Francisco.
La reunión actual de Quebec y aquellas son igual de pioneras, pero con una diferencia esencial: “Los jóvenes innovadores de ahora están programando código genético, en lugar de código informático”. Y contradiciendo la corriente dominante de las campañas antes citadas, Isaacson afirma: “Por fin, ahora que las escuelas finalmente se están dando cuenta de que cada niño debe aprender a codificar, van a tener que cambiar de enseñar el código binario de ceros y unos al de AGCCT., las cuatro bases de nuestro ADN”.
Al leer sus palabras, a uno le asalta inevitablemente la duda de si las campañas, que nos suenan tan lógicas y razonables, de que los niños aprendan código informático desde la escuela, no responderán solo a intereses de la industria, y podrían llevar a los niños a aprender a programar en el código equivocado, porque quizá lo más innovador de cara a su próximo futuro, no es saber programar bits, sino genes.
La revolución CRISPR
Haré aquí un pequeño inciso, porque creo que la mayoría de la gente en España desconoce lo que significa este acrónimo. Aunque es complejo, tratare de explicarlo brevemente porque su significado está relacionado con la nueva gran revolución de la biología y con nuestro país. Los CRISPR (en inglés clustered regularly interspaced short palindromic repeats, repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas?) son familias de secuencias de ADN en las bacterias.
Las secuencias contienen fragmentos de ADN de virus que han atacado a las bacterias. Estos fragmentos son utilizados por la bacteria para detectar y destruir el ADN de nuevos ataques de virus similares, y así poder defenderse eficazmente de ellos. Desde 2013 el sistema CRISPR/Cas se está utilizado para editar genes (agregando, interrumpiendo o cambiando las secuencias de genes específicos) y para la regulación génica en varias especies.
Lamentablemente es muy desconocido para la mayoría en España, pero el origen del CRISPR tiene que ver con nuestro país. Las secuencias genéticas repetidas que luego se conocerían como CRISPR fueron identificadas por primera vez por un grupo de científicos japoneses en 1987 (Yoshizumi Ishino y su equipo). ?Y algo más tarde, de forma independiente por el científico Francisco J. Martínez Mojica de la Universidad de Alicante, a principios de los años 90 en una arquea Haloferax mediterranei cuyos resultados fueron publicados en 1993.
Pocos años después, el mismo Francisco J. Martínez Mojica propuso y acuñó el acrónimo CRISPR (acrónimo de Clustered Regularly Interspaced Short Palyndromic Repeats), propuesta que quedó recogida en una publicación de microbiólogos holandeses en 2002. Hoy, CRISPR es un término universal en ciencia, y una herramienta esencial que impulsa una innovación de grandes dimensiones en edición genética y biotecnología. Y, también, el instrumento con el que, afirma Isaacson, “cada niño debe aprender a codificar en código genético AGCCT” y, literalmente, a copiar y pegar genes. Por eso he querido citar aquí al profesor Mojica a quién se debería conocer mucho más en España por su ciencia innovadora.
Injusticia y desigualdad genéticas
Ya habíamos hablado aquí en INNOVADORES sobre las innovaciones necesarias para combatir la ‘injusticia algorítmica’ y sus amenazas, con el filósofo David Casacuberta. Ahora, en su carta, Isaacson nos habla de otro tipo de amenazas de desigualdades que puede traer el uso inadecuado de las punteras innovaciones en biología y genómica, mediante la edición de genes, en la que los criterios éticos van a ser centrales. Y hablo tanto de uso de las herramientas CRISPR como de las posibles patentes.
En la Conferencia de Quebec que Isaacson describe en su carta estaban participando algunos de los pioneros más innovadores, como Feng Zhang del Broad Inst. MIT&Harvard, o Erik Sontheimer, del RNA Therapeutics Institute, UMass Medical School, que avisan de posibles peligros y apuntan la “necesidad de una moratoria en la realización de ediciones que puedan ser heredadas”.
Isaacson señala que, en ese congreso, se percibía el acuerdo general entre los científicos de que, cuando sea seguro y práctico, se deben usar ediciones hereditarias para corregir las mutaciones de un solo gen. Pero rechazan tajantemente la idea de usar la edición de genes para ‘mejoras humanas’, como el tratar de ‘darles a nuestros hijos’ más masa muscular, o altura, o tal vez algún día, un mayor coeficiente intelectual y/o habilidades cognitivas más altas.
Otro participante, el científico Feng Zhang presiente que “seguramente, algunas personas pagarán por una mejora genética”. Sontheimer pone el dedo en la llaga al afirmar que el mayor conflicto lo va a generar el tema del acceso y sus costes. Y se pregunta: “¿Es aceptable que los ricos puedan comprar los mejores genes que puedan permitirse?” Porque eso podría acabar generando una desigualdad descomunal, ya que es algo que podría no estar al alcance del resto.
Isaacson cita la distopía descrita en la novela de Aldous Huxley de 1932, Un mundo feliz, en la que la modificación de embriones produce un sistema de ‘castas’ que va desde los líderes con inteligencia mejorada hasta los trabajadores ‘menores’ atrofiados. Y describe cómo un mercado libre para la mejora genética podría producir un salto cuántico en estas desigualdades y lo que es aún peor, extenderlas en el tiempo al ‘codificarlas’ permanentemente.
Los dilemas que nos pone delante la edición de genes son de tal dimensión que explicarían la atención que Isaacson nos pide al señalar que esta biología es, en realidad, la auténtica ‘nueva tecnología’. En su carta, describe finalmente cómo pudo hablar de su opinión sobre CRISPR con el prestigioso el Premio Nobel James Watson, descubridor con Francis Crick de la estructura de la doble hélice del ADN, que ahora tiene 91 años.
Watson ayudó a lanzar la revolución de la biología molecular hacia la edición de genes cuando en 1953, él y su colega Francis Crick hicieron su descubrimiento de la estructura de doble hélice, y el esquema de codificación de cuatro bases genómicas del ADN. Watson, ha dicho a Isaacson sobre el CRISPR que “lo importante es usarlo para que sea equitativo. Si sólo se utiliza para resolver los problemas y deseos del diez por ciento superior de la gente, eso será terrible. Hemos evolucionado más y más en las últimas décadas hasta convertirnos en una sociedad injusta, y esto lo haría mucho peor”.
Ve tan claro la gigantesca desigualdad que se podría producir en base a estos conocimientos científicos y sus tecnologías de edición genómica que “aceptaría una cierta ralentización de la ciencia a cambio de hacerla más equitativa”. Isaacson, tras su experiencia con los pioneros en ese congreso no se queda ahí, y pensando en las posibilidades de una herramienta de edición de genes como CRISPR, se hace preguntas que resultan muy inquietantes, como… ¿Estaríamos en lo cierto al pensar que sería correcto, dentro de poco, editar un genoma para eliminar lo que ahora vemos cómo imperfecciones? ¿Perderemos nuestra diversidad?, y… ¿Será eso bueno para nuestra especie? Está claro que tiene razón cuando llama la atención sobre la biología y la edición de genes. La ciencia o innovación más decisivas no están siempre donde señalan la propaganda, el marketing corporativo o las tendencias de moda en la comunicación global. A veces lo esencial está donde menos lo parece, lejos del espectáculo. Gracias por señalarnos hacia el lugar adecuado, señor Isaacson.